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La obra del escritor abarcó desde el género fantástico al policial. Impulsados por una imaginación desbordante, sus relatos configuran un particular estilo. Sus libros clásicos y su amistad con Borges.

 

Perfil. Bioy Casares supo combinar el lenguaje cotidiano con situaciones insólitas. (Archivo Acción)

El 15 de setiembre de 1914 nacía en Buenos Aires, en el barrio de Recoleta, el hijo único de Adolfo Bioy Domecq y Marta Ignacia Casares Lynch. Perteneciente a la aristocracia local, no conoció los apremios del trabajo y pudo moverse libremente en ámbitos culturales que incluyeron sus incursiones en carreras universitarias no concluidas (Derecho, Filosofía y Letras). Según sus deseos e intereses, se abocó a la lectura y al aprendizaje de idiomas (inglés, francés, alemán). Comenzó a escribir y publicar desde la adolescencia, pero esos primeros tanteos literarios fueron posteriormente desechados por el propio autor.
En los años 30, Bioy Casares se vinculó con el grupo de la revista Sur, proyecto diseñado y puesto en marcha por Victoria Ocampo, quien se convertiría en su cuñada cuando Bioy se casó con una de las hermanas de Victoria, también escritora, Silvina Ocampo. Para entonces, ya había tenido ocasión, en las reuniones de intelectuales propiciadas por Victoria, de conocer a quien fue no sólo un amigo entrañable, sino también su mejor interlocutor: Jorge Luis Borges, quien por entonces había logrado reconocimiento en el ambiente literario, contaba con la experiencia de su temprana estadía en Europa, había participado en la revista Martín Fierro y gozaba de un lugar destacado en Sur.
Bioy y Borges compartirían lecturas, discusiones sobre libros y autores, además del interés por el cine: escribieron guiones y algunos de sus respectivos textos fueron filmados. Tenían fuertes afinidades literarias, como el común gusto por los relatos fantásticos y policiales. Compartieron también una postura fuertemente antiperonista, de la que surge el cuento que ambos pergeñaron, «La fiesta del monstruo», en el cual los personajes populares aparecen como figuras grotescas y violentas, y hablan en una especie de cocoliche.
Junto con Silvina Ocampo, ambos elaboraron una Antología de la literatura fantástica que se publicó en 1940. Bioy escribió un prólogo donde trató de definir características de tan variados relatos, cuyo denominador común era su alejamiento del realismo. El elogio dedicado a Borges muestra cuáles son sus preferencias literarias: «Con “El acercamiento a Almotásim”, con “Pierre Menard”, con “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges ha creado un nuevo género literario, que participa del ensayo y de la ficción; son ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación feliz, carentes de languideces, de todo elemento humano, patético o sentimental, y destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura».
En cuanto al género policial, Borges y Bioy se inclinaron por la llamada vertiente clásica, donde lo que predomina es la lógica del detective para resolver el caso. Juntos escribieron varios relatos firmados con los seudónimos H. Bustos Domecq (Seis problemas para don Isidro Parodi, 1942 y Dos fantasías memorables, 1946) y B. Suárez Lynch (Un modelo para la muerte, 1946). Además, difundieron el género en la colección El Séptimo Círculo de la editorial Emecé.
Por La invención de Morel, Bioy Casares obtuvo el primer premio municipal. En este relato fantástico se cuenta la historia de un personaje que escapa a una isla, en la que viven seres producidos por una máquina inventada por Morel: en verdad, son imágenes que repiten siempre las mismas acciones. La novela tuvo muy favorable recepción, Borges la consideró «perfecta». Plan de evasión, su segunda novela, también incursiona en fantasías científicas e incorpora hipótesis sobre la percepción de la realidad. La trama celeste es una colección de cuentos, la primera de una serie que prosiguió en los 50 y 60. No faltan en los relatos de Bioy las alusiones literarias y filosóficas. Además, lo extraordinario puede combinarse con cierto tono burlesco, que da como resultado una sátira sobre supersticiones y creencias en Una historia prodigiosa (1961).
El esclarecimiento del enigma, los pasos de la investigación adquieren igual o mayor importancia que lo que se está tratando de descubrir, por ejemplo en «El perjurio de la nieve», donde saber quién es el autor del crimen importa quizá menos que dilucidar los móviles y las motivaciones de los personajes. La obra fue llevada al cine por Leopoldo Torre Nilson con el título El crimen de Oribe. En una novela como El sueño de los héroes (1954), Bioy sitúa la historia en los barrios porteños, utiliza formas coloquiales y se refiere a ciertos mitos nacionales. También el Diario de la guerra del cerdo (1969) transcurre en el barrio de Palermo, en el que se desencadena una incomprensible historia de violencia, mientras que Dormir al sol (1973) se ubica en el barrio de Villa Urquiza y, también allí, el lenguaje cotidiano contrasta con situaciones insólitas. Tanto en el Diario… como en Dormir al sol aparece la temática amorosa, que resurge en El héroe de las mujeres, último libro de cuentos, publicado en 1978. Además de su obra narrativa y de algunos ensayos, llevó un voluminoso Diario, base de la edición de varios textos: Memorias (1994), Descanso de caminantes (2001) y Borges (2006), Este último, a través de 1.589 páginas, registra la amistad entre Borges y Bioy desde 1947 hasta su despedida telefónica el 17 de mayo de 1986, cuando desde Ginebra Borges le dijo: «No voy a volver nunca más». El libro culmina en 1989, evocando los últimos momentos de Borges. Diez años más tarde, Bioy Casares murió en Buenos Aires. Quien recibiera el Premio Cervantes dijo alguna vez que esperaba que de él sólo se dijera: «Era un hombre al que le gustaba la literatura».

Susana Cella

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