Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Souvenirs de nuestras vacaciones

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Imagen: Mix Tape/Shutterstock

El tipo quería llevarse un recuerdo de sus vacaciones. Entonces fue y entró a un local de esos que venden souvenirs. Le pareció raro el negocio. El cartel decía «Antirrecuerdos Jul-Gus». Miró un poco la vidriera. Entró y lo atendió una chica.
–Hola, mi nombre es Julia, ¿cómo te va? ¿Qué andás buscando?
–Hola, mirá… ehhh. Quería comprar una de esas casitas del tiempo. Esas que cuando hay mal tiempo sale el tipo y si hay buen tiempo sale la mujer. Pero no veo. Vi que tienen unas parecidas pero son un local de Rapipago, no una casita.
–Claro. Tenemos Rapipagos del Tiempo y Pagofáciles del Tiempo. Es lo mismo. Si hay mal tiempo sale de pagar el hombre, y si hay buen tiempo se ve que sale de pagar la mujer.
–La diferencia es el clima…
–Claro. Pagar, se paga igual.
–Ah, qué bien… Pero resulta que eso es lo que uno hace allá. Yo quiero un recuerdo de acá.
–Sí, okey. Pero esta es una casa de antirrecuerdos. No vendemos souvenirs de vacaciones. Vendemos souvenirs del resto del año. Recuerdos de su vida normal.
–Uy… No entiendo.
–Son cosas para valorar más lo que está viviendo acá acordándose de lo de allá. La gente generalmente compra mates, platos, delfines que cambian de colores según el tiempo, bolas de vidrio con agua y nieve, un Cristo hecho de caracoles… Todo para recordar algo de un lugar lindo donde estuvo.
–Esa es la idea. Por eso me saco fotos en la playa o en un lago. De esa manera, al mirar las fotos o ver un duende hecho con cucharas o tenedores, yo vuelvo a sentir el momento de felicidad. Es una idea pavloviana. Reflejo condicionado.
–Obvio. Por eso hay fotos y recuerdos de todo lo lindo. De las cosas feas no hace falta. Quedan traumas y marcas. Porque las caricias no dejan cicatrices. Por eso hay que tener algo. El souvenir es la cicatriz de un momento feliz.
–¡Exacto! Es eso. A mí me encantan. Por eso quiero algo lindo que me haga recordar este lugar donde la estoy pasando bien, como cuando voy a un casamiento o cumpleaños de 15. Entiendo que el que pagó la fiesta quiere que uno la recuerde. Que sepa que uno fue feliz porque lo invitaron. «¿Así que la pasaste bomba bailando “El Meneaíto”? Acá tenés, Juan Carlos. Un bouquet de flores de acrílico con la foto de la Nancy y sus 15, para que te acuerdes siempre que fue por ella que gozaste de mover la pelvis con movimiento sexy, un movimiento sexy, suavecito para abajo, para abajo, para abajo y todo eso que dice la canción». Los souvenirs son algo hermoso. Son una imperfecta pero heroica maniobra para atrapar el tiempo.
–Bueno. Veo que lo tenés claro. Y entraste a comprar recuerdos porque te estás por ir. Porque los recuerdos de los días felices se compran cuando los días felices están por terminar. El recuerdo es la clausura del momento. Su certificado de defunción. Pero a su vez, como bien decís, lo que lo prolonga en el tiempo. Pero resulta que yo vendo cosas no para el que se va, sino para el que llega. Un sacacorchos con la figura de un tipo mirando TN mientras desayuna antes de ir a trabajar. Un plato con una foto del interior de un vagón de subte. Un embotellamiento de caracoles a una hora pico. Un faro hecho de tarjetas Sube. Y este mate, que es el que más vendemos. Miralo.
El cliente agarró un mate de madera que tenía grabada una leyenda:
«Recuerdo de que no vivo acá, sino en otro lugar en el que paso la mayor parte del año. Así que mejor que trate de no estar esperando siempre las vacaciones, sino de ver cómo hago para ser feliz allá, ya que ahí es donde paso casi todos los días, y no acá, que vengo por unos pocos». El tipo se lo llevó en una bolsita que decía «Antirrecuerdos Jul-Gus» y se fue a encontrar con su familia.
Estaba nublado, así que seguro que se iban a pegar una vuelta en «El trencito de la rutina», que en vez de Pantera Rosa u Hombre Araña, tiene un gerente de recursos humanos que te hace trabajar mientras paseás y escuchás un programa de Marcelo Longobardi.

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