16 de septiembre de 2021
La delegación argentina firmó su mejor actuación tras 25 años. La historia de los Murciélagos, abanderados del deporte adaptado, que demanda mayor difusión.
Son de plata. Maximiliano Espinillo, el goleador albiceleste, frente a un rival brasileño, en la final por el oro disputada en el Urban Sports Park.
AFP/DACHARY
Maximiliano Espinillo fue el encargado de agitar la bandera argentina en el cierre de los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Su imagen era la de un equipo, los Murciélagos, la selección argentina de fútbol para ciegos, que se llevó la medalla de plata de la capital japonesa. Y era también la imagen de una delegación que cosechó, en total, 9 medallas y 32 diplomas, lo que significó la mejor actuación en 25 años del paralimpismo argentino después de un año de incertidumbre por la pandemia que implicó el aplazamiento de la competición, al igual que los Juegos Olímpicos.
Los Murciélagos tienen una historia detrás, son parte de la tradición colectiva del deporte argentino. El segundo puesto en el podio de Tokio fue la cuarta medalla para la selección después de la plata en Atenas 2004 y el bronce en Beijing 2008 y Río 2016. El nombre más simbólico del equipo es Silvio Velo, un emblema del fútbol 5 para ciegos, bicampeón del mundo y triple medallista paralímpico. Velo jugó en River y luego pasó a Boca, su actual club, y fue el autor del apodo que mantiene la selección. «Ahora venimos nosotros, los Murciélagos», dijo Velo en 2002 después de que nacieran las Leonas. Y aunque quedó afuera del equipo que viajó a Tokio, sintió la medalla paralímpica como propia: «Gracias muchachos por representarnos de esa manera, me siento muy orgulloso de pertenecer a este equipo. No perdimos nada, ganamos mucho. Aguante Argentina», escribió en su cuenta de Instagram.
Sin Velo, la figura de los Murciélagos en Tokio fue Espinillo, un cordobés de 27 años que quedó ciego a los cuatro por un desprendimiento de retina y una operación que no salió bien. Maxi creció en Villa El Nailon con padres vendedores ambulantes, changas que él mismo hizo arriba de los colectivos. «Mi infancia fue muy buena», contó Maxi en una entrevista con el canal DeporTV previa a Tokio. Comenzó ahí a jugar al fútbol. Metía una pelota en una bolsa, algunas piedras adentro para que hicieran ruido, y así empezó a desarrollar su pegada. Porque Espinillo tiene una gran pegada, la que le descubrió Martín Demonte –entrenador del equipo desde hace doce años– la primera vez que lo vio jugar durante una visita a una práctica de los Murciélagos. Demonte le ofreció jugar en la selección. Maxi le dijo que no, que todavía era chico, no era su momento. Y su momento llegó: en Tokio 2014 fue subcampeón del mundo, igual que en Madrid 2018. En el medio, fue parte de la medalla de plata en Río 2016, además de los segundos puestos en los podios parapanamericanos de Toronto 2015 y Lima 2019.
Demonte esperaba que Tokio 2020 fuera para su jugador el gran despegue, que empezara a ser considerado en el mundo. Espinillo respondió bien a ese desafío. Con sus siete goles, fue el goleador de los Murciélagos. Su pegada llevó al equipo a la final con Brasil, que perdió 1-0, con lo justo. Pero como ocurre en esas circunstancias, lo que queda después de la derrota es la conciencia del triunfo: no se pierde el oro, se gana la plata. Maxi, además, se ganó su lugar. «Es el delantero número 1 del mundo, el mejor. Es inteligente, es hábil jugando, y es fuerte mentalmente», le dijo Satoshi Takada, entrenador de la selección japonesa de fútbol 5 para ciegos, a Paradeportes, un sitio dedicado al deporte adaptado, inclusivo y paralímpico.
Espinillo, que ahora vive en Santa Fe y juega en Los Búhos, un equipo de la liga de esa provincia, representa a ese deporte inclusivo, por eso llevó la bandera argentina en la clausura de Tokio 2020, al frente de una delegación que tuvo 57 representantes en 11 disciplinas distintas y que terminó en el puesto 63º de una tabla liderada por China (207 medallas), Reino Unido (124) y Estados Unidos (104). Pero en ese mapa general, las nueve medallas (cinco de plata y cuatro de bronce) igualaron la cantidad obtenida en Atlanta 1996, que hasta ahora había sido la participación argentina más exitosa en los Juegos Paralímpicos.
La que abrió el camino en Tokio fue la entrerriana Antonella Ruiz Díaz, que a los 24 años se quedó con la medalla de bronce en lanzamiento de bala F41. Sus 9,50 metros fueron la mejor marca personal para Antonella. Lo mismo que los 6,44 metros que realizó el rosarino Brian Impellizzeri para llevarse la plateada en salto en largo T37. Otra plata que llegó desde Rosario fue la de Fernando Carlomagno, que a los 28 años se subió al segundo lugar del podio en natación –100 metros espalda S7–; igual que Matías De Andrade, en su caso en los 100 metros espalda S6. En taekwondo, el bonaerense Juan Samorano se llevó el bronce en K55 hasta 75 kilos después de una patada en el último segundo ante el kazajo Nurlan Dombayev, que fue dos veces campeón del mundo.
Otros premios
Pero sin dudas el atletismo aportó la máxima cosecha. A Ruiz Díaz e Impellizzeri se les sumó el rionegrino Hernán Urra, que ganó la plateada en lanzamiento de bala F35, y el pergaminense Alexis Chávez, que a los 19 años se quedó con el segundo lugar en el podio en los 100 metros T36. Y el bronce en los 200 metros T36, quizá la atleta paralímpica más importante del país, la rosarina Yanina Martínez, que marcó un tiempo de 30,96 segundos, su mejor marca en el año. Yanina ya había sido tercera en Londres 2012, con 19 años, pero como se terminó considerando que había obstruido a un rival fue despojada de la medalla: se llevó un diploma olímpico. Tuvo revancha, sin embargo, en Río 2016, donde fue oro en los 100 metros, su otra especialidad.
Esa vez, en la capital brasileña, fue Yanina la abanderada argentina en el cierre. Como Maxi Espinillo lo fue en Tokio. Son los nombres de un paralimpismo que busca también más cobertura (en la Argentina se transmitió por el canal DeporTV). «Estoy contento por la difusión que tomó el campeonato que hicimos –le dijo Maxi al diario cordobés La Voz del Interior–. Logramos mucha trascendencia y eso es súper importante para nosotros. Realmente necesitamos que el deporte adaptado tenga difusión, para lograr más apoyo. Al ser un deporte amateur, todo cuesta dinero. Es fundamental que los chicos con discapacidad visual se acerquen no solamente al fútbol, sino a cualquier deporte. La mejor medalla es que algún chico se acerque a hacer deporte adaptado en algún punto del país. Ese es el mejor premio». Para él, el fútbol fue una salida. Su ceguera no fue un límite para disfrutar del juego, incluso para competir. Tokio fue su gran salto. Y la posibilidad de que su historia inspire a otros.