Cultura

Retrato de familia

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Dramaturgos y directores toman las relaciones entre padres,
hijos y hermanos como tema central de sus puestas en escena. Opiniones sobre una tendencia que gana terreno en la cartelera.

 

Hito. La omisión de la familia Coleman se mantiene en cartel desde hace una década. (Giampaolo Sama)

Hoy están La omisión de la familia Coleman, La Nona, Emilia, El viento en un violín, El loco y la camisa. Hace poco estuvieron El secreto de la vida, La familia argentina, Sonata de otoño, Agosto, Todos eran mis hijos y tantas otras. Y si hacemos historia, hay que mencionar En familia (1905), de Florencio Sánchez, Las de Barranco (1908), de Gregorio de Laferrère; Stéfano (1928), de Armando Discépolo; Así es la vida (1934), de Arnaldo Malfatti. Todas tienen en común a las familias disfuncionales, una tendencia que se ha hecho corriente en los últimos años, sobre todo en la cartelera alternativa de Buenos Aires.
«La recreación dramatúrgica de la familia disfuncional no es algo inherente a este siglo, sino que proviene de la antigua Grecia. Los griegos sí que sabían de familias disfuncionales. Desde el surgimiento del teatro como expresión artística en la antigüedad clásica, dramaturgos como Sófocles, Eurípides y Esquilo pudieron captarlas con enorme certeza», explica el periodista especializado Norberto Bogard, mexicano radicado en Nueva York. «Después de las tragedias griegas, el drama de las familias disfuncionales –completa Bogard– cobró una fuerza más reveladora e impactante durante el siglo XX, con la aparición de un escritor como Eugene O’Neill, quien supo cómo explotarlas con una óptica más profunda».

 

Desde Caín y Abel
El autor Roberto Tito Cossa ofrece su punto de vista: «El teatro es interesante y catártico cuando presenta familias disfuncionales. Me vienen a la mente dos, de dramaturgos maestros: Un frágil equilibrio, de Edward Albee (ahora en Broadway, con Glenn Close), y La gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams. Además, claro, del mencionado O’Neill, cuyas obras continúan representándose en todo el mundo».
Nelson Valente, director de El loco y la camisa, tiene sus dudas: «No sé si están de moda las obras con este tópico, pero puede que lo estén las familias disfuncionales y quizá el teatro expone algo de eso». En El loco y la camisa, una familia del Conurbano esconde a su hijo loco de todas las maneras posibles. «¿Quiénes son los locos y quiénes los sanos? No existe mayor locura que vivir en la continua mentira», analiza el propio Valente.
Mauricio Kartun, autor y director de la vigente Terrenal, piensa que «las familias disfuncionales son hoy un género del teatro, la televisión y el cine, sobre todo del independiente. Siempre hubo ese tipo de familias con problemas y podría decirse que siempre estuvieron de moda, desde Caín y Abel, pasando por Edipo, Layo y Yocasta, hasta las que se muestran en los escenarios y las pantallas porteñas». También hacedor de El niño argentino y Ala de criados, Kartun va más allá: «Siento que hay en mis últimas obras una disfuncionalidad significante, constructora de todo. La dramaturgia argentina de los 90 con lo de la disfuncionalidad quizás no ha encontrado algo tan original, quizás ya estaba en las primeras páginas del Génesis».
¿Quién no recuerda el éxito que marcó Agosto, estrenada en 2009? Norma Aleandro, una de las protagonistas, no duda en calificarla como «un clásico teatral de familia disfuncional, pero con la mirada de la mujer. Un padre que bebe, una madre que consume pastillas y 3 hermanas que ocultan secretos. Cuando la familia se reúne tras la desaparición del padre, todo explota. De eso se trata la obra, del lado oscuro de una típica familia contemporánea», agrega la actriz.
El eclético José María Muscari evoca  El secreto de la vida, que él escribió y dirigió: «Es un caso típico de familia disfuncional –enfatiza–. La obra cuenta cómo los 9 integrantes de una familia vuelven a reunirse en la casa de sus padres ante el anuncio de una noticia trágica: el papá tiene una enfermedad terminal. Pero cuando la familia se reúne para tratar este tema, pareciera que todo lo importante pasa a la periferia; todos esquivan lo esencial, que es la enfermedad de este tipo, y ponen sobre la mesa sus propios problemas. Creo que como autor, la familia y sus miserias no pueden faltar, afloran permanentemente».
Escrita por Alberto Ure, La familia argentina es otro de los referentes del género. «El texto es de fines de los 80 y comienzos de los 90, muchísimo antes de que la familia disfuncional se extendiera como una termita sobre las tablas porteñas, y todos sintieran la obligación de decir algo al respecto», remarca Cristina Banegas, protagonista de la puesta. «Lo de Ure en esta obra es de una lucidez conmocionante. Aunque la idea de hablar sobre la familia haya sido más una excusa para uno de sus electrizantes chistes dramáticos que un ensayo sociológico, la retrató con más profundidad y menos autocompasión que nadie».
¿Por qué hace 10 años que La omisión de la familia Coleman se mantiene en cartel y girando por el mundo? «Se entiende el enganche que genera –responde Tolcachir–. Es una obra que atrapa por su convulsionada realidad, tan creíble, tan argentina. La trama hace foco en una familia viviendo al límite de la disolución, conviviendo en una casa que los encierra, donde lo violento se instala como algo natural, patético… y absurdo».
Daniel Veronese, otro conocedor del tema, advierte que «todas las familias dan para una obra. El que diga que no, miente. Y en general, los espectáculos argentinos sobre familias disfuncionales se desarrollan en ambientes donde se mezclan la miseria económica y la moral». Veronese, que hoy dirige Bajo terapia, no duda de que «la familia, como pequeño ensayo sobre la sociedad, es un caldo de cultivo extraordinario para que los seres que creamos se desarrollen en plenitud».
La contracara es Luis Agustoni, palabras mayores a la hora de hablar de teatro, que no cree en el fenómeno de las familias disfuncionales: «No hay mucha vuelta. Desde mi óptica, yo concibo al teatro como un espejo inteligente de la realidad que, además de suministrar placer, tiene como objetivo comprender la vida humana. No creo en esa denominación, tampoco creo que sea una moda, porque si uno indaga en las grandes obras clásicas, todas se refieren a familias. Es como si los autores fueran médicos, para quienes es imposible pensar en el cuerpo sin pensar en la célula. La familia es la célula, todo viene de ahí».
En fin, el teatro es vida, y sin las familias disfuncionales, no habría teatro. Ellas permiten al espectador reconocerse en sus miserias y grandezas. ¡Vivan las familias disfuncionales!

Javier Firpo

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