14 de diciembre de 2024
Malí, Níger y Burkina Faso, la triada de países que conforman el bloque, apuestan por un camino autónomo y soberano. La denuncia en la ONU y la injerencia de las potencias en medio de la crisis.
Cumbre. Assimi Goita, Abdourahamane Tchiani e Ibrahim Traoré, los presidentes de Mali, Níger y Burkina Faso, respectivamente, en una reunión en julio de este año.
Foto: Captura de pantalla
El Sahel se ha convertido en una de las regiones más conflictivas del mundo, un punto crítico donde se entrecruzan violencia armada, crisis humanitaria y reminiscencias coloniales.
Esta vasta zona del continente africano, que incluye a Mali, Níger, Chad y especialmente Burkina Faso, enfrenta una intensificación de ataques terroristas relacionados con el yihadismo islámico y algunas facciones radicalizadas tuareg. Los tuareg son un pueblo que habita el desierto del Sahara y que reclaman los territorios que hoy ocupan estos países del Sahel. La violencia terrorista de estos grupos provoca desplazamientos masivos, mientras las potencias extranjeras y actores internacionales no logran contener la situación o, peor aún, parecen perpetuarla. En este contexto, la reciente Confederación de Estados del Sahel presentó una denuncia formal ante la ONU, solicitando atención urgente a los ataques yihadistas en el norte de Burkina Faso.
Mali, Níger y Burkina Faso conforman una triada muy interesante para el análisis geopolítico actual, ya que están cambiando el paradigma del poder colonial. En un ciclo político que incluyó golpes militares, emergió un movimiento con un claro tinte nacionalista, antimperialista y anticolonial que le han dado a la región una andanada de aire fresco a la tan ansiada descolonización africana. Este movimiento tiene como cabezas visibles a Assimi Goita, Abdourahamane Tchiani e Ibrahim Traoré, presidentes de Mali, Níger y Burkina Faso, respectivamente.
La denuncia presentada ante la ONU se sumó a un conjunto de medidas que incluyeron la expulsión de las fuerzas armadas extranjeras, principalmente francesas –como las de la Operación Takuba o Barkane– y estadounidenses –desde las intervenciones del AFRICOM, que es el comando de las fuerzas armadas estadounidenses en África–, a lo que se le sumó la nacionalización de los recursos naturales (minas de oro) y la salida de la CEDEAO (Comunidad Económica de África Occidental).
En ese sentido, la decisión que aprobaron a futuro estos tres países de abandonar el franco CFA, la moneda común en la región, que se imprime y respalda desde el banco central francés, fue una de las medidas más anticoloniales. «El franco CFA no se creó para el bienestar de las economías africanas locales», afirma Kemi Seba, líder del movimiento Emergencia Panafricanista.
Estas medidas también buscan visibilizar la inestabilidad que se vive en la región y cuestionan la ineficacia de las intervenciones internacionales.
Referente. Traoré y un llamado a la unidad de África, en un discurso.
Foto: Captura de pantalla
Causas profundas de un conflicto
La violencia en el Sahel es una crisis multidimensional que tiene sus raíces en el pasado colonial y en las intervenciones posteriores de potencias extranjeras. Las fronteras artificiales que el colonialismo europeo impuso en África forzaron la convivencia de distintos grupos étnicos y culturales, creando una vulnerabilidad estructural en los Estados poscoloniales de la región. En Burkina Faso, las divisiones y tensiones históricas son aprovechadas por grupos extremistas como los nómades tuareg, que en la última década han ganado fuerza en medio de la inestabilidad y la falta de infraestructura estatal en zonas rurales y jaquean sobre todo al norte de Burkina Faso con apoyo de fuerzas o financiamiento extranjero, como resultó ser el ataque a un convoy de soldados burkinese, realizado por los tuareg con apoyo de inteligencia y tecnología ucraniana.
Además, el interés geopolítico de potencias extranjeras –especialmente Francia, con su influencia histórica en sus antiguas colonias africanas– y otros actores internacionales como Estados Unidos y Rusia, ha dificultado una salida autónoma y pacífica. Las intervenciones militares extranjeras, como la Operación Barkhane liderada por Francia, han sido objeto de críticas, pues si bien han intentado frenar el avance de grupos armados, no han resuelto las causas profundas del conflicto.
En respuesta a la ola de ataques en Burkina Faso, caracterizados por su brutalidad y sus efectos devastadores sobre comunidades enteras, la Asociación de Estados del Sahel (AES) llevó el caso ante la ONU, denunciando las violaciones de derechos humanos y la vulnerabilidad de la población civil. Esta denuncia busca no solo ayuda humanitaria, sino también que se expongan las falencias de los actuales enfoques de seguridad en la región, que han sido incapaces de proteger a la población y han agravado la fragmentación de la sociedad. En este contexto, la ONU y la comunidad internacional están siendo emplazadas a replantear su enfoque en el Sahel, priorizando soluciones que den seguridad frente a intervenciones militares que solo exacerban la violencia.
El legado de Sankara
Burkina Faso, en este contexto, no puede olvidar el legado de Thomas Sankara, militar, revolucionario y presidente del país entre 1983 y 1987, quien fue asesinado por una conspiración en su contra llevada adelante por su amigo y camarada Blaise Compaoré. Sankara no solo es una parte de la historia, sino un llamado continuo a la acción en un mundo marcado por desigualdades y dominación. Hoy la figura de Ibrahim Traoré, el presidente burkinés, pone en relieve la figura del otrora líder revolucionario. Para el periodista y docente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Sebastián Salgado, «las comparaciones con Ibrahim Traoré son moneda corriente». A partir de su experiencia en Burkina Faso, el periodista señala que «Traoré da unos discursos con una concepción de descolonización que no se escuchaban antes, incluso su imagen, el mismo uniforme, la boina roja de lado. Una manera similar de hablar cuando recordamos los discursos de Sankara».
«En una región que enfrenta la intervención de potencias extranjeras, las enseñanzas de Sankara sobre autosuficiencia y unidad panafricana ofrecen una perspectiva que, ahora más que nunca, resulta relevante. Su vida y sus políticas no solo motivan a quienes buscan un cambio en Burkina Faso, sino también a aquellos que, en todo el continente africano, luchan por un futuro independiente y justo», afirma Salgado, quien realizó un trabajo documental titulado «Burkina Faso, Sankara en la piel».
En medio de esta crisis, el legado de Thomas Sankara sigue vivo en el imaginario colectivo de Burkina Faso y África. Sankara entendía que la verdadera libertad africana requería no solo la retirada de las fuerzas coloniales, sino también la creación de un sistema económico y político que fuera autosuficiente y genuinamente africano.
La situación en el Sahel y en Burkina Faso refleja el fracaso de los enfoques que no han logrado frenar la violencia ni mejorar la vida de los habitantes. Los líderes locales y las sociedades civiles están comenzando a exigir un cambio en el modelo de intervención y desarrollo. «La emergencia panafricanista es la estructura que debe desencadenar fundamentalmente el proceso de descolonización en el siglo XXI», señala Kemi Seba, quien lidera el movimiento «Emergencia Panafricanista» con presencia en los Estados del Sahel.
La denuncia ante la ONU constituye un llamado de atención para el mundo, no solo para brindar apoyo a Burkina Faso, sino también para cuestionar las dinámicas neocoloniales que siguen presentes en África. Se reclama un cambio estructural en la política exterior hacia un desarrollo autónomo y soberano, algo esencial para romper el ciclo de violencia y pobreza que ofrece el colonialismo y el neocolonialismo financiero en el Sahel. Siguiendo el ejemplo de Sankara, los países africanos podrían reconfigurar el Sahel y dar paso a un futuro donde las potencias extranjeras ya no tengan la última palabra en el destino de sus pueblos.