Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Diego y Messi, la misma canción

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Con Qatar a un paso, México 86 invita al juego de las comparaciones y de todas todas las similitudes posibles: Diego Maradona y Leo Messi se van de Barcelona, veintitantos días antes del debut golean 7-2 a rivales israelíes con doblete individual, ambas finales se juegan a las 12 del mediodía hora argentina y, ya completamente bizarro, Robert De Niro visita Buenos Aires en 1986 y 2022. Hemos leído de todo. Pero falta lo principal: que Messi, con la única cuenta pendiente del Mundial, se ha enfocado para Qatar como Maradona lo había hecho en el 86.
Es cierto, Diego tenía solo 25 años cuando fue rey en México. Y Leo llega con 35 a Qatar. Pero cuando Diego tenía 35 era demasiado «Marashow», como titulaba El Gráfico su vuelta a Boca tras cumplir una suspensión de la FIFA. Quedaban apenas destellos del crack. Tanto que anotaba inclusive su último gol oficial de jugada (9 de junio de 1996 contra Belgrano). Leo, en cambio, llega a Qatar como renovado rey del fútbol mundial, mucho más allá de su exclusión de la última lista del Balón de Oro y los treinta mejores jugadores del mundo. «Los idiotas de la objetividad», diría Eduardo Galeano. En París, sin la velocidad de antes, Messi luce inclusive más colectivo y maduro, al servicio del equipo. Conciente de que Qatar podría ser su última oportunidad mundialista.
Menos regular (comparado con la increíble vigencia de Messi), pero más intenso (Leo no llegó a una cumbre como la de México), Diego se había preparado como nunca para esa obra máxima del 86. Viajando de Nápoles a Roma todas las semanas para encomendarse al director científico y jefe del Departamento de Fisiología y Biomecánica del Instituto de Ciencias del Deporte del Comité Olímpico Nacional Italiano, Antonio Dal Monte, «un capo de investigación deportiva, biomecánico de fama mundial», como le dijo Fernando Signorini, su preparador físico. La selección de Carlos Bilardo también había trabajado a conciencia con una pretemporada en Tilcara. Pero jugaba mal. Muy mal. Y sufría peleas internas. El equipo creció en pleno Mundial. A la altura del genio. Ya sabemos cómo terminó la historia.
Qatar será ahora nuestro primer Mundial con Diego muerto. Pero igualmente habrá Maradona en Qatar. Y no me refiero precisamente al holograma y bares temáticos que avisa el marketing. Hablo de otra cosa. A cierto espíritu de corazón celeste y blanco que, antes y ahora, une a genio y equipo. Y que, inevitable, enciende ilusiones poderosas. Como casi solo el fútbol puede hacerlo.

FOTO: MABROMATA/AFP/DACHARY

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