Humor | Por Santiago Varela

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Santiago Varela

Decía mi abuela: «Vivir se puede, pero no te dejan». Una sabia mi abuela. Y hoy, peor. Además de todo lo que pasa, que lo sabemos y lo sentimos, pasan cosas que algunos no quieren que se sepan, pero se saben. Cosas que tienen que ver con el espionaje, los chats, los hackeos y sobre todo con los celulares.
El celu, de ser un dispositivo indispensable para la vida de todos los que habitamos este globo contaminado, está pasando a ser un elemento sumamente peligroso.
En las épocas de la guerra fría, un espía sofisticado como el Súper Agente 86 usaba el zapatófono y lo usaba sin miedo de que sus conversaciones fueran escuchadas por los agentes de Kaos. Lo mismo con el Cono del Silencio. Nada más seguro.
Hoy todos nos alertan de que no usemos el celular para decir nada que pretendamos que sea reservado o que en algún momento se nos pueda volver contra. Y como no sabemos qué se nos pueda volver en contra, más vale que no digamos nada. Muchos piensan que la precaución elemental que se debe tomar es borrar el chat o la conversación. No.
Ahí es cuando aparece algún experto en informática a informar que, aunque se borren, las cosas borradas quedan. Están en algún lado, en algún bit secreto de la memoria o en alguna nube o en un cumulonimbus que está vaya a saber dónde y que lo maneja vaya a saber quién. Pero todo lo que se dice, lo que se escribe y lo que se fotografía, por más que se borre, queda, y está disponible para quien sepa cómo hacerlo volver a la vida. Y luego, agarrate Catalina. Lo que era una charla o un chat privado pasa a ser más público que un tema de Charly.
Y no solo eso. Aunque no digamos ni escribamos nada, el celular igual nos botonea. Gracias a él se sabrá dónde estamos, cómo llegamos, también con quiénes nos hemos comunicado en los últimos años, el estado de nuestras cuentas bancarias, las claves de todo lo que tenga clave, que páginas visitamos, el cumpleaños de la tía Claudina y, en general, todo. Todo de todo, porque hoy el celu se usa absolutamente para todo… y todo queda registrado. Y cuando digo todo quiero decir todo.
Yo sé que no era tan cómodo, pero un teléfono público de Entel, esos grandotes naranjas, que funcionaba a cospel, era mucho más seguro que estos costosísimos celulares. Además nosotros sabíamos que nuestros teléfonos estaban pinchados, porque se notaba. Ahora nos hacen creer que está todo protegido, encriptado… pero después lo que el fulano habló con el ministro aparece en los diarios.
No digo que todo tiempo pasado sea mejor, pero con una buena Remington y un carbónico la vida era más sencilla. 

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