23 de diciembre de 2022
Hay un pesebre debajo de un arbolito. De pronto el padre de Jesús, José, le hace una seña al rey mago Melchor. Medio como diciéndole «fijate detrás tuyo». Melchor se da vuelta y se encuentra con un muñeco desconocido.
–Hola. Disculpas. Sin mala onda… ¿cómo te llamás?
–Ken. Me llamo Ken.
–Ah, creo que te tengo de algún lado.
–El novio de Barbie. Por ahí me viste cuando se abrió algún regalo delante del arbolito.
–Ah, sí… la rubia. Sí. Y decime, con onda te pregunto, ¿qué hacés acá? Porque estás en lugar de Gaspar…
–No sé. Me pusieron acá. Escuché que no encontraban a uno de los Reyes Magos, o algo así. Resulta que a los nenes se les rompió uno de los arqueros del metegol. Le hicieron un agujero de costado a Gaspar y parece que les funcionó. Supongo que sería como tener a Gandalf o a Marx atajando. No seamos ortodoxos. Lo importante es la intención de armar el pesebre.
–Sí. Lo que pasa es que una canción que diga «Llegaron yaaaa, los reyes que eran treeees… Melchor, el novio de Barbie y el negro Baltasaaaar», no sé si es apropiado. Hay tradiciones que se tienen que respetar.
–Que yo esté acá, hay que verlo como algo que oxigena, que refresca. Para que vivan las tradiciones tienen que evolucionar. Acompañar a los tiempos. Si las tradiciones se siguen por inercia, pierden vida. La gente debe sentir la tradición. Si no, es solo repetir. Hay que animarse a cambiar. Ser vanguardia. ¡Arriesgar! ¡Jugarse! ¡Atreverse!
–Mirá. Sos un muñeco conocido por ser el novio de Barbie y ni siquiera tenés pene. No sé si estás para hablar de andar cambiando cosas.
–No tengo pene porque Barbie no tiene vagina. En eso nos complementamos. Como se debe complementar el pasado con el futuro. Las cosas cambian. Hay que adaptarse. ¡Cada vez hay más gente que odia las Fiestas!
–No es así. Son un grupo menor, aunque intenso. Viven las Fiestas como una reunión de consorcio obligada, pero en realidad la gozan porque los hace sentir superiores usándolas como inspiración para hacerse los irónicos en Facebook y Twitter.
–Pero su cuestionamiento es válido. Son los que agitan la evolución. Son los que han logrado que mucha gente haga lo que tiene ganas o lo que desea. Viajar o pasarla con amigos. O no festejar nada.
–Hay que entenderlo. Las Fiestas son como el clima. O la naturaleza. No se las puede evitar. Están ahí. Como el capitalismo, la laguna de Chascomús, como un mundial de fútbol, como el amor, el odio, el deseo, el Uruguay. Las Fiestas son como todo eso: cuando nacimos, ya estaban ahí. Y siempre van a estar.
–Son una confabulación entre religiosos, tías y cuñados que gozan en juntar gente en sus casas, comerciantes que quieren vender cosas para regalar y… –intentó explicar Ken.
–¡Uy, el argumento progresista! Pensá en los chicos, que les encantan las Fiestas. Ellos son los agentes de propagación y persuasión de las Fiestas. Ateos comunistas y no comunistas, judíos y musulmanes terminan celebrando Navidad para darle el gusto a niños que no quieren quedarse afuera de algo que hacen sus amiguitos y el resto de la sociedad.
–Claro, no animarse a pensar distinto y soportar no pertenecer. ¡Eso es bien de burgués!
–Pero, ¿qué hablás de burguesía, Ken? Si vos existís porque servís para regalar. El asunto de todo esto es el tiempo. Porque el tiempo se dibuja en ciclos. Nadie puede imaginar al tiempo sin calendario, a la vida sin medirla en años. Y estos sin que alguien quiera celebrar que terminan. Todas las culturas se sometieron al tiempo y a su brazo armado, el calendario.
–¡Basta de fechas entonces! –concluyó sacadísimo Ken, ya a punto de tirársele encima a Melchor, quizá con la idea de cagarlo a piñas.
–¡Esperen, esperen! –gritó María. Deberíamos reclamar que traigan el muñeco del niño Jesús. Pusieron en la cuna un conejo que te mira y te pregunta «¿Qué hay de nuevo, viejo?».
–Bugs Bunny. ¡Es demasiado! –dijo haciéndose el boludo un Pokémón al que habían puesto en lugar de un burro.
La familia observó cómo de pronto un piquete de muñecos de pesebre interrumpió el paso hacia la cocina. No entendían lo que estaba ocurriendo, pero ante los reclamos repusieron en el pesebre a Gaspar, al burro y al niño Jesús, al que uno de los chicos juguetonamente había colocado junto a una colección de muñecos de Mafalda. Después de eso, todo se calmó. Y todos los muñecos, juntos, reflexionaron. Fue José el que arrancó:
–Es fácil. Una parte de la sociedad quiere cambiar las cosas. Otra no. Y resiste. De esa discusión, de esa asamblea de intenciones, aparece la síntesis: lo que termina ocurriendo es una mala noticia para los dos grupos. Porque para los conservadores, las cosas cambian. Para los revolucionarios o reformistas, no cambian lo suficiente. Las coincidencias son eventuales. Las tensiones, eternas.
–¿Será que la armonía es el acuerdo entre lo que se está yendo y no quiere terminar de irse y lo que está viniendo y no termina de llegar? –se preguntó Baltasar.
El Pokémon propuso:
–Solo queda elegir: relajar y tratar de pasarla bien en la inercia de la tradición o sentirse más pleno renegando de ella. Esto no está bien y tampoco está mal. Es como lo ve cada uno.
–Claro. No existen hechos, solo interpretaciones –dijo un muñeco de Friederich Nietzsche que alguien puso detrás de un camello.
Más allá de la sorpresa de que exista un muñeco del filósofo, se abrió una nueva polémica acerca de por qué el tipo que dijo «Dios ha muerto» está en el pesebre cuando se celebra su nacimiento.
Hubo piquete de nuevo. Pero después llegó una tía con una fuente de ensalada rusa y estrellitas para los chicos y todo fue alegría.