13 de febrero de 2019
(Foto: Jorge Aloy)En medio de las graves problemáticas que afectan al fútbol argentino, el gobierno de Mauricio Macri intentó reinstalar el debate por las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) postulando las ventajas de admitir el desembarco de empresarios y capitales privados para hacerse cargo del manejo de los clubes. Claro que enfrenta fuertes resistencias. Fundamentalmente porque se trata de un modelo que contradice el carácter histórico de asociaciones civiles sin fines de lucro de las instituciones, donde los únicos dueños son sus asociados. Por tal motivo, el oficialismo continúa sin recoger los apoyos suficientes para modificar el estatuto de la AFA, una condición obligatoria con miras a su posterior tratamiento en el Congreso. Pese a ello, se mantiene expectante y busca sacar rédito de la crisis de varios clubes, en su mayoría del Ascenso, asediados por deudas y crónicos padecimientos económicos.
La iniciativa del gobierno tiene una historia con un mismo nombre en común. Cuando fue presidente de Boca, Macri llevó su propuesta privatizadora al Comité Ejecutivo de AFA cosechando la más dura de sus derrotas: 34 votos en contra y uno a solo a favor, el suyo. Ahora, casi 20 años después y envalentonado desde su llegada a la Casa Rosada, busca impulsar las sociedades anónimas a través de sus principales operadores en el fútbol. Uno de los más activos es Fernando Marín, exgerenciador de Blanquiceleste SA durante su etapa en Racing y actual asesor presidencial en materia de deportes. «Las SAD son una forma de integración al mundo, pueden convivir con las sociedades sin fines de lucro como sucede en las ligas más importantes del planeta», declaró Marín, en sintonía con su jefe político. Nada dice, en cambio, de la delicada situación financiera que dejó como herencia Blanquiceleste SA y mucho menos de los 616 millones de pesos de superávit difundidos en el último balance de Racing, hoy en manos de sus socios. Omitiendo esos datos y otros ejemplos de fracasos empresariales en nuestro fútbol –Loma Negra en 1981, Argentinos Juniors en 1993/1994, Deportivo Mandiyú de Corrientes en 1995 y Quilmes en 2001– el oficialismo renovó su ofensiva, si bien por ahora se ve obligado a recular.
En ese plano, la acción conjunta de clubes e hinchas constituye un factor decisivo para impedir la admisión de las SAD. Basta señalar que la mayoría de las instituciones manifestaron su rechazo a esa posibilidad e incluso, en varios casos, ratificaron en sus estatutos la imposibilidad de convertirse en sociedades anónimas. La lista abarca desde grandes como River, Independiente, San Lorenzo y Racing a otros menos poderosos de la Superliga como Rosario Central, Newell’s, Lanús, Banfield, Vélez, Unión y Colón de Santa Fe, además de entidades del Ascenso. Matías Lammens, presidente de San Lorenzo, sostiene que la llegada de las SAD implicaría poner en riesgo tanto la subsistencia de las disciplinas amateurs como la función social de los clubes. «En el país hay más de 3.000 entidades asociadas a la AFA que conforman, junto con los clubes de barrio, una extraordinaria red de contención y promoción social para chicas y chicos. Los clubes son mucho más que 90 minutos de fútbol», explicó. A estas expresiones se suman otros espacios de resistencia. Son los casos del Foro Social del Deporte, nacido a fines de los 90 e integrado por reconocidos dirigentes deportivos y sociales, y la Coordinadora de Hinchas (CDH), surgida en 2016 y hoy compuesta por representantes de más de 40 instituciones. Dos organizaciones que aportaron, y mucho, a desactivar el plan del oficialismo en 2018.
Más allá de tratarse de un año electoral, no se descarta un nuevo embate del gobierno, por lo que la CDH mantiene su estado de alerta. Sobre todo porque las SAD se inscriben en un esquema de negocios que ya cuenta con la Superliga, modelo de torneo inspirado en el fútbol español donde el reparto de los ingresos perjudica a los más humildes, y la reprivatización de los partidos con el desembarco de los gigantes Fox y Turner. Sin embargo, los pronósticos desalientan al oficialismo. Deberá lidiar, una vez más, con la persistente lucha de los que no están dispuestos a entregar la historia y el futuro de sus clubes. Nada menos que un pedazo grande de la identidad de millones de argentinos.