Cultura

Sello propio

Tiempo de lectura: ...

Entre la sobriedad y el absurdo, el músico y escritor uruguayo le dio forma a una obra única. Con nuevo disco bajo el brazo, recuerda sus comienzos y analiza su estilo.

 

Partituras y radio. Estudió música clásica en su infancia, pero su oído siempre estuvo atento a las canciones populares. (Prensa)

Lo conocemos: Leo Maslíah es el rey uruguayo del absurdo, el mix rioplatense exacto entre Groucho Marx y Woody Allen, un pianista maravilloso, un compositor original, un cantante personalísimo y un trabajador tenaz. Ha escrito óperas, decenas de novelas, poesía, obras de teatro, canciones, guiones. Todo tiene la misma respiración, el mismo sabor: es lo que destaca a este chef cuyos platos pueden ser sobrios, pueden limitar con la extravagancia, pero son siempre únicos.
Tuvo, como otros artistas, una importancia clave en la Argentina de fin de dictadura y principios de la democracia. Motorizado por la revista Humor, irrumpió como una rara avis del canto popular uruguayo y fue uno de los protagonistas del circuito de los pubs de aquellos años de olla a presión destapada.

 

Alma de Montevideo
Estudió piano clásico y fue discípulo de Coriún Aharonian, uno de los maestros de composición más prestigiosos del Uruguay. En 1981 mostró su premiada obra electroacústica Llanto. Más de 20 años después, cumplió el sueño de abordar a su admirado conde de Lautrémont, al estrenar en el Colón bajo su régie la ópera Maldoror. Su dupla con Jorge Lazaroff  fue un hito de la más sofisticada música popular de la América Latina y supo protagonizar en la televisión argentina el primer año de Peor es nada, junto con Jorge Guinzburg y Horacio Fontova.
Su cancionero es vasto, desparejo y por momentos extraordinario. Su tema «Biromes y servilletas» –una indagación poética del alma de Montevideo– es una de las más versionadas, en un arco que va de Milton Nascimento a Jaime Roos. Acaba de sacar un disco nuevo, Luna sola. Habla con minuciosidad. Busca la exactitud como si todo, al fin, se tratara de una obra propia. «En realidad no empecé tocando música clásica, sino que la enseñanza del piano en mi infancia se hacía en casi todos lados a través de libros de estudio del área clásica. Pero yo tocaba de todo, sacaba de oído cosas que oía en la radio, o de discos de música popular».
–¿Fueron importantes las enseñanzas de  Coriún Aharonian?
–Sí, en mí y en mucha gente. Coriún es un musicólogo, compositor y docente que tuvo entre sus alumnos a integrantes de varias generaciones de músicos populares e impopulares. Yo estuve yendo a su casa entre los años 1977 y 1981. Formaba parte de un grupo de alumnos junto con Fernando Cabrera, Carlos Da Silveira, Bernardo Aguerre y otros. Además del trabajo compositivo y analítico, recibíamos una especie de panorama auditivo de las diferentes corrientes de la música llamada «contemporánea», de gran valor. La mayor parte de esas obras no circulaban en Uruguay.
Luna sola es una sucinta síntesis de lo que viene ofreciendo: canciones prosaicas, pianísticas, susurradas, de cámara, con una pátina de humor zumbón que se puede adivinar desde algunos títulos, como «Alí Babá y los 40 hombres honestos», «Romance de la orquesta y el caño de escape» o «I lique roc». También realiza una operación que ya había hecho en otras oportunidades: tomar una canción popular para deformarla o dejar al descubierto otras posibilidades, como si la esculpiera para así descubrir otra canción que acechaba dentro de la original. Aquí versiona «Oración del remanso», de Jorge Fandermole. «No tengo ningún motivo de orden general para versionar una canción. En este caso el trabajo surgió a raíz de haber propuesto a un grupo de alumnos versionar esta hermosa canción alterando de alguna manera alguno de sus componentes, o parámetros», dice.
–Hay temas, como «Líneas», que son totalmente prosaicos: narraciones con música. ¿Cómo trabajás en esos casos?
–Es que no tengo ningún modo de componer. O sí, tengo uno solo: hacer lo que se me ocurra. «Líneas» es una novela que escribí y publiqué en los 90 y, años después, se me ocurrió ponerle música. Lo que está en el disco corresponde a las primeras páginas. Quizá alguna vez musicalice lo que sigue, parcial o totalmente.
–Sos muy prolífico, ¿tenés algún mecanismo de producción?
–Tengo cientos de ideas anotadas, y voy trabajando según se combinen en distintas proporciones las ganas y los cronogramas laborales. También cuando puedo estudio algo de piano, cosas que no tengan nada que ver con lo que voy a tocar en presentaciones. Lo que más tiempo me vino llevando en estos años fue el «aprolijamiento» de partituras en la computadora, para distintas orquestas y bandas sinfónicas con las que toqué. Por cada cinco minutos de trabajo creativo, tengo varias horas de tediosa tarea para que las partes de cada instrumento sean legibles e imprimibles. Y lo mismo con la edición de grabaciones. Saqué varios discos (aunque los discos casi no existen, es decir, «sacarlos» no significa prácticamente nada) cuya grabación y edición fueron en gran parte hechas por mí antes de ir con todo eso a un estudio a mezclar. Todo eso no es trabajo «creativo», pero es lo que me lleva más tiempo.
La tapa de Luna sola es una fotografía de Maslíah  frente al mar, de noche, con una gigante luna llena que brilla alta en el cielo. Esa figura medio quijotesca que parece escudriñar la inmensidad sugiere la perplejidad y la soledad de un artista sin rótulo que siempre hace, tercamente, lo único que sabe hacer: ser él mismo.

Mariano del Mazo

Estás leyendo:

Cultura

Sello propio