29 de julio de 2020
Desde los inicios de la pandemia, el presidente brasileño Jair Bolsonaro minimizó los efectos del COVID-19 y hasta lo caracterizó como una «gripecita», como justificación para no activar políticas sanitarias nacionales. Así, por sus condiciones preexistentes de hacinamiento y falta de servicios públicos, las favelas –donde viven cerca de 13 millones de brasileños– se convirtieron en el peor de los mundos. Ante la ausencia del Estado, la lucha contra el virus en las barriadas más pobres quedó en manos de líderes comunitarios, ONG y agencias humanitarias que distribuyeron alimentos y suministros básicos a los pobladores, jaqueados por el desempleo y la violencia cruzada entre narcotraficantes y fuerzas de seguridad. Mientras Bolsonaro daba positivo por coronavirus y «la gripecita» se cobraba más de 80.000 vidas en todo el país, la solidaridad en los barrios más vulnerables se embanderó detrás del «Te cuido, me cuidas, nos cuidamos».