10 de octubre de 2022
Carlos III es el menos popular de la familia real. Su personalidad, el descrédito de la monarquía y la crisis en Reino Unido, tres claves del nuevo escenario.
Londres. Carlos III, de 73 años, en la reunión del Consejo de Adhesión en la que fue proclamado como nuevo rey, el 10 de septiembre pasado.
Foto: AFP
Ser monarca reemplaza al individuo, una máxima adentrada en las realezas más encumbradas, como la del Reino Unido. El príncipe de Gales se preparó durante 73 años. Jamás fue solamente Charles Philip Arthur George, su nombre secular. Ahora le llegó la hora: no solo debe quebrar la imagen que lo liga con la impericia y la soberbia sino que le cabe la responsabilidad de refrendar el prestigio sustentado en el carisma de su madre. También lo heredó pero podría derrumbarse más temprano que tarde. Se fue una reina con presencia pública asociada a gestas imponentes aun en el rol simbólico; con siete décadas en el trono, lo que rebasó su arista más protocolar y pacata. La asume su hijo, cargado de los escándalos de una familia que jamás dominó.
Aunque por el momento lo beneficie el «efecto transición», Carlos III fue siempre de los menos populares de la familia real, al punto que hasta hace meses solo un tercio de los británicos esperaba que fuera un buen rey. Si alguna vez llegara a serlo. Fue fuerte la especulación sobre una abdicación concertada de Isabel que lo superara y beneficiara al príncipe Williams. Una luna de miel real con pronóstico incierto, que ayuda a instalar la pompa del entierro, no meramente burocrática sino más bien una puesta política con precisa visibilidad mediática que reactualiza el vínculo que une a la realeza con sus súbditos.
Aunque no logre disimular ciertos rechazos. Una muestra emblemática sucedió a 20 kilómetros de Westminster, en Wembley, jugaban Inglaterra-Alemania por la Liga de las Naciones. Ofrendas florales honraron a Isabel II: estremeció el silencio con su imagen en la pantalla. Al surgir Carlos, una incipiente rechifla fue controlada al instante. Los hinchas de fútbol no son los más afectos al rey. Siquiera los del Burnley, club del que se declaró fan y donde ejerce la caridad. «Si odias a la familia real, aplaude»: la hinchada del Celtic de Glasgow armó un cartel ante el St. Mirren, en Paisley. Los irlandeses del Shamrock Rovers, ante el Djurgardens (Suecia) entonaron «Lizzy’s in a box» y viralizaron el video. «Abolir la monarquía»: la frase apareció en un estadio de Birmingham. Y en sus calles. «No eres mi rey» y «Viva la República» se vieron en Londres, Oxford, Manchester, Liverpool. En Edimburgo y Cardiff. También en Belfast, claro.
La CNN publicó imágenes de manifestantes en los funerales (aislados o en grupos como Liberty) con pancartas, eficazmente reducidos por la policía. Menciona la crónica que Symon Hill oyó decir en una homilía que Carlos III es «nuestro único señor feudal legítimo y justo» y que replicó a un grito: «¿Quién lo eligió?». De inmediato fue apresado.
Pantallas silenciosas
La TV no solo silencia el volumen de las canchas. Según The Guardian, la Casa Real ordenó a las cadenas el envío de las imágenes del funeral para ser supervisadas y aprobadas: BBC, Sky News e ITV lo acataron. Ya se prohibieron al menos cinco videos pertenecientes a diferentes portales.
Buscan salvaguardar a toda costa la imagen del rey, aunque no puedan con él mismo. Se considera un apasionado por la filosofía, la poesía, el cambio climático y la agricultura orgánica. Conversa con sus plantas. Pero no para de mostrarse «irritable, veleidoso y antojadizo, maniático y excéntrico», como lo calificó un exmayordomo de Lady Di, Paul Burrell. Camila, la reina consorte, lo describe: «Es impaciente. Quiere que todo esté hecho para ayer».
El personal de la Clarence House filtró algunas manías. Planchen su pijama cada mañana y también los cordones de los zapatos. Expriman la pasta de dientes: una pulgada exacta sobre el cepillo; si no, enfurece. En la bañera, el «tapón real» apuntará justo hacia la puerta. Las indicaciones parecen ser claras: siempre carguen una «caja real» de desayuno con seis tipos de miel. Lleven su cama, su inodoro y su papel higiénico Kleenex Velvet. El biógrafo Anthony Holden desliza como secreto a voces que padece de trastornos obsesivos compulsivos que, combinados con sus desplantes, conforman un cóctel fatal.
No es el indicado para ser filmado las 24 horas en tiempos de redes sociales y medios. Apenas asumir se le vio un ademán fiero a quien no corrió su bandeja de bolígrafos. Enfureció, ya en el castillo de Hillsborough, al mancharse un dedo con la tinta de su pluma. O por no recordar la fecha al firmar un documento.
En una de esas, salió de Westminster junto al príncipe de Gales. En las veredas, miles de compungidos hacían cola para despedir a la reina. Se acercó, ensayó sonrisas, pero al toparse con un hombre negro, hizo una finta y lo obvió. En Buckingham intentaron matizar lo que la cámara delató. No fue una actitud aislada. Su otro hijo, Harry, duque de Sussex, había puesto en entredicho al reino al casarse con la mestiza Meghan Markle. Historia del pasado. Pero ella hace poco relató que su tono de piel fue motivo de críticas de parte de su suegro, quien, incluso se preocupó respecto de cómo sería la piel de su nieto Archie, que nació en 2019. «¿Qué hizo la monarquía por la comunidad negra?»: se propagó en las redes tras estos episodios.
Urgencias
De todos modos, el deceso real no concitó un debate institucional sino que la agenda pública se bifurcó entre un lapso de luto extendido y las peripecias del flamante Gobierno de Liz Truss, quien por escaso lapso compartió liderazgo con Isabel y, sin recuperarse de ese lance, lidia con una monumental crisis económica, la guerra del Este y otros flagelos que acontecen en la Europa cada vez más derechizada. Pero la monarquía sobrevive en la Gran Bretaña: en Escocia, los independentistas, tras perder el referendo, siguen en el Gobierno; el proceso de unificación irlandesa se acelera, con la victoria republicana en el norte, pero no es inminente. Y Gales no aborda planes de abandono a sus primos ingleses.
Las urgencias van por otro carril. Como el temor por el libro biográfico con que Harry amenaza revelar «pestes» de su madrastra Camila. O que Edward Fitzalan-Howard, duque de Norfolk, que debe organizar la coronación de Carlos, se quedó sin licencia de conducir por sus recurrentes infracciones.
«No soy tan estúpido. Me doy cuenta de que ser soberano es una función diferente», dijo Carlos a la BBC en 2018. «Sabe que su estilo debe cambiar. ¿Quién quiere un monarca activista ambiental?», acotó el politólogo británico Vernon Bogdanor. Carlos patrocinó a más de 400 entidades y en 1976 fundó la propia, Prince’s Trust, con su indemnización por despido de la Royal Navy. Pero dinero no le falta: heredó 500 millones de dólares en tierras, fincas, joyas, cuadros y otros bienes personales. Y supervisa la cartera de 42.000 millones de dólares en fideicomisos del reino: inversiones, palacios, joyas y obras de arte.
Las bromas deslizan que empezó a trabajar a los 73 años. ¿Por cuánto tiempo? Un posteo del 7 de junio auguró con precisión la muerte de Isabel, el 8 de septiembre. También adelantaba la fecha del deceso de Carlos: 28 de marzo de 2026.
En ese posteo no incidió el centenar de trabajadores de Clarence House, que despidió apenas supo que con Camila se mudarían a Buckingham. Aun no había concluido el funeral. «Integran la larga lista de ingleses que están absolutamente furiosos con Carlos», se leyó en The Guardian.