18 de junio de 2023
A cinco meses del triplete de shows de la cantante, las fans ya montaron un improvisado campamento en las inmediaciones de River. Pop, pasión e historias compartidas.
Alta fidelidad. Luego de la histeria que desató la venta de entradas, algunas seguidoras de Switft acampan en las inmediaciones del estadio. Fotos: Getty Images, Jorge Aloy.
«Cada artista tiene su propio nicho. El mío es escribir, contar historias. Si no compusiera no estaría aquí. Las canciones son mi diario íntimo», dice Taylor Swift a las cámaras en Miss Americana, mientras acaricia su gato que camina sobre las teclas del piano. Disponible en Netflix, Miss Americana es un documental dirigido por Lana Wilson que narra una de las tantas resurrecciones de la cantante, en el medio de la concepción del disco Lover (2019). En esa idea y en esa imagen descontracturada y cotidiana se condensan algunas de las causas del fenómeno: Taylor cuenta la historia de su vida, que es también la historia de millones de chicas de todo el mundo.
Son relatos de amor y desamor, de templanza, caídas, agresiones machistas –en su caso, por parte de personajes que pueden ir de Kanye West a Donald Trump–, trastornos alimenticios y el drama familiar de una madre omnipresente que combate un cáncer. Esa mezcla de coraje y fragilidad la hace cercana. «La gente y yo crecimos juntos», arriesga. Y no falla: un ejército leal vio cómo una princesita del country se transformó en un huracán pop.
La Argentina es un país intenso. Como no podía ser de otra manera, el anuncio de la visita de Swift y de la puesta en venta de las entradas fue tomado con una histeria extrema. Ocurrió con los Rolling Stones en el siglo pasado, ocurrió con Coldplay ayer nomás, pero ahora todo aparece más exaltado. Existe como una militancia de la pasión. Una red invisible de internautas se conectó para conseguir tickets para alguno de los tres River, y hace semanas ya hay chicos y chicas acampando en las veredas del estadio para lograr la mejor ubicación. Así pasarán el invierno: bolsas de dormir y termos, y la obligada rotación entre amigos y amigas para cumplir lo mínimo e indispensable con el colegio y la casa familiar.
Mixtura artística y política
Taylor Alison Swift tiene 33 años, nació en West Reading (Pensilvania) y a los 14 se mudó con su padre y madre a la sureña Nashville, la capital mundial del country. Pronto advirtió que las canciones le brotaban con facilidad. Empezó a destacar entre un ambiente dominado por rudos cowboys y viejos songwriters, llamó la atención de los cazatalentos y firmó con una discográfica independiente. Sacó el primer disco a los 16 y no paró: como ella dice, se volvió mujer de cara al público. Depuró las formas compositivas y edificó una obra sólida, que se escucha honesta.
Como escritoras como Sally Rooney y Mariana Enríquez o actrices y directoras como Greta Gerwig, pero parada en el medio de la Norteamerica profunda, reaccionaria y WASP (las iniciales en inglés de «blancos, anglosajones, protestantes»), sintonizó con una generación desde una mirada vagamente de izquierda. Su rostro de Barbie inocua engaña: se plantó frente al machismo, frente a candidatos de Trump, frente a la industria discográfica y, finalmente, frente a la obligación de lucir delgada.
Toda esa mixtura existencial, artística y política consolidó un ícono de múltiples aristas. Acaso sin pretenderlo, se transformó en un eslabón entre los cantautores del siglo XX y el frenesí de la música traficada por las redes. Sus letras son la clave. De hecho, el primer conflicto con la industria fue porque le exigieron que cantara temas de otros autores.
Desoyó el mandato.
Otra vez: la escritura, el mecanismo de procesar angustias y alegrías en canciones. La guionista Tamara Talesnik opinó que la obra exhibe tres tipos de letras: «Las que parecen escritas con una pluma y tinta o salidas de una novela de Jane Austen como “August”; las que suenan a confesiones escritas en lapicera tipo Parker como “All Too Well”; y las que podrían haber salido de una lapicera con tinta rosa y glitter como “Shake it Off” o “Blank Space”. Escuchar a Taylor Swift es como charlar con mis amigas. A veces es más cínica, a veces una romántica perdida. Otras, se enaltece y también dice “hola, soy yo, yo soy el problema”. Sus canciones evocan universos, presentan personajes, te llevan de viaje y hace lo que quiere con el lenguaje, desde la exposición de novelones del siglo XVIII a la incorporación de palabritas actuales de Internet».
Después de algunos problemas legales con su compañía, finalmente se quedó sin los derechos de sus canciones. Taylor vio la derrota judicial como una oportunidad: volvió a grabar los discos, con ligeras modificaciones. Un caso atrapante es el de la canción «All Too Well». La extendió a más de diez minutos y perfeccionó su original tono irónico y desesperanzado. El tema refiere a la relación que tuvo con el actor Jake Gyllenhaal. Swift fue más allá, y lo convirtió en un corto escrito y dirigido por ella misma, con la actuación de Sadie Sink, la pelirroja de Stranger Things. Sobresale ahí su chispa compositiva, con frases que definen un gran amor en descomposición. Narrativamente, como un melodrama, se desliza desde «Casi pasás el semáforo porque me estabas mirando» hasta «Tal vez no nos comunicamos bien/ tal vez pedí demasiado/ Pero pensé que esto era mi obra maestra/ Hasta que lo rompiste todo».
Muchas vidas parece haber vivido en tres décadas. Cada etapa refleja un disco. Después del melancólico Folklore, ahora presentará Midnights, su último álbum. El espectáculo que hará el 9, 10 y 11 de noviembre se titula The Eras Tour. Swift lo definió como «un viaje a través de las eras musicales de mi carrera». Dura tres horas, canta 44 canciones segmentadas en diez actos. Será, al fin, la puesta en escena autorreferencial de una obra sorprendente. Mojones de una vida suspendida entre el dolor y la fantasía.