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Las ideas de Sava

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Ariel Scher

El DT habla de Messi y las claves del triunfo argentino en Qatar y del complejo arte de dirigir. Patronato, el legado de Griguol y sus otros oficios.

FOTO: GUIDO PIOTRKOWSKI

¿Qué es el fútbol para vos?
–Mi pasión. Lo que me genera el fútbol no me lo genera nada. Cuando empecé a nadar en aguas abiertas, estuve en un río y no sentía nada parecido a lo de la cancha. La primera vez que me metí en una carrera en el mar vi la boya como a quinientos metros. Por supuesto que no hacía pie. En soledad. Estaba en juego mi vida. Y le dije a alguien: «¿Sabés que acá no me pasa por el cuerpo, por la panza, lo que me pasó como jugador o lo que me pasa como entrenador de fútbol?». Es una adrenalina inigualable.
Facundo Sava cuenta su vínculo con el fútbol distribuyendo una adrenalina expositiva que hereda a la adrenalina que lo envuelve en los partidos. A los 48 años, viene de obtener, con Patronato y en la Copa Argentina, su primer título como director técnico en una experiencia que certificó que el fútbol es muchas cosas y, en especial, un campo para el asombro. El equipo estaba descendido a causa de débiles campañas anteriores, ostentaba una serie de triunfos frente a los poderosos de la pelota local e impresionaba por la rebelión de su juego. Contra la lógica y a favor de los sueños, salió campeón. Y encima, apenas después, la pasión futbolera le obsequió otro eslabón en la cadena de sonrisas: la selección Argentina, a la que siguió y con la que se identificó mucho, se consagró sobre el suelo de Qatar. Mucho junto. Mucho para la felicidad y mucho, también, para pensar y contar.
–Y desde lo estético, ¿qué te importa?
–Me gusta la armonización, la organización y la coordinación para que los jugadores puedan disfrutar, jugar bien, sentirse importantes, demostrar y hacer lo mejor de ellos individual y colectivamente. Cuando un equipo hace una jugada de diez toques o recupera la pelota rápido por una presión bien trabajada, es arte. Lo veo como algo muy lindo.
Suena coherente que Sava reflexione al fútbol desde lo estético. Al cabo, su historia le concede razón al gran poeta estadounidense Walt Whitman, cuyo verso más célebre enuncia «Contengo multitudes». Las multitudes que habitan a Sava: un recorrido futbolero que enlaza sus ilusiones en el club La Marina de Castelar con los pastos impecables de las ligas de Inglaterra y de España, 100 goles en la Primera de Argentina recubierto por las camisetas de Ferro, Boca, Gimnasia, Racing, Arsenal y Quilmes, un libro entretejido con sus dedos que se llama Los colores del fútbol, algunos cuentos publicados y otros por publicar, estudios de grado y de posgrado en psicología social, un lazo con el aprendizaje que lo educó en fotografía, yoga, inglés y batería, el hallazgo del triatlón a la salida del trayecto como futbolista, un nudo irrompible con sus amigos de la infancia, mil referencias al papel de su familia, un itinerario como entrenador con cielos y con tropiezos, una voz de la que siempre brota algún proyecto y una vocación por revisarse y por revisar las complejidades de la realidad.

–Siempre llenaste de elogios a Messi, incluso cuando cierto sector de la sociedad o del periodismo le bajaba el valor. Ahora, ¿qué te generó Messi?
–Me produjo mucha alegría. Tiene este premio después de tanto buscar, de tanto insistir, de tanto caerse y volver a intentar. Se dio con un grupo que lo acompañó, que lo tiró para adelante. Y se dio, por cierto, en un punto de su madurez que permite verlo bien. Todo eso, más un cuerpo técnico que estuvo atento a cada cuestión que él necesitaba, generó esto. Lo vi muy contento en cada partido. Y eso lo contagió a los compañeros y a la gente.
–Vos encabezás un cuerpo técnico y mirás desde ese lugar. ¿Qué huellas del cuerpo técnico de la selección explican este título mundial?
–En esta actuación se nota su experiencia como jugadores y como personas en la selección. Un cuerpo técnico con muchos valores: la humildad, el trabajo, el profesionalismo, el respeto. Cuando eso pasa, se transmite a los jugadores, que van por ese camino. Ese caudal de historia en diversos procesos de la selección le dio la posibilidad de estar fuerte, ser firme y ser mejor que los rivales.
–Cuando eras jugador, anotabas lo que te interesaba en cuadernos que te servirían en el tiempo de ser técnico. Eso supone que lo soñaste desde muy joven. ¿Es como te lo imaginaste?
–Muy distinto. Desarrollé distintas maneras de comunicarme, de trabajar, de ser. Fui cambiando mucho en estos años. Pensé que ser entrenador era más fácil. Me di cuenta de que es muy difícil. Estoy aprendiendo. Es una responsabilidad muy grande porque tenemos mucha gente que depende de lo que nosotros hacemos.
–¿O será que el que tuvo transformaciones fuertes fue el fútbol?
–El fútbol creció mucho a todo nivel desde que yo empecé: físico, profesional, táctico, emocional, mental, calidad de entrenamiento, cuidado personal, estrategias de gestión de clubes.
–¿Y el juego? ¿Qué ocurre con el juego en el fútbol en Argentina?
–Tenemos un fútbol de un nivel de intensidad, físico, táctica y emocional que está entre los mejores que vi en toda mi carrera. Y eso que vi muchísimos partidos como espectador, como jugador, como entrenador.
–¿Alguna de esas señales quedaron plasmadas en lo que expresó la selección en Qatar?
–Seguro. Me sentí muy identificado con lo que nos pasó en Patronato, salvando todas las distancias. Había un grupo que en cada entrenamiento quería ser mejor, el que jugaba y el que no jugaba ponía todo. Lo percibí muy atento a Scaloni sobre los que no jugaban o jugaban poco. Nosotros, con Patronato, cambiábamos mucho de una fecha a otra. Me sentí muy identificado, entre otras cosas, porque en la Argentina hay muchos equipos que cambian de sistema varias veces por partido. Mucho de lo que pasa en la selección, también pasa en el fútbol argentino.
–¿Pero hubo dimensiones del juego que te asombraron en Qatar?
–Con mi cuerpo técnico, analizamos doce equipos de este Mundial. No registré grandes modificaciones tácticas. Lo mejor que vi fue Argentina, cambiando de sistema de un partido a otro o en el mismo partido, sorprendiendo a los adversarios. Eso de los cinco atrás, que por ahí eran tres o eran cuatro, por ejemplo. La mayoría de los equipos me pareció conservadora. Equipos que atacaban solo cuando perdían. O presionaban solo en esa situación. A Francia, por supuesto, lo vi también con movimientos muy interesantes alrededor de Griezmann. Pero lo de Argentina resultó superior.
–El fútbol es tu pasión, pero las pasiones incluyen contradicciones. ¿Qué no te gusta del fútbol?
–No me gustan las concentraciones, estar en un hotel. A los jugadores de Patronato les di para elegir y prefirieron concentrarse. Las pretemporadas largas no me gustan. Y no me gusta eso de que solo sirve el que gana, que el que pierde no sirve para nada. Es algo que no ocurre nada más que en el fútbol, sino que atraviesa a nuestra sociedad. El otro día pensé qué pasaba si perdíamos la final de Patronato contra Talleres. Para mí no cambiaba nada. Porque el camino transcurrido desde que llegamos al club hasta ese partido lo disfruté muchísimo. Fue más lindo terminar con el triunfo. Pero si perdíamos me hubiese sentido bien, muy bien. Fuimos creciendo, mejoramos como grupo. Mejoramos individualmente cada jugador y nosotros. Los hinchas disfrutaron, los dirigentes crecieron con nosotros. Eso no cambia con ganar o perder la final. El sentimiento hubiese sido el mismo: alegría por todo lo transcurrido.
–La percepción social habría sido otra.
–Por ahí, si perdíamos, mucha gente habría dicho «nunca ganó nada». Yo no comparto eso. Para mí, ganar era todo lo que habíamos hecho. En la vida se gana y se pierde todo el tiempo. El hecho de haber pasado, en el club, muchos momentos muy difíciles con los jugadores es un triunfo. Y que los jugadores tengan espacio para expresar lo que sienten –angustia, tristeza, enojo, alegría–, respetar sus tiempos y después enfocarnos en el trabajo, es un triunfo. Ganar no pasa por levantar una copa sino por el camino transcurrido. Como entrenador, siento que voy triunfando más allá de los golpes que he tenido. Los golpes me han hecho crecer, entonces siento que gano. Pierdo en un momento porque me siento mal, con sentimientos feos. Pero cuando puedo trabajar con eso y puedo transformarlo en algo positivo, siento que gano. Todo lo malo que me pasó, lo transformé. Trabajé mucho para que eso pasara. No me he quedado de brazos cruzados, no me quedé en la cómoda diciendo que estoy enojado o puteando a alguien. Es un proceso en el que estoy y es muy bueno.
–¿Te sucedió al revés: ganar pero sentir algo parecido a perder?
–Cuando ganamos y no jugamos bien, no estoy cien por ciento contento. Veo que hay cosas que, si las hacemos de esa manera, nos costará volver a ganar. Trato de enfocarme en lo que hicimos en cada partido, más allá del resultado. Después de un partido, me dejo fluir un rato y luego me enfoco en lo que nos pasó y en lo que tenemos que hacer. Pienso en qué tenemos que mejorar como cuerpo técnico y recién luego vamos a los jugadores. Para poder hablar de alguien que no es uno primero hay que estar seguro de lo que le pasó a uno mismo.
–¿De quién aprendiste a hacer lo que hacés ahora?
–De todos. De Carlos Timoteo Griguol, uno de mis mentores. De Oscar Garré, Víctor Marchesini, Néstor Lorenzo, el Ratón Ayala, el Mono Burgos. Jugadores debería nombrar muchísimos. De los entrenadores saqué cosas buenas y otras que no me parecían. Yo anotaba todo. Unai Emery fue de los mejores. Y los que no tuve: el Muñeco Gallardo, Pep Guardiola, Mourinho, Klopp, Bielsa, Sampaoli. Hay muchos que me gustan.
–Solés contar que Griguol se ubica en el corazón de tu camino en el fútbol. ¿Qué harías si pudieras volver a cruzártelo después de lo que te pasó con Patronato?
–Abrazarlo y agradecerle. Charlaría con él cosas de la vida. Lo traigo todo el tiempo a mi cabeza con distintas situaciones de manejo de grupo, de cosas tácticas. Me acuerdo de él cuando llueve porque nos hacía cambiar la táctica por el campo de juego. Me acuerdo cuando hablo con los jugadores y, casi textualmente, les digo lo que me decía Griguol sobre estudiar, sobre cuidar el cuerpo, sobre cuidar el dinero, sobre el respeto por los rivales y el respeto por los réferis en el sentido de que hay lugares que no se pueden sobrepasar. Griguol me explicó que el rival no es un enemigo que me quiere asesinar sino alguien que me obliga a ser mejor que él para ganarle el partido y tengo que agradecerle eso. Que no es de vida o muerte esto: eso me lo enseñó Griguol. 
–Es un montón.
–Un día Griguol me agarró en Pontevedra. Yo ya jugaba en Primera. Me dijo: «¿Cuánto dinero tenés?». «Diez pesos», le contesté. «¿Y qué vas a hacer con eso?», me preguntó. Mi respuesta: «Y… Carlos, necesito comprarme un auto porque yo llego a las doce de la noche de la facultad, y tengo que ir al gimnasio de Valdecantos allá en Vicente López, y salgo a las 6 de la mañana, y camino veinte cuadras hasta la estación». Pero él insistió: «Y pero hasta ahora, haciendo todo eso, te fue bien: estás jugando en Primera, estás jugando bien. ¿Por qué no seguís así? Vení, llamá a tu papá y decile que hoy a las tres de la tarde vamos a ir a Acoyte y Rivadavia y te voy a presentar a una gente para que vos hagas lo que yo creo que tenés que hacer. Con el tiempo me lo vas a agradecer». Yo tenía 19 años. «Pero mi viejo está trabajando, no sé si puede venir», le comenté. «Decile que si no puede a las tres, que sea a las cinco», me volvió a decir. Llamé: «Pa, mirá, dice Griguol que estés a las tres o a las cinco, que quiere que veamos la posibilidad de comprar un departamento porque la plata mejor invertida es ahí, que lo importante es no perderla, que como jugador de fútbol es como voy a ganar dinero». Y, bueno, fuimos: si yo tenía diez pesos, el departamento, en Caballito, valía setenta. Me dieron tres años en vez de dos para pagarlo. Y no tuve auto hasta que empecé a jugar en Boca. Viajaba en tren y buscaba las moneditas de cinco centavos en el piso para pagar el departamento. A los 22 había pagado mi vivienda gracias a lo que me hizo hacer Griguol. Así era.
–También hablaste y escribiste seguido sobre lo que Maradona provocó en tu vida.
–Cada vez que veo algo relacionado con Maradona siento tristeza y angustia. Me pasa eso: no poder verlo ni escucharlo. Sí está lo que vivimos con él. Yo lloré mucho cuando él se murió. Estaba en casa y miraba en la tele cuando su cuerpo pasaba por la Autopista del Oeste cerca de donde vivo y lloré como un nene. Diego fue alguien para mí muy importante: me hizo amar el fútbol. Como Víctor Hugo. Como los amigos del barrio.
¿Y cuando ves jugar a Messi se te cruza algo parecido?
–Me pasan cosas muy lindas. No las que me pasaban con Diego. Yo tomé conciencia del fútbol con Maradona. Diego representa mis épocas más alocadas de pasión. A Messi lo veo desde esta época de mayor equilibrio emocional mío. Lo disfruto distinto. Qué sé yo: por ahí hasta es mejor Messi. Todos sus partidos tengo que mirarlos. Cuando él deje de jugar, sé que no voy a ver otra cosa igual. Pero, emocionalmente, para mí, Maradona.
–En el final de julio, Patronato y vos pasaron por un episodio más que feo cuando los despojaron en el partido con Barracas Central. ¿Qué te mantiene la pasión cuando el fútbol te pone en esas situaciones?
–Me sostiene el hecho de seguir creciendo como director técnico. Me sostiene lo que siento cuando entro a una cancha, cuando los jugadores van a hacer la entrada en calor, cuando damos la charla técnica, cuando planificamos un partido. El sueño es la pasión. Me divierto, la paso bien. También sueño dirigir algún día a Europa, quién sabe a la selección, que era lo que soñaba cuando empecé, más allá de que sé que está lejos. También estaba lejos ser jugador cuando me regalaron una radio y escuchaba relatar a Víctor Hugo. Y se fue dando como naturalmente, en algo que transcurrió entre los 6 y los 19 años, cuando debuté en Primera. Crezco con todo lo que me pasa.
–Estudiaste siempre, estudiaste cuestiones que no suele estar en el centro de los procesos formativos en el fútbol. ¿Te embroma que te estampen etiquetas por eso?
–Todo lo que hago me gusta hacerlo y estoy contento: más que suficiente. No pienso en lo que dicen lo demás. Lo que importa es que esté bien, que mis amigos estén contentos de tenerme como amigo, que esté bien mi familia, que esté bien con mis hijos y con mi mujer. Y disfrutar de cada cosa que hago. Soy inquieto. Siempre ando probando cosas nuevas. Y me concentro en eso.
–¿Qué te dio, más allá de esas etiquetas, la psicología social para tu trabajo cotidiano como entrenador?
–Me ayudó mucho. Me dio muchas herramientas respecto al trabajo de grupos, a la comunicación, a los vínculos, a los roles, al liderazgo, a relacionarme con gente de otros ámbitos. Me ayudó a pensar y a repensar las cosas desde otros lugares. Disfruto mucho de leer y de estudiar. Y lo seguiré haciendo.
–De leer, de estudiar y, además, de escribir. Sos autor de un libro, sumaste un cuento que se llama «El mozo y el sabio» a la colección Pelota de papel en la que escriben deportistas. ¿La aventura de Patronato da para que escribas esa historia?
–Estoy escribiendo un libro sobre psicología, psicología social, fútbol y liderazgo con el psicólogo Fernando Fabris. Está casi listo y está muy bueno. Tenemos que terminarlo pero los dos anduvimos muy ocupados en los últimos meses. Cierto que lo que vivimos en Patronato fue muy fuerte. En algún momento lo haré, lo voy a escribir.

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