Humor | SANTIAGO VARELA

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Cuando lo vi al gordo Panzotti me quería morir. Traía una remera rojo rabioso y en el medio del pecho, grande, muy grande, el logo y el nombre de la marca de la remera, que es el de una famosa ropa deportiva.
–¿Y dolape, qué te parece lo que me compré?
–Ya veo, un cartel luminoso de propaganda te compraste.
–Sos un amargo –me dijo mientras me encandilaba con la remera nueva–. Esto es lo último, el top. Y ojo, no es trucha, es original, posta.
–¿Y cuánto te pagan por esto? –pregunté con malicia.
–¿Cómo qué me pagan? Yo tuve que poner la tarasca. Y te digo que la tarjeta quedó para internarla en terapia –contestó mientras le sacaba una pelusita al enorme logo que llevaba en el pecho.
–O sea, Gordo, vos andás por la ciudad haciendole publicidad gratis a la marca… y encima tenés que pagar vos. ¡Sos un genio!
Panzotti, menos bonito, me dijo de todo y se fue a las puteadas con su remera publicitaria a seguir exhibiéndola, con entrada libre y gratuita, por las tardecitas de Buenos Aires que tienen ese qué sé yo.
Como es sabido, esto sucede con casi todas las marcas deportivas. En remeras, pantalones, camperas, medias, zapatillas el logo y/o su marca están siempre presentes. Y para el común de la gente está bien porque es bueno que se sepa quién está usando una marca u otra, ya que eso suele dar prestigio.
En realidad nosotros somos los que pensamos que nos da prestigio, porque el gerente de publicidad de la empresa sabe perfectamente que eso es publicidad y que ha logrado el milagro de conseguirla gratis. Más, ha conseguido que los que la hacemos, en lugar de cobrar, paguemos para hacerlo. ¡Un genio!
De paso aclaremos que la combinación interactiva entre un genio y un gil puede llegar a crear los negocios más fabulosos que se puedan imaginar.
Pensando en la publicidad, que invade cada vez más sectores de la vida cotidiana, digamos que una cosa es ver la publicidad gráfica o los videos de la tanda, donde uno sabe que están haciendo propaganda, y otra es que nos la quieran encajar de manera subliminal, sin que nos demos cuenta de que nos quieren vender algo.
Una constante es que los que consumen el producto publicitado siempre están contentos, irradian felicidad, ventura y bienestar… aunque la publicidad sea de estricnina en cápsulas blandas. Todo es maravilloso y posible en un clima de ¡pum… para arriba!
Grave es cuando estos métodos entran en la política y un candidato no necesita tener ideas, ni plataforma, ni decir lo que realmente piensa hacer si consigue la manivela. Con una sonrisa de galán, una actitud de triunfador y un slogan del tipo «vamos que podemos» alcanza y sobra. Está probado.

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