21 de mayo de 2021
A mitad de camino entre la autobiografía y la ficción, escribió una novela que obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz y le permitió ubicarse bien alto en el firmamento de la literatura. La escritora, actriz y cantante trans revisa la multiplicidad de experiencias que moldearon su identidad.
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Cargada de lirismo, rabia y redención», como dijo el jurado del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, en Guadalajara, la obra de Camila Sosa Villada es uno de los sucesos de la literatura argentina reciente. La escritora trans obtuvo el reconocimiento por Las malas, una novela donde ficción y no ficción transcurren en un borde indiscernible, pero la definición puede extenderse al conjunto de sus publicaciones, como el libro de poemas La novia de Sandro (2015, reeditado el año pasado), el ensayo El viaje inútil (2018) o la novela Tesis de una domesticación (2019).
Nacida en La Falda en 1982, Sosa Villada vive en la ciudad de Córdoba y, como ella misma señala, habla con un curioso acento mexicano, subrayado por algunos giros y el uso del tú. Además de escritora, tiene una extensa y también reconocida trayectoria como actriz en cine, teatro y televisión. A partir del unipersonal Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti (2009), protagonizó la película Mía (2011) y la miniserie La viuda de Rafael (2012), entre otras. Además del premio anunciado en noviembre por la Feria del Libro de Guadalajara, Las malas será publicada en Alemania, Francia, Italia y Croacia.
–En tu escritura se asocia la ficción con la autobiografía, o por lo menos con partes de tu historia personal. ¿Cómo pensás esos cruces?
–Después de ya casi dos años que salió Las malas, no encuentro una respuesta satisfactoria. Pongo al servicio de la escritura todo lo que veo, todo lo que escucho, todo lo que toco, todo lo que siento, lo que me rodea, lo pasado, lo presente, incluso lo que puedo vislumbrar del futuro. Es como escribo. No me atrevería a decir que es autobiográfico, si me pusiera a escribir una autobiografía sería la historia de una narcisista que tuvo un poco de mala suerte.
–En La novia de Sandro hablás de «la otra Camila», y en Las malas aparece una doble vida, por un lado con las travestis y por otro en la universidad. ¿Siempre vivimos en esas dualidades?
–Decir doble vida es como si yo tuviera un matrimonio secreto, como esa costumbre que tenían antes los maridos de tener dos familias donde ninguna se enteraba de la otra. Esa doble vida que tú dices en verdad era una vida que no casaba con la otra en términos culturales, es decir que una chica trans pudiera estudiar de día en la universidad y de noche se fuera a jotear, como dicen en México. En todo caso serían millones de vidas las que yo llevo, porque también soy actriz y cantante, y también he sido muchas otras cosas. Nunca lo pensé como si me desdoblara, en verdad no tenía un secreto.
–¿Cómo apareció la escritura?
–Desde que aprendí a leer y escribir, a los 5 o 6 años, no me soltó más. La escritura entendida como la lectura y el hecho de escribir también. Estaría más cómoda si tuviera vocación de secretaria o de otra cosa, si me hubiera anotado en odontología ahorita estaría mucho más cómoda, porque esto es algo que yo no decido del todo. Leer y escribir me resulta inevitable.
–¿Recordás alguna lectura que te haya deslumbrado, como un descubrimiento inicial?
– Sí, aprendí a leer con la Biblia de los niños. Mi mamá iba leyendo en voz alta y con sus uñas con el esmalte saltado señalaba lo que leía. La Biblia tenía letra bien grande y dibujos. Luego pasé a leer los Patoruzú y Patoruzito, las historietas. Éramos pobres, nunca llegábamos a pagar el alquiler, faltaban muchas cosas en mi casa, no teníamos ni una sola comodidad, pero mi padre y mi madre siempre para mi cumpleaños, cuando me sacaba una buena nota en el colegio, para Navidad o el día de los Reyes, me regalaban un libro. Nunca faltó algo para leer en mi casa, de manera que la lectura viene con mi crianza, como he aprendido tantas otras cosas de mis padres. Luego, en cuarto grado de la escuela una maestra de Lengua entendió que yo tenía una curiosidad más intensa tal vez que el resto de mis compañeros por la lectura y la escritura y empezó a pasarme poemas de García Lorca, cosas muy inocentes, poemas cortos que yo leía y me fascinaban. Las maestras que la sucedieron me pedían además que escribiera glosas para los actos escolares, que escribiera palabritas para el día de la maestra, para tal cosa, para tal otra, de modo que todas colaboraron para que esté ahora hablando sobre esto, supongo.
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–Los textos de García Lorca reaparecen en tu primera interpretación como actriz, Carnes tolendas. ¿Cómo llegaste al teatro?
–En 2006 dejé la Facultad de Teatro, en Córdoba. Después de haber ido a las clases de formación actoral de Paco Giménez, maestro muy querido, muy respetado, entendí que para mí no había mucho más en la universidad. Seguí en contacto con mis amigas, entre ellas María Palacios, la directora de Carnes tolendas. Estábamos elucubrando una versión de Yerma en la que la protagonista era trans y ya se nos habían ocurrido muchísimas ideas. Ojalá algún día juntemos fuerzas para hacerla como ambicionábamos, porque era muy bonita la idea de la Yerma travesti. Teníamos una asesora que finalmente nos dejó porque le parecía enorme el proyecto. Fuimos a la casa de Paco Giménez, y entonces él dijo «ahora en Buenos Aires Vivi Tellas está haciendo unos ciclos de teatro que llaman biodramas, ¿por qué no hacen algo con la historia de Camila, de cómo ella se hizo travesti en el pueblo y lo mezclan no solo con Yerma sino con todos los personajes de Lorca?». Como tengo buena memoria, me conocía pasajes de muchas obras, de Doña Rosita la soltera, los de Yerma, etcétera, y empezamos a cruzar esos monólogos en los ensayos con María, en los que yo improvisaba escenas con mis padres. Así salió Carnes tolendas, con la ambición de hacer ocho funciones. A la primera función fueron 30 personas, a la segunda fueron 50, a la tercera 80, a la cuarta quedó gente afuera, a la quinta había pedidos de compra anticipada y se hizo un fenómeno teatral primero en Córdoba y después en todo el país. Fue mi bautismo teatral; yo terminaba la obra desnuda, qué atrevimiento. En las notas periodísticas de aquella época, cuando todavía no había ley de matrimonio igualitario en este país, en las devoluciones que me daban, me trataban de actor.
–¿Cómo se lleva la actriz con la escritora?
–No encuentro mucha diferencia, sobre todo porque es algo que se hace desde el cuerpo, con el cuerpo. El cuerpo toma la decisión. En Las malas hay escenas muy teatrales, incluso en los diálogos. Esta manera de hablar mía, como si fuera mejicana cuando soy de Traslasierra, tiene que ver con algo que me da el teatro, una protección, una especie de sinagoga donde sentirme a salvo, de otra manera soy muy tímida. Verdaderamente muy tímida, no soporto las reuniones con mucha gente, me inhiben las muestras de cariño de las personas, yo no sé responder a todo eso.
–¿Cómo te sentís al estar justamente en un lugar tan visible, y recibir reconocimientos? Además del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, tenés muchos lectores y seguidores en las redes sociales.
–Con fobia, con pánico. Hace unos días daba un vivo para la Feria del Libro de La Rioja, cuando me tocan el portero eléctrico y me dicen que traen un regalo. Digo «yo no pedí nada», y de nuevo tocan el portero. Era un regalo que me mandaba una amiga, pero yo estoy muy temerosa con la visibilidad, por eso lo de la timidez y mi acento mexicano. También está la cuestión de que la gente me trata mejor. Es decir, saben quién soy. Marguerite Duras decía en una entrevista: «Soy conocida, no pueden hacerme daño». Ser ahora conocida es más o menos lo que me ocurría cuando era joven y pasaba por una chica cis: las personas no se daban cuenta que yo era trans porque soy menuda, mido 1,63, con algunos pases de magia podía pasar por una chica cualquiera en algunos lugares y eso me hacía sentir protegida. Salir a la calle y que te insultaran o que te empujaran era muy doloroso. Por supuesto ahora también soy visible para gente muy imbécil, para gente muy mala, muy cruel.
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–En Las malas señalás que las travestis son deseadas sexualmente y al mismo tiempo son víctimas de violencia extrema y discriminación. ¿Cómo se explica esa contradicción?
–Es algo que debería preguntarse la sociedad. Aquí se dice como un chiste ¿quién no se cogió un travesti alguna vez? Dicen esa barbaridad. Bueno, ¿por qué no se preguntan por qué nos rechazan y por qué nos desean? Pienso que, como buenos hijos de esta sociedad, lo que hacen es odiar lo que desean.
–Volviendo a lo que decías en relación al cuerpo, en la prostitución travesti se exigía un ideal de belleza referido a una imagen femenina. Por otra parte, la transición y la adecuación del cuerpo son centrales en la identidad travesti, y hace poco escribiste sobre tus tetas. ¿Cómo pensás estas cuestiones?
–Hay varias cosas. Lo primero es el cuerpo como instrumento de expresión de belleza. Marlene Wayar dice que todos deberíamos tener derecho a ser nuestro primer objeto de arte. Luego, por supuesto, el arte es reglamentado por el mercado, y en la época en que empecé a travestirme el mercado dictaba que debíamos ser deseables para los clientes. Por suerte eso cambió, las chicas trans ahorita no se preocupan tanto por sus tetas o sus culos, ya no se inyectan silicona líquida como lo hacían en mi época. Su travestismo pasa por otros lugares. Como soy acuariana y llevo la contra porque es algo que me sale natural del coño, ahora que ya ninguna se opera yo voy y me pongo las tetas y cuando todas se operaban yo no me las ponía, me ponía mis tetas falsas de goma espuma o nada. Tuvo que ver también con el teatro, allí dejé de usar esas tetas falsas. Después sí, me ponía un corpiñito armado, para que me quedara mejor la ropa, pero no más que eso. Lo interesante es lo que hicimos las travestis hace muchos años, incluso antes de las consignas feministas que dicen «mi cuerpo mi decisión». Lo hicimos sin saber que lo estábamos haciendo, éramos sujetas políticas, pagando consecuencias muy caras para nuestra salud, para nuestra afectividad. Sabíamos que el cuerpo era un territorio que estábamos disputando con la vida y con la muerte.
–Mencionaste a Marlene Wayar y como ella otras escritoras trans hoy empiezan a ser conocidas. ¿Te sentís parte de una cultura trans?
–En general no me siento parte de nada, pero sí las quiero mucho a ellas. Tú dices cultura trans, tal vez sea esa la definición, yo no la sé, pero las quiero muchísimo a las chicas; a Marlene la admiro, con Susy Shock me pasa lo mismo y también con otras que no son tan conocidas o que no hacen nada que pueda traer a colación en una entrevista. Ojalá yo fuera parte de eso que todavía no podemos nombrar, que no sabemos qué es.