12 de agosto de 2015
El músico festeja los 50 años transcurridos desde el debut de su banda Los Gatos Salvajes con un disco doble, que repasa su obra como compositor a partir de nuevas versiones.
Litto Nebbia festeja los 50 años del debut de su banda Los Gatos Salvajes. Fue el 27 de junio de 1965 y para muchos significa también la celebración de los 50 años del rock argentino. Puede haber alguna discusión: que el primero fue Sandro, que «Rebelde» de los Beatniks de Moris y Pajarito Zaguri simbolizó el concepto de la movida hippie que irrumpía desde Plaza Francia a mediados de los 60. No es el objeto de esta nota ese debate. Lo concreto es que Nebbia eligió recordar la fecha redonda a su manera, a la que nos tiene acostumbrados: trabajando. El nivel de producción del rosarino es extraordinario. Como ya lo ha hecho hace veinte años en las diferentes ediciones de su serie Páginas de vida, ahora volvió a grabar muchas de sus principales canciones. Son cincuenta temas para estos cincuentas años, más tres bonus tracks. La mera escucha del material –un maratón pop– pone de relieve la importancia de la obra de Nebbia.
Escenas pioneras
La escucha, extenuante y amable al mismo tiempo, convoca a una pregunta: ¿qué es lo que aportó, esencialmente, ese cancionero a la música argentina? Es curioso: Nebbia parece haber salido disparado de la escena pionera del rock argentino –la de La Cueva y La Perla, en las que fue protagonista, pero también la que se formateaba en Belgrano con Almendra y Pedro y Pablo, en Quilmes con Vox Dei y en El Palomar con Arco Iris– hacia un sitio único, con un fuerte afán de síntesis de lo que se garabateó en aquellos discos fundacionales.
Los primeros pasos de Los Gatos no tuvieron la impronta maravillosa, por momentos genial, de 3 discos capitales editados entre fines de 1969 y principios de 1970: los debuts de Almendra y Manal y Treinta minutos de vida de Moris. Esa tríada marcó la estética de mucho de lo que vendría. Nebbia en coautoría con Tanguito fue el que aportó el primer hit con «La balsa»: su declaración de principios y su estructura de bossa & beat montados a un espectacular ritmo de ventas traccionó a los artistas en ciernes desperdigados en plazas y barrios. Pero lo que seguiría fue más interesante. La musicalidad estalló cuando cortó amarras con su pasado inmediato –esos palotes beat– y con su balsa se largó a indagar las posibilidades del folclore, la poesía, la música urbana y la experimental y, antes que nada, un estilo de canción tan prosaica como sugerente. No había cumplido 25 años. Ese estilo de canción derivó en formas originales, emotivas, sencillas. Alcanzó niveles de calidad extraordinarios en Muerte en la catedral (1973). Lo prosaico tiene su cenit en «El otro cambio, los que se fueron», que originalmente se titulaba «Tiempo de Arlt». Una nostálgica descripción de un barrio cualquiera: todo parece cambiar, pero nada cambia. Nebbia venía de leer Los siete locos y las Aguafuertes porteñas y su influjo está en esa canción esencial. La vara de Arlt mide la canción, y ese es otro tópico de la obra de Litto. Las varas. Siempre altas: «La balsa» tenía acordes inspirados en Tom Jobim, el discurso del rosarino se suele deslizar por artistas que van del Cuchi Leguizamón a Miles Davis… El espejo es siempre, al menos, exigente y ambicioso. En discos bien diferentes como Bazar de los milagros (1976) y El hombre que amaba a todas las mujeres (1997) se inspiró a la hora de componer en autores como Jorge Amado y Paul Bowles. El perfil alto está presente –de una manera oblicua, independiente– en el catálogo de su sello Melopea: Goyeneche, Cadícamo, Dúo Salteño, Waldo de los Ríos, etcétera.
Precisamente Melopea, el disco siguiente a Muerte en la catedral, es tal vez su obra cumbre. Ya habían quedado definitivamente atrás los éxitos de ayer nomás, esas pegadizas canciones que remitían a fábulas infantiles como «El rey lloró» y «Viento, dile a la lluvia».
Litto cataliza la época –estamos parados en el siniestro 1974–, se zambulle en los versos oscuros y sinuosos de su pareja de entonces, la enorme poeta Mirtha Defilpo y saca un disco insuperable: una avalancha de metáforas y acordes construidos, como él mismo explicó, «bajo las estrictas reglas de la libertad total». Las canciones ostentan una solidez extraordinaria, con una textura otoñal, de una belleza serena y triste. Si el disco tiene un tema que se destaque como éxito, ese es «La ventana sin cancel».
Después vendría el exilio en México, el descubrimiento del bolero y vibrantes canciones de caminos y destierro como «Solo se trata de vivir» y «Nueva zamba para mi tierra». Temas para películas que mutaron en clásicos o en éxitos, como «Quien quiera oír que oiga». Y más canciones, cientos de canciones: grandes canciones, pequeñas canciones. Canciones honestas. Muchas están en este álbum doble antológico hecho con un afiladísimo octeto integrado por Daniel Homer en guitarras, Leopoldo Deza en teclados y flauta, Gustavo Giannini en bajo, Daniel Colombres en batería, Nica y Tomás Corley en coros y percusión y Juancho Cianfagna en coros y guitarras. La celebración se confunde con la autocelebración. Litto Nebbia tiene motivos de sobra para festejar. Solo resta levantar la copa y decirle, como a un viejo y querido amigo, luminoso y terco, entrañable al fin y al cabo: «¡Salud! Por todos esos años».
—Mariano del Mazo