30 de enero de 2019
(Hugo Horita)
Tardecita veraniega. En el bar, Rebeca inquietita, o Rebequita inquieta, hasta que, de repente, entra Tobías.
–Tobías de mi ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor, ¿se puede saber dónde estabas?
–Sí, se puede –dijo Tobías, remedando el slogan del partido gobernante–, Rebequita de mis entrañas con salsa criolla. Se puede saber dónde estaba, siempre que al «dónde» le agregues «cuándo», ya que mi respuesta variaría si se refiere a «ayer», «hace un rato», «cuando se apagó la luz» o «en los tiempos medievales».
–Pues, Tobías de mis reverencias evitables y mis irreverencias inevitables, en verdad lo que más interesa saber es el «con quién».
–Carámbulics, Rebequita de mi síntesis proteica a partir de aminoácidos, detecto en ti un extraño sentimiento. ¿Acaso has sido víctima del virus de la celotipia? ¿Es posible que a esta altura dudes de mi infidelidad? ¿Cabe en tus pensamientos la mera alternativa de que yo estuviera transmitiéndole mis quejas a otro ser vivo de sospechoso género femenino? ¿Acaso alguna de tus neuronas decidieron hacerle una medida de fuerza al resto de las mismas?
–No evadas, Tobías de mis tiroides, que solo los culpables se evaden, luego de ser condenados. Confiesa que has vivido.
–Rebequita de mi colon sigmoideo, amor de mis uréteres, flor de mi duodeno, te diré algo que puede no gustarte pero es la verdad más cruda, menos cocida, más vuelta y vuelta: ¡estaba trabajando!
–¿No te da vergüenza, Tobías de mi secreto de sus ojos? ¡A tu edad! ¡Ya deberías saber que esas cosas no se hacen! ¿Qué te pasa, Tobías? Así nunca vas a llegar a presidente.
–La verdad… no era mi intención, Rebequita de mis coyunturas; simplemente, sucedió.
–Peeero, ¡no aprendés más! ¿Qué te pasa, no leés los diarios? ¿No estás informado del sacrificio que hace nuestro Primer Autoritario Electo por nosotros? Él descansa sin parar, como si fueran 15, 20 o dos millones de personas. Nos muestra como él mismo dice «el único camino», ¿y vos lo arruinás todo, menospreciás su esfuerzo… trabajando?
–Bueno, Rebequita de mis mollejas al estragón, te prometo que es la última vez.
–¡Que sea la última vez que me prometés que es la última vez! –le espetó Rebequita, mientras miraba la foto del presidente sonriendo entre dos delfines.
¿O era la de un delfín sonriendo entre dos presidentes?
No lo sabemos.