Cultura | TRAP ARGENTINO

Pasión de multitudes

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Mariano del Mazo

Con referentes consagrados y una escena en franco ascenso, el género urbano se consolida como la banda de sonido de los jóvenes sub-25. La polémica con el rock.

Figuras centrales. Wos levanta el Gardel de oro, Cazzu le pone voz a las reivindicaciones de género y Trueno gira por todos lados. (Fotos : Télam)

Wos gana el Gardel de oro, el mayor premio de la industria discográfica argentina, en la huella que une a Charly García y Mercedes Sosa con Abel Pintos y Marilina Bertoldi; Duki sube el video de «Givenchy» y obtiene en un lapso mínimo, insólito, 60 millones de visualizaciones; Cazzu hace flamear la bandera de las reivindicaciones de género; Bizarrap multiplica enigmas en su paso por Europa y vuelve oro lo que toca; Dillom se cansa de vender tickets de sus shows de octubre en el Luna Park, igual que Wos en Argentinos Juniors; Trueno gira por todos lados y deja crecer su frase, que es –fue– premonitoria, una idea que cada día que pasa se cristaliza como evidencia: «Te guste o no te guste, somos el nuevo rock and roll», canta junto a Wos en el tema «Sangría». ¿Será así?
Las postales del vigor de la escena de trap argentino se multiplican en apodos estrafalarios y términos en inglés como «views», «flow» y «freestyle». Hubo una primera generación surgida de las «riñas de gallos» en las plazas –con el enclave ya simbólico de El quinto escalón, de Parque Rivadavia– y otra que asoma, se instala y ensancha el mercado. Muchos emergen y desaparecen como un relámpago. Otros no. El fenómeno va de «veteranos, como Ca7riel y Duki, a imberbes como Tiago PZK.
Omnipresente, se perfila como eje la figura misteriosa e infalible hasta ahora del productor que porta un alias inmejorable: Bizarrap.
Con sus dramatizaciones y sus códigos, su misoginia y cierto infantilismo, ¿podemos considerar a la nueva música urbana una especie de rap bizarro? No. Es un emergente de la cultura del hip hop con singularidades estéticas –el autotune, entre ellas– que en la Argentina se incubó después de décadas de estar a la vera del rock. El fenómeno actual se fraguó durante el macrismo, se fortaleció en pandemia y se configuró en un formidable producto de exportación. «Hoy el freestyle y el trap son una posibilidad de éxito para muchos pibes. Funciona como el fútbol. Es el sueño del pibe. Y, desde hace ya varios años, también de las pibas», opina Agustina Galvez, periodista que sigue la evolución del género desde las primeras manifestaciones marginales.

Rimas desafiantes
La frase de Trueno citada más arriba molestó a los rockeros. El enojo se confunde con la ignorancia y el miedo a perder territorios y mercado. Desde su irrupción, el rock se corporizó como una cultura –un modo de vida, en realidad– que paradójicamente negó de forma sistemática cualquier novedad. Es una primera instancia: hablamos de una actitud reaccionaria que se repite desde que Elvis ninguneó a Los Beatles. La segunda instancia es la fagocitación de esa novedad, como quien se inocula con el mismo virus que lo acecha. Desde el punk hasta la electrónica, el rock cumple la función del sistema: neutraliza cualquier revuelta.
La línea escrita por Trueno legitima el sitio rector del género: el rock sigue siendo la vara donde compararse. «Tal cual. Hay un valor en la letra de Trueno. Yo creo que, sin obviar los cambios de paradigmas en el consumo de música, la frase tiene asidero», opina Alejandro Seselovsky, periodista y docente especializado en culturas populares.
Por primera vez en la historia del rock, una música expulsa a los mayores de 25. En el plano urbano, la incomprensión y el desprecio replica lo ocurrido en los años 60 entre el tango y el embrionario rock «nacional». El abismo fue generacional y contempló lo musical, pero también lo gestual, lo icónico, el negocio y hasta la consolidación de un lunfardo. Para mentes formateadas en las orquestas de tango y sus maravillosos cantores, las modulaciones de las voces de Litto Nebbia o de Luis Alberto Spinetta eran una deformidad. Lo mismo ocurrió con el aspecto físico: para gente educada dentro de los patrones del tango, se trataba de una «juventud perdida» por las drogas y la vagancia, cooptada por un ritmo foráneo.
De la misma manera que ahora muchos no diferencian entre L-Gante, Louta y Nicki Nicole, en aquel tiempo eran puestos bajo la misma lupa Sandro y Spinetta, el elenco de El Club del Clan y Sabú, Los Gatos y La Joven Guardia. El tango estaba en retirada y, como un animal herido, resistía. ¿No ocurre algo similar con el rock? ¿No son los números principales de los festivales auspiciados por marcas de celulares o cerveza un desfile de Grandes Valores del Rock? El trap le vino a patear los tobillos a un género que durante demasiados años mantuvo la doble condición de canon y contracultura.
Los elementos del trap exhiben sintonía con el grito primal que aquí floreció a mediados de los años 60: la rebeldía, las drogas, la calle como sitio de pertenencia grupal, la resistencia a la autoridad, la jerga, el policlasismo e, incluso, la misoginia. Como en los orígenes de Plaza Francia y La Cueva, en barrios porteños como Belgrano o del Conurbano como Caseros, Quilmes y El Palomar, el trap es un cuadro impresionista conformado por individualidades. De lejos, se ve con nitidez el diseño de una escena proteica; de cerca, destacan las diferencias. Se puede pensar en la arrogancia estelar de Duki, la bajada política de Wos, la ironía de Dillom, el feminismo de Cazzu. «El origen define muchas cosas. L-Gante viene de la cumbia y la villa. Trueno es de un barrio como la Boca, hijo de un rapero. Wos es progre, de Plaza Mafalda. Dillom surgió de una clase media venida a menos. Cazzu viene de un lugar perdido de Jujuy y de la cumbia. Y así», categoriza Seselovsky.
La riqueza que da el policlasismo, la variedad rítmica y un país intenso y crispado como la Argentina que desarrolla en sus habitantes un peculiar instinto de supervivencia, son algunas claves de la hegemonía en la región. También España ha sido invadida. Bizarrap acaba de girar con el rapero madrileño Quevedo. Provocaron un suceso impresionante a caballo del hit «Quédate», al tope de las listas de Spotify durante semanas. Agustina Valdez rescata el talento de Bizarrap, pero opina que «Quédate» es un tema menor, «hecho para el verano europeo». Un crítico de El País, Fernando Neira, fue más drástico: «Es la canonización de la nada». Es que el trap no está hecho para críticos. Ni siquiera circula por los medios tradicionales, no necesita libros, diarios, ni radios. Los artistas soslayan todo tipo de mediación. El arma letal es la viralización por internet. «A veces se usan muchas palabras pero se dice poco –dice el periodista Nicolás Igarzábal–. Pero la escena es riquísima».
El trap es un fenómeno más social y cultural que artístico. Tremendamente popular. La etapa cancionera que emprendió Wos con el soberbio álbum Oscuro éxtasis señala un camino posible. El género urbano aparece como un elemento aspiracional y como vehículo de una rebeldía que agotó el rock. Es la senda que desde España tomó Nathy Peluso y, apoyados por un rumor flamenco, la estupenda Rosalía y C. Tangana. Es la música de nuestros tiempos: la áspera y altanera banda de sonido de una época signada por los algoritmos y un capitalismo cada vez más salvaje. Es una voz fuerte, imposible de no escuchar: la de los pibes y las pibas. Aunque a muchos les pese, tal vez, la futura nostalgia. 

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