2 de julio de 2021
Hugo Horita
Tarde otoñal, tal vez invernal, hace frío. Tobías y Rebequita, Rebequita y Tobías, siempre comunicados, o algo así.
–¿Qué estás haciendo, Tobías de mis pickles avinagrados? –la voz rebequil oír se deja en el atardecer citadino.
–Estoy hablando con vos, Rebequita de mis consonantes bilabiales –es la espontánea respuesta de Tobías.
–Ah, ¿no me querés contestar? –ella, Rebequita, seguía en la suya propia.
–Pero sí, Rebequita de mis poemas de García Lorca: te acabo de transmitir exactamente un fiel reflejo de mis actos simultáneos. Estoy hablando contigo, y ese es, para mí, un momento fundante de la tarde profunda.
–Ay, Tobías, seguro que a todas les decís lo mismo.
–¿A todas quiénes, Rebequita? ¡Desde hace un año y varios meses que estoy aislado, distanciado, agobiado, y algo cansado!
–Tobías, dejá volar tu imaginación, permítete fantasear con moluscos platelmintos, autopercibite marsupial, sentite chibcha originario acosado por un malón de conquistadores hispanos, transformá tu corazón en una naranja, recordá las enseñanzas del gurú Vehachese y libérate, libérate de tu censor porcino, de tu pequeño vigía lombardo. Quítate el lumpen que llevas puesto por si refresca, sumá, multiplicá, potenciá, disfrutá la perinola de la vida antes de que otro saque «toma todo» y desnude tus incertidumbres.
–Ay, Rebequita, qué bien que hablás, podría quedarme horas y horas escuchando tus circunstanciales de modo, tus objetos indirectos, tus sujetos tácitos, tus predicativas subjetivas.
–¡No digas en potencial lo que hacés en indicativo, Tobías! Vos bien sabés de la lucha de los tiempos, y de la de los espacios, la infructuosa batalla del indefenso ser humano contra la voluptuosa naturaleza que irrumpe, sorprende y arrasa.
–Rebequita de mis días nublados, entiendo las cosas que decís, pero si las decís de a una. Cuando tus frases se vuelven colectivos me sorprende el distanciamiento social y no puedo decodificarte a tiempo.
–¡Es que vos te quedás escuchándome mientras la naturaleza sigue su curso arrasador perseguida por la cultura, y viceversa, hasta un punto en el que no se sabe quién persigue a quién!
–No te entiendo, Rebequita de mi alma atormentada.
–¿En qué sentido no entendés, Tobías?
–En ninguno, Rebequita.
–Eso le hace mucho daño al medioambiente, Tobías, destruye el planeta, agota los recursos, y hace que nuestro amor se vuelva poco sustentable, casi te diría «biodegradable».
Tobías no supo qué responder, pero como estaba empezando a llover, dejó que el agua hablase por él. Quizás fuera más fácil entenderse de esa manera. Nunca se sabe. Por lo menos, dicen que es buena para el campo.