17 de mayo de 2021
Ha pasado poco más de un año desde aquel 18 de marzo de 2020, cuando el presidente Alberto Fernández decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) ante el avance del Covid-19. Días antes, la Organización Mundial de la Salud había establecido que el mundo estaba ante una pandemia.
La cuarentena se inició en el contexto de un país con 35,5% de pobreza e indigencia del 8%, luego de la reducción a Secretaría del Ministerio de Salud, de su disminución presupuestaria y casi un tercio de la población sin cobertura sanitaria efectiva. Un cóctel que permitía anticipar que se avecinaba una situación grave. Además, imágenes de Europa y Estados Unidos mostraban un colapso sanitario.
La cuarentena estricta duró 7 meses. El 11 de noviembre el Gobierno cambió el aislamiento por distanciamiento (DISPO), aunque ya había permitido cierta circulación en lugares con pocos casos. Asimismo, existían 5 fases de aislamiento, con distintos grados de habilitación de actividades. El aislamiento fue aprobado inicialmente por la población, luego el apoyo fue parcial, básicamente por el cansancio y las dificultades económicas, y fue reprobado por gran parte de la oposición política y sectores mediáticos, que llegaron a negar la existencia de la enfermedad.
Entre los resultados positivos del aislamiento se cuentan el plazo que otorgó al equipamiento sanitario y la coordinación entre jurisdicciones y entre los sectores público y privado. Retrasó el famoso pico
–anunciado para junio y que se registró en la tercera semana de octubre– y permitió contener, sobre todo, el contagio en los barrios carenciados de las ciudades más importantes y sus conurbanos.
Pese al alto número de infectados y fallecidos, aquí no hubo colapso sanitario y el sector de salud respondió de buena manera y con un gran esfuerzo. Se contabilizan 68.000 infectados y más de 500 fallecidos entre el personal de salud, que recibió los aplausos hace un tiempo, pero no el reconocimiento social y económico que merece.
Entre los aspectos negativos o errores cometidos se pueden enumerar la exigua publicidad, poco creativa y sin llegada a los jóvenes; testeo y aislamiento insuficientes en algunas regiones y ciertas debilidades a la hora de negociar las vacunas, no previendo el escenario de insuficiente producción y la inequidad en la distribución. El país registra una alta tasa de infectados y fallecidos, aunque por debajo de naciones sudamericanas como Perú, Colombia y Brasil. La caída del PBI fue alrededor de un 10%, similar a la de otros países, pero se evitó un estallido social, como vemos hoy en otros países de similares niveles de pobreza, con las medidas económicas de apoyo a la población y la industria. En consecuencia, el balance nos inclina a considerar como positivas estas medidas, aun con los errores y debilidades señaladas.
La experiencia en el país y en el mundo lleva a pensar para el futuro inmediato en cuarentenas más cortas, con aislamientos locales temporarios. Tras una caída en la cantidad de casos diarios en el inicio del año, hoy estamos en una suerte de meseta con tendencia al aumento y nuevas mutaciones del virus, que preanuncian la posibilidad de una segunda ola de infecciones.
Dada la escasez de vacunas, que afecta a la mayoría de los países del mundo y también al nuestro –aunque la tasa de vacunación está aumentando–, esta probable segunda ola nos sitúa frente a un escenario difícil ante el invierno que se aproxima. El mejoramiento de los indicadores no depende únicamente de medidas de Gobierno, ni de la provisión de vacunas, sino también del cuidado y la solidaridad de la población, del cumplimiento de las medidas preventivas, en suma, del cuidado del uno para todos.
Segunda ola. Vacunas, cuidados y cumplimiento de las medidas preventivas. (Télam)