17 de julio de 2023
En su primera experiencia como DT, Martín Demichelis moldeó un equipo ganador, vistoso y fiel al ADN millonario. Perfil del sucesor de Marcelo Gallardo.
Monumental. El entrenador saluda a la hinchada, en la noche inolvidable de la consagración ante 86.000 personas.
Fotos: Getty Images
Estaba por jugarse recién la tercera fecha del torneo que acaba de ganar River. Martín Demichelis daba la conferencia de prensa previa al partido contra Argentinos y el tema sería un asunto de salud. El entrenador de River avisó que quizá con lo que iba a contar se podía meter en problemas. «Si les pregunto a los chicos de Reserva y Cuarta todos me van a decir que tienen representante –dijo Demichelis–. Seguramente le pidan al representante el mejor teléfono, los mejores botines, no me meto en algo más profundo….». Y siguió: «Hay un grandísimo problema, y yo se los voy a decir a los chicos, lamento hacerlo público, pero se los voy a decir. Que les pidan a sus representantes que les solucionen los problemas bucodentales. Sí, hay muchos problemas desde ese aspecto. Hay muchísimas lesiones. Que les pidan un buen nutricionista, un buen dentista».
La respuesta se convirtió en títulos de los portales deportivos y puso al periodismo a explicar cómo es que las caries facilitarían las lesiones. Pero el episodio, de algún modo, actuó como una especie de presentación de Demichelis, que acaba de llegar al fútbol argentino. Lo mostró con otras inquietudes, con su formación alemana, dispuesto al detalle. Ese perfil obsesivo había llamado la atención de Enzo Francescoli, secretario técnico de River, y Matías Patanian, el vicepresidente encargado del fútbol. Eran los que conocían su trabajo en Bayern Munich, los que mantenían diálogos con él y los que avanzaron en esas charlas cuando Marcelo Gallardo les adelantó que se iría de River después de ocho años.
Mientras Gallardo se despedía después de catorce títulos, una época dorada para River, Demichelis trabajaba en Bayern Munich II, la filial que juega en la cuarta división alemana, un puente entre el primer equipo y la versión Sub 19 del conjunto alemán, a la que también había dirigido el exdefensor, quien a su vez había sido asistente de Michel en Málaga. Francescoli siguió de cerca ese proceso. El uruguayo, que había sido el artífice de la llegada de Gallardo, sabía que el club alemán no le estaba dando simplemente un trabajo a Demichelis: Bayern Munich, decía Francescoli, lo estaba preparando para ser el entrenador del equipo, algo que llegaría a su tiempo. Así como en 2014 frenó a Gallardo en su viaje hacia Rosario para firmar contrato con Newell’s, el año pasado –junto a Patanian– convenció a Demichelis para que se mudara con su familia a la Argentina.
Detrás de la huella
Que el primer título haya llegado siete meses después de su desembarco en River resulta un empujón inigualable para un ciclo que tenía el peso de la comparación con el pasado reciente. Gallardo había dejado una huella imborrable. Su sombra terrible podría ser evocada a cada momento. No se trataba solo de lo que había ganado, era también el fútbol que habían jugado sus equipos desde 2014. Es cierto que su final no había entregado la mejor versión, pero nada podía tapar lo que además había significado un cambio cultural. Más que a un equipo –en realidad, a varios– Gallardo había moldeado a un club que se había dispuesto a renacer después del descenso. Impuso un modo de conducción y trabajo que se transformó en fútbol de alto vuelo. Es curioso, pero su primer título de liga local –al revés de lo que pasó con Demichelis– llegó en su anteúltimo año en el club.
Pero, ¿cómo haría entonces Demichelis para que la figura de ese hombre convertido en estatua no lo condicionara? El espejo estaría siempre ahí, pero quizás la clave estuvo en haber encontrado el camino para desprenderse de la comparación con ese pasado. Y no porque no tuviera tropiezos. Los tuvo. Las derrotas con Belgrano (2-1 en la segunda fecha) y Arsenal (2-1 en la quinta) significaron los primeros golpes en el torneo local. Así como la caída con The Strongest (2-0 en La Paz) y, sobre todo, la goleada que le lanzó Fluminense (5-1 en Río de Janeiro) pusieron en aprietos su situación en la Copa Libertadores, que remontó con buenos partidos aunque tuvo que clasificarse a los octavos de final como segundo de los brasileños. Esa serie es el próximo desafío: le tocó Inter de Porto Alegre.
Los tropiezos fueron también aprendizajes, ayudaron a Demichelis a encontrar las mejores opciones para el equipo, que fue apareciendo en su esplendor con el correr de los partidos. Leandro González Pirez y Paulo Rojas como dupla defensiva. Enzo Díaz y Milton Casco para ir por los costados. Rodrigo Aliendro y Enzo Pérez para manejar la mitad de la cancha. Nacho Fernández, Nicolás de la Cruz y Esequiel Barco para comandar el ataque. Lucas Beltrán para que lo que se genere termine en gol. Franco Armani para evitarlos en el arco propio: el campeón del mundo fue un intocable a pesar de quedar expuesto por algunos errores.
Sintonía fina
Pero a ese equipo que se dice con facilidad se llegó después de una búsqueda. Miguel Borja y Salomón Rondón eran los delanteros a los que en un principio apostó Demichelis. Hasta que se decidió por tener un único punta. Y ese único fue Beltrán. Borja, mientras tanto, quedó como alternativa para los segundos tiempos. Igual que Agustín Palavecino en la mitad de la cancha. O Pablo Solari en el ataque. Solari, de hecho, tuvo ingresos clave que activaron al equipo. Uno de todos ellos fue contra Newell’s con un gol en tiempo de descuento. Otro fue contra Sporting Cristal en el Monumental después de un primer tiempo incómodo para el equipo.
River empezó a ser el River de Demichelis. Aunque es cierto que el entrenador –junto con sus colaboradores Germán Lux y Javier Pinola, que se retiró a fines del año pasado– no llegó con el afán de dar vuelta todo, sabía que tenía que llevar la base que había dejado Gallardo para ir haciendo sintonía fina a medida que avanzaba.
Mantuvo una línea: un equipo alto que priorice la tenencia de la pelota y que llegue al gol juntando pases. River tuvo en estos meses momentos de fútbol excepcionales. Con jugadores a los que, además, Demichelis potenció. Uno fue Aliendro, quizá la figura del equipo en este torneo. Y si bien el primer juvenil del club que sacó a la cancha fue Franco Alfonso, de 21 años, que debutó con Central Córdoba en la segunda fecha, la aparición que más entusiasma es la de Claudio «Diablito» Echeverri, que tiene 17 y jugó su primer partido oficial contra Instituto.
Es cierto que a partir de ahora a Demichelis se le demandarán nuevos objetivos. La Copa Libertadores está ahí. Es cierto también que demostró que sabía convencer de una idea a sus jugadores. Que tenía esa idea y sabía cómo transmitírsela a esos jugadores para ejecutarla. Los resultados, luego, son una decantación de esa forma de juego. El sábado, antes de la victoria antes Estudiantes que aseguraría la liga, se llevó el primer grito potente con su nombre. «Que de la mano de Demichelis todos la vuelta vamos a dar», le cantó el nuevo Monumental europeizado para 86.000 personas. A partir de ahora es él mismo su propio pasado reciente, el espejo en el que mirarse.