10 de octubre de 2018
(Pablo Blasberg)
Atención, alumnos. En la clase de hoy, vamos a explicar de qué trata esta crisis que estamos viviendo en el país. Sabemos que todos los programas de televisión dedicados a la actualidad cuentan con varios economistas que intentan explicarnos qué es lo que pasa mientras, casualmente, está pasando. Sin embargo, a muchos de nosotros, se nos hace difícil entender estos acontecimientos en pleno desarrollo. Y cuando a la mesa se suman funcionarios del gobierno junto con políticos de la oposición y todos hablan al mismo tiempo, logran que se entienda muchísimo menos. Por otro lado, el hecho de que hablen de cientos y miles de millones de dólares en el momento en que tratamos de conseguir cien mangos para cargar la Sube, es algo que nos hace alucinar. No podemos encajar una cosa con la otra.
Entonces vamos a tratar de que se entienda. El asunto es así. El país vende cosas a otros países, soja, dulce de leche, reactores nucleares, etc. Paralelamente, también importa cosas: retroexcavadoras, computadoras, lamparitas de navidad, etc. Estas compras y ventas se hacen en dólares que los fabrica únicamente EE.UU.
Obviamente, si lo que vendemos vale más que lo que compramos, nos quedamos con billetes en el bolsillo. Pero si vendemos menos y no queremos dejar de importar, tendremos que sacar dólares de algún lado para pagar esas compras. ¿De dónde? Lo que hizo el gobierno fue pedirlos prestado a tipos llamados inversionistas, que son tipos con mucha plata que quieren hacer más plata para luego hacer más plata. ¿Se entiende?
En estos últimos años estos tipos, a través de los bancos inversores, nos prestaron miles de millones de dólares. ¿Qué hicimos con todos esos billetes? No se sabe bien. Lo que sí se sabe es que no se hicieron grandes obras, ni represas, ni escuelas, ni hospitales, ni ninguna otra cosa. ¿Dónde está esa parva de dólares? ¿Se la llevaron? ¿La enterraron? ¿Se la fumaron? ¿Dónde, quiénes? Misterio. Lo cierto es que ahora debemos un fangote y debemos pagar millones en intereses.
Como tampoco teníamos dólares para pagar esos intereses, recurrimos al FMI que nos prestó otro montón de millones para que pudiéramos pagarlos, ya que estos son la ganancia de los inversores. Pero resulta que esos dólares también, no se sabe cómo, desaparecieron, por lo que ahora volvimos a rogarle al Fondo que nos preste más, con la promesa de que vamos a pagar cueste lo que cueste.
Alguien podrá preguntar: cómo llegamos a esto si el gobierno había pregonado en su campaña que estas cosas no iban a pasar. Para explicarlo, alumnos, me remito a un refrán campero que, con sabiduría, sentencia: «Prometer, prometer hasta meter. Luego de metido, nada prometido».