9 de septiembre de 2015
El instrumento de origen hawaiano protagoniza un curioso romance con los músicos locales. Características de un sonido que atraviesa los géneros y las épocas.
En el tren de la tarde se sube una chica. Tiene, entre las manos, una especie de guitarrita roja que, de tan pequeña, casi parece un juguete que sostiene con los brazos encogidos. No toca para los pasajeros: apenas ensaya, bajito, para sí misma. En las cinco estaciones que restan hasta llegar a la cabecera, las miradas pierden la discreción y se posan curiosas sobre las cuatro cuerdas. Porque no, no es una guitarra, sino un ukelele, uno de los sonidos de moda en el mundillo de la música indie. «Yo sé que está de moda y que a algunos eso les da bronca, te vienen con el “uh, yo lo tocaba cuando no lo conocía nadie y ahora están todos con lo mismo”. Pero pienso lo contrario, ¡qué copado que se ponga de moda un instrumento y que la gente se relacione más con la música!», celebra Mel Muñiz, cantante de La Familia de Ukeleles, una banda que en solo tres años de carrera se convirtió en un referente insoslayable del circuito y, claro, de los amantes del instrumento de origen hawaiano. Aunque hay una especie de boom que a Muñiz y sus compañeros y colegas les permite vivir del ukelele entre clases, venta de instrumentos y recitales, la cuestión todavía está en pañales. En la Argentina recién este año se realizará el segundo Ukelele Festival que, como en 2014, reunirá a bandas que lo incluyen como componente central de sus canciones. En otros países, explica a Acción Marcelo Klein, coorganizador del festival junto con Evangelina y Juan Pablo Bartelo, se realizan desde hace más de dos décadas.
Además de La Familia de Ukeleles, en el festival también participaron Palta, Los Muditos y Las Nueces Mágicas, entre muchos otros. Para Klein, igual, no puede hablarse de «moda», porque si no «habría más ukeleles por todos lados». Lo que demostró su experiencia junto con los Bartelo es que sí hay una movida que puede agruparse y crecer, tomando como referencia lo que sucede en el exterior, de donde surgió la inspiración. «Vino un amigo cineasta colombiano que había estado en uno de esos eventos en China y me preguntó para cuándo hacíamos uno nosotros. Y bueno, lo hicimos».
Su sonido recorre todos los géneros musicales imaginables, pero se destaca en el swing, el calipso, algunas variantes del jazz, el folk y hasta el pop. Nacido en Hawái, se popularizó en Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX, sobre todo gracias a Hollywood. Es un instrumento de cuatro cuerdas con una gama tonal bastante amplia, aunque, según aclara Klein, en la Argentina predomina el soprano, algo que atribuye a la labor docente de los integrantes de La Familia de Ukeleles. «Si buscás cosas de Roy Met, no podés creer la habilidad que tiene: es un buen referente del virtuosismo que podés lograr», destaca Marisa Fernández Villalba, cantante y ukelelista de Palta. Efectivamente, una rápida búsqueda en YouTube muestra a Met haciendo cosas asombrosas en el cine blanco y negro de los años dorados de Hollywood. Para ejemplos más contemporáneos, Klein sugiere escuchar a Beirut, una banda independiente estadounidense que cruza pop, folk, ritmos mexicanos y de Europa del Este. Allí Zach Condon, líder del grupo, toca la variante tenor del instrumento.
Las chicas de Palta suelen dar conciertos en la calle o en las plazas. Y es muy curioso descubrir que la mayoría de los transeúntes no miran a Marisa, sino a su pequeño instrumento. Quienes tocan un ukelele quedan encantados y se vuelven devotos de sus cuatro cuerdas. ¿Por qué genera tanto encanto? Klein lo define como «un estilo de vida». Él llegó allí casi de casualidad, con los tendones de su brazo lastimados e imposibilitado de seguir tocando la guitarra.
«Me ayudó mucho con la rehabilitación, porque para tocar la guitarra usás el codo y acá tocás con la muñeca, entonces no se te acalambra el brazo», ahonda Klein. Cuando compró el primero, los vendedores no sabían nada de su existencia. Y tuvo que buscar tutoriales de Internet para aprender a afinarlo. Hoy no solo encabeza su propia tienda, sino que también los colecciona: tiene 8 en diferentes escalas y estilos. Hasta tiene un híbrido con el banjo, el «banjolele».
Para Muñiz, dar con sus cuatro cuerdas fue una suerte de epifanía que le permitió bajar a tierra todo lo que había estudiado en una escuela de música porteña, la EMBA. «Con el ukelele terminé de entender todo eso y ahora lo veo desde un lugar más armónico», asegura ella, que llegó a integrar La Familia de Ukeleles cuando Matías, su fundador, la invitó a participar tras un puñado de clases.
«Es un instrumento muy accesible», comenta Fernández Villalba, a quien el ukelele le permitió encontrar el modo de acompañar instrumentalmente a sus compañeras de banda. «Es fácil de tocar y le sacás sonido enseguida, en ese sentido es muy noble, pero no se agota sonoramente», cuenta. Y, claro, reconoce el efecto que provoca en la gente: «Es como un bichito chiquito, un objeto pequeño que larga sonido y no te imaginás cómo, porque lo ves y no sabés cómo suena», describe. «Encima yo tengo un estuche muy lindo en el que juntamos los billetes y, cuando lo tengo ahí, me preguntan qué es: tiene algo que genera curiosidad y da mucha ternura».
—Andrés Valenzuela