25 de julio de 2023
Mientras el paro escala a niveles impensados, las producciones de los grandes estudios y las plataformas están en crisis. Los motivos que impulsan el reclamo.
Huelguistas famosos. Susan Sarandon y Bob Odenkirk se anotan entre las estrellas que participan en las manifestaciones callejeras. (Fotos: Getty Images)
Hasta este presente incendiario, la última huelga de actores y guionistas en Hollywood había sido en 1960. Y con un protagonista inesperado: Ronald Reagan fue una de las caras visibles de un tipo de reclamo que paradójicamente él tendría que enfrentar muy seguido como resultado de su salvaje política económica como presidente de Estados Unidos. Hacía mucho entonces, más de sesenta años, que no pasaba algo así en la industria del entretenimiento más poderosa e icónica del mundo.
La primera explicación para este conflicto, que empezó con los guionistas sindicalizados que suspendieron sus actividades en mayo y ahora recrudeció con la adhesión al paro del sindicato de actores, tiene que ver con el cambio de las reglas de juego que impuso el avance tecnológico. Ninguna variable tuvo en esos sesenta años de relativa calma –siempre hubo algunos reclamos dispersos, puntuales, por ejemplo uno de los actores en los años 80– el peso que tiene hoy la aparición y consolidación del streaming.
Los guionistas y ahora los actores –que son unos 150.000, en su inmensa mayoría asalariados de clase media que viven en un país muy caro en áreas como vivienda, salud y educación– observan los grandes presupuestos de las series top, las también enormes campañas de marketing de las plataformas, incluso los salarios de la aristocracia del gremio (Leonardo Di Caprio o Jennifer Lawrence pueden cobrar 30 millones de dólares por una película) y sienten que tienen derecho a una porción más grande de la torta.
Nuevo escenario
Más que el asunto de la Inteligencia Artificial, el nudo de esta disputa tiene que ver con el reparto de beneficios. Hay discusiones en torno al porcentaje de regalías (muchas series son muy cortas) y el sistema de pago no es el mismo que en la era de las «repeticiones» en la TV, que engrosó las arcas de muchos actores famosos (aquí en Argentina un caso es el de Guillermo Francella).
«Todo el modelo de negocio ha cambiado. Hay que cambiar las reglas», aseguró taxativamente Fran Drescher, presidenta del Sindicato de Actores de Cine y la Federación Estadounidense de Artistas de Televisión y Radio (SAG-AFTRA, por su sigla en inglés). La postura de guionistas y actores parece muy firme. En redes sociales los mensajes son contundentes, no parecen muy dispuestos a ceder.
En la vereda de enfrente, la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), que representa a los estudios y a las plataformas más poderosas (Netflix, Amazon, Disney), asegura haber ofrecido mejores salarios y regalías. Y también topes más altos a las pensiones y prestaciones de salud. Pero no parece haber sido suficiente.
Las clásicas majors de Hollywood (Universal, Warner, Disney otra vez, MGM, comprada hace poco por Amazon) también alegan problemas: el público ha tardado en regresar a las salas de cine después de la pandemia, y el consumo de películas en el hogar ha crecido mucho. Muchos estudios han visto cómo colapsaron los precios de sus acciones y se redujeron sus márgenes de ganancias. Por eso hubo despidos y cancelación de proyectos.
La huelga los afecta a ellos más que a nadie porque el cine tiene menos chances de recurrir al catálogo. Las plataformas también necesitan estrenos, pero su lógica de consumo es diferente (ofrecen una disponibilidad temporal que en salas de cine es limitada) y su nivel de producción más acelerado, lo que les permitió tener una «reserva» de películas y series para dosificar hasta que se normalicen las cosas. Aun así, ficciones muy populares como Yellowjackets, Separación y Stranger Things están paradas. Y los fans están manifestando su ansiedad en las redes sociales.
Por otra parte, más allá de que grandes tanques como Oppenheimer, de Christopher Nolan, y Barbie, de Greta Gerwig, acaban de lanzarse internacionalmente en pleno conflicto, hay una decisión tomada por los sindicatos que es un dolor de cabeza para los responsables de marketing de las películas: los artistas no pueden sumarse a las campañas de promoción. De todos modos, las dos arrancaron con buena respuesta del público, también empujadas por una salida realmente imponente: 4.200 cines en Estados Unidos, complejos que destinan casi todas sus salas al mismo film en la Argentina.
Pero este estado de cosas no debería durar mucho más. La de Los Ángeles es la quinta economía del mundo. Es decir, tiene más volumen que las de la mayor parte de los países del planeta. Y la industria del entretenimiento les da empleo allí a unos dos millones y medio de personas. Cuesta imaginar que la situación se prolongue por mucho tiempo más, aunque algunas figuras como Mark Ruffalo, Susan Sarandon y Matt Damon se hayan pronunciado públicamente en los últimos días a favor de crear pequeñas productoras independientes que sean una alternativa a los grandes players de este negocio.
«El show debe continuar», se sabe. Veremos con qué cambios concretos. El panorama está abierto, pero tampoco hay que esperar grandes revoluciones en un contexto donde las condiciones de trabajo en todos los sectores y en todo el mundo solo empeoran.