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Las vueltas del Globo

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Con la conducción de Néstor Apuzzo, Huracán consiguió una serie de éxitos que enaltecen la historia de un club asediado en las últimas décadas por vaivenes institucionales y decepciones deportivas.

 

Fiesta quemera. El equipo de Parque Patricios derrotó a River en San Juan y obtuvo un nuevo logro: la Supercopa argentina. (Dyn)

Néstor Apuzzo ya se había sentado entre los suplentes de Huracán cuando le tocó el número 7.099, su pasaporte a la colimba. Apuzzo, clase 63, tuvo que movilizarse para combatir en Malvinas. Aunque nunca llegó a pisar suelo isleño porque lo dejaron en el continente, sufrió las mismas infamias que otros conscriptos. Recibió palazos de un sargento, se le infectó un pie y no tuvo tratamiento y su vida quedó en suspenso durante casi dos años. Cuando volvió ya no era el mismo. Una hepatitis lo alejó del fútbol otra vez y Huracán lo dejó libre. Tenía el hígado a la miseria.
Apuzzo jugó en clubes del ascenso, manejó un taxi, atendió un estacionamiento y terminó en el equipo de fútbol de salón del Globo. Hasta que se retiró y se convirtió en entrenador. Tenía 34 años. Mientras dirigía en inferiores en Huracán, cuatro veces tuvo que salir al rescate de la Primera. Hasta que la quinta fue la definitiva: en noviembre del año pasado saltó para tomar el control de un equipo que no hacía pie en la B Nacional. Fue campeón de la Copa Argentina, se clasificó a la Copa Libertadores, consiguió uno de los diez ascensos y le arrancó a River la Supercopa Argentina. Apuzzo, a los 48 años, se transformó en un tótem de Parque Patricios. «El fútbol me salvó la vida», le dijo a Nicolás Zuberman, periodista de Tiempo Argentino. «Me crié en Villa Soldati, no me sobraba nada. Es difícil vivir ahí. Muchos amigos ya no están, otros se dedicaron a cualquier cosa», contó el entrenador. El relato, aunque cambien los barrios, se parece a una metáfora de la existencia de Huracán, un club que desde hace tiempo, esquilmado por dirigentes, empresarios y diversos oportunistas, vive en permanente estado de riesgo. Apuzzo tenía diez años cuando Huracán ganó el Metropolitano de 1973 con un equipo de leyenda. A esa edad llegó al club para jugar en Infantiles. No era el primer título del Globo, aunque algunas estadísticas se hayan encargado durante tanto tiempo –y todavía se encarguen– de olvidar los tiempos del amateurismo.
Huracán, que ya era parte de la tradición del fútbol argentino, la cultura porteña y la identidad barrial, acumulaba en 1973 cuatro títulos locales, además de cinco copas nacionales. Por eso el club muestra trece estrellas desde que ganó la última Supercopa. Los fallos de un árbitro le arrebataron el título de 2009, el año en que Huracán tuvo en la cancha un equipo que, dirigido por Ángel Cappa, le recordó con su juego las imágenes de 1973. Aquel juez, Gabriel Brazenas, no volvió a dirigir partidos en el fútbol argentino. Y Huracán se desplomó. Dos años después se fue al descenso. Carlos Babington –que había sido uno de los símbolos del equipo dirigido por Menotti, que ahora era el presidente– tuvo que irse con el club en coma. Los socios votaron a Alejandro Nadur como su reemplazante. Pero hubo una promesa de campaña en la que coincidieron las dos listas que se presentaron en esas elecciones de 2011: la vuelta de Apuzzo –ya había estado en el período 1998-2007– como coordinador de las inferiores de Huracán.

Camino espinoso
Nada fue mágico para el Globo. Lo que siguió no fue un camino sembrado de flores. Consiguió el ascenso tres años después y todo llegó rápido. Todavía estaba en la B Nacional cuando ganó la Copa Argentina gracias a las manos épicas de Marcos Díaz durante la definición por penales contra Rosario Central. De pronto, Huracán pareció viajar a velocidad supersónica. Los mismos jugadores que meses atrás transpiraban en la búsqueda de un lugar en Primera, ahora jugaban la Copa Libertadores y comenzaban a hacer equilibrio entre los otros 29 equipos del torneo local. Con un presupuesto reducido para refuerzos –entre ellos, el chileno Edson Puch, Matías Blázquez, Hugo Nervo, y un averiado Daniel Montenegro– Apuzzo se las arregló con lo que tenía y hasta se tuvo que resignar a perder el talento de Gonzalo Pity Martínez, que se marchó a River en un pase que le dio aire a las cuentas del club. Pero todavía le quedaban Alejandro Romero Gamarra, Patricio Toranzo y Ramón Wanchope Abila, además del arquero Marcos Díaz, algunos de los pilares de Huracán. Empates con Mineros, Cruzeiro en Brasil, y Universitario de Sucre como local y visitante, triunfo esperanzador con Cruzeiro en Parque Patricios y derrota de despedida ante Mineros en Venezuela. La eliminación de la Copa Libertadores, un torneo que no jugaba desde 1974, llenó de desazón a los hinchas de Huracán. Pero el fútbol es un territorio de estados de ánimo que suben y bajan en cuestión de días. Una semana después de sentirse desnudos ante los venezolanos, de recibir un golpe de agua helada en la cara, los jugadores de Huracán viajaron a San Juan para jugar la Supercopa contra River, el campeón de la Copa Sudamericana. En la misma ciudad, el mismo estadio, el Globo otra vez ponía un ladrillo en la pared. Y Apuzzo, sobre quien comenzaban a posarse las nubes de una posible tormenta, seguía ahí. Vestido de superhéroe.

Alejandro Wall

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