26 de agosto de 2015
Aunque suele pasar desapercibida, la portada de una novela o un volumen de cuentos funciona como una llave de entrada al universo de la literatura. El testimonio de escritores, editores e ilustradores.
Las tapas de discos suelen generar un interés especial, cercano al fetiche, y sus imágenes se multiplican usualmente en remeras, pósters y mochilas. De hecho, en la Argentina hay varios libros que plantean un recorrido visual por tapas de discos (A todo volumen, DiscoGráficas, Díscolo) y circulan de manera habitual los nombres de Juan Gatti, Rocambole o Alejandro Ros.
No ocurre esto con las tapas de los libros, que en general solo despiertan la curiosidad de reducidos grupos de bibliófilos, quienes, además, vuelcan muchas veces su pasión hacia las ediciones antiguas. Incluso podría decirse que algunas de las tapas más célebres a nivel internacional se han vuelto icónicas a partir del vínculo con otras disciplinas: el diseño de S. Neil Fujita –quien también hizo el arte de discos– para El Padrino o el de David Pelham para La naranja mecánica están asociadas con las versiones cinematográficas de esas novelas.
Muchas personas, al tener un libro en sus manos, lo huelen o lo acarician con cuidado, dándoles así predominancia a otros sentidos y no a la vista. Sin embargo, es común que un librero se queje porque hay clientes que no retienen el título de una obra ni el nombre del autor y preguntan por «un libro verde». También resulta muy probable que, al pensar en Rayuela, rápidamente venga a la cabeza la tapa negra con el dibujo de la rayuela blanca, el título en amarillo en el centro, el nombre de Cortázar arriba, en el «cielo», y el de Editorial Sudamericana abajo, en la «tierra».
Tal vez las colecciones, por su serialidad, surjan rápido en la memoria, más aún cuando están asociadas con la infancia: la Colección Robin Hood o Elige tu propia aventura, el trabajo de José Bonomi para El séptimo círculo (el año pasado se hizo una retrospectiva sobre la obra de Bonomi en el Museo Larreta de Buenos Aires) o el de Oscar Díaz para Eudeba y el Centro Editor de América Latina (se cuenta que sus compañeros debían estar atentos porque Díaz era capaz de darle un tijeretazo a la ropa de cualquiera para después «usar» ese color). Y no se puede obviar al español Daniel Gil, que diseñó para Alianza más de 4.000 portadas entre 1966 y 1989.
La escritora Esther Cross comenta que las tapas de la colección Robin Hood le parecían impactantes. «La de Jane Eyre, por ejemplo, para mí será la tapa de Jane Eyre por siempre». Y agrega: «Mientras leo un libro, si la tapa me gusta, la miro muchas veces, no sé por qué. Con el tiempo, sin embargo, es raro que la recuerde, no es en general lo primero que me viene a la cabeza cuando evoco un libro».
De cualquier manera, sin duda las tapas son fundamentales para llamar la atención de potenciales lectores y pueden hacer que alguien elija un libro aunque no sepa nada sobre él.
Ganas de tener
Una de las tantas leyendas negras que rodean al escritor argentino Fogwill cuenta que un día irrumpió en la oficina de Daniel Divinsky al grito de «el libro no se vende por esa tapa de mierda». Se refería a la primera edición de Los pichiciegos (en ese entonces, Los pichy-cyegos), publicada por De la Flor. Aquella tapa evocaba la etiqueta del licor Tres Plumas.
Cortázar, desde París, le escribió varias cartas al editor Paco Porrúa planteándole sus ideas para la tapa de Rayuela, con largas argumentaciones, bocetos y referencias a artistas visuales. El escritor expresó lo que buscaba en un tono propio de su literatura: «Una rayuela dibujada con tiza en una vereda o un patio. Todo más bien pobre, gris, conventillo, día nublado, mufa». Después, con el libro ya publicado, le comentó a Porrúa que estaba muy satisfecho y le dijo: «Lo que más me gusta de la tapa es el lomo» (en el grueso lomo de Rayuela estaba otra vez, con leves modificaciones, el dibujo de la tapa).
Muchas veces se olvida la importancia del lomo. Es lo único que se verá del libro una vez que pase a los estantes de una librería o una biblioteca. Chip Kidd, un reconocido diseñador de tapas estadounidense, que suele hablar de su trabajo de un modo abierto, muy agradable para quien no se dedique a este oficio, suele señalar la importancia de un lomo distintivo.
Kidd trabaja para el sello Knopf e hizo muchas tapas que rápidamente se volvieron icónicas, como la de la novela Jurassic Park, de Michael Crichton, o la de 1Q84, de Haruki Murakami. Algunos lo consideran el mejor en su oficio y autores como Oliver Sacks piden que conste en los contratos que él estará a cargo de sus tapas. Kidd tiene muy en claro que el contenido de un libro es lo central, lo repite constantemente, «pero también queremos que compres el libro porque es bello y te da ganas de tenerlo», ha señalado.
Muchas veces, si una editorial o una colección tienen una identidad visual demasiado dura, se pierde en algún punto la identidad de cada título. En ocasiones, también ocurre lo contrario: tapas demasiado distintas hacen que uno no identifique a los libros con la editorial que los publicó. De todos modos, la inmensa mayoría de los lectores no presta atención a estos temas, no sabe de qué editorial es el libro que está leyendo o si pertenece a una colección específica.
Un visionario
Resulta difícil encontrar sitios web dedicados al arte de tapa de los libros que se sostengan y se actualicen con cierta regularidad. En castellano, prácticamente no existen. En inglés, uno de los pocos que se mantienen activos es el blog Caustic Cover Critic, que tiene buena información y puede deparar gratas sorpresas y también algunos momentos graciosos. En Internet proliferan, eso sí, listas de tapas clásicas, en las que se repiten muchos trabajos; entre otros, el diseño de Francis Cugat para la primera edición de El gran Gatsby.
Es más atractivo visitar los sitios web de algunos diseñadores o ilustradores que, aparte de mostrar sus obras terminadas, dan a conocer el proceso de trabajo. El cubano Edel Rodríguez, por ejemplo, publicó los bocetos de las tapas para una serie de libros del nigeriano Chinua Achebe, que se mantuvieron en la edición en castellano de obras como Todo se desmorona.
Santiago Caruso, nacido en Quilmes en 1982, suele subir a su sitio web detalles o partes del proceso de las tapas que diseña para editoriales no solo argentinas, sino también españolas, estadounidenses, inglesas o francesas. Con un fuerte trabajo sobre lo simbólico, Caruso dice que muchas veces sufrió el hecho de ocuparse de la ilustración sin estar a cargo del diseño de la tapa; en algunos casos, «se perdieron zonas importantes de la imagen por miopía editorial, malos diseños o mal gusto comercial». También afirma que no es común que las tipografías para una tapa se piensen con «buen criterio».
El escritor estadounidense John Langan quedó tan contento con la tapa que Caruso había hecho para su libro House of Windows que pidió especialmente que lo convocaran cuando iba a publicar The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstrous Geographies. «En ese caso, pensé a partir del título», explica el ilustrador. «La imagen no tiene que ver con el cuento que da nombre al libro, sobre un soldado en Oriente Medio y una especie de vampiro diurno al acecho. Me centré en la idea de un cielo devorador de seres, un vacío que desgarra hasta los huesos».
Muchas de las tapas que Caruso ilustra y diseña están vinculadas con el género fantástico o de terror y tienen muy buena recepción en diversos países. Cuenta que el escritor inglés Mark Valentine, al ver el trabajo que había hecho para un libro suyo, le escribió al editor: «Este hombre es un visionario. Tomó unas pocas oraciones del cuento “The Amber Cigarette” y conjuró todo un mundo de mitos y metamorfosis».
Deseos literarios
Si hay tapas sobresalientes, también las hay desafortunadas o poco creativas, con un mensaje chato (lo cual no significa discreto ni sobrio). Por ejemplo, las tantas ediciones que imitan sin disimulo el diseño de sagas exitosas como Cincuenta sombras de Grey, incluso para clásicos como Tess de los d’Urberville, de Thomas Hardy, o los casos en los que una foto o una pintura han sido utilizadas en 10 o 20 tapas distintas.
Hablamos con escritores argentinos sobre el tema. Mientras muchos les dan importancia a las tapas de sus libros, de «mediana» (así dice Mariana Enriquez, quien comenta que no es algo que la obsesione) a «mucha» (Ariana Harwicz, por ejemplo), solo Vlady Kociancich dice que no es algo que la preocupe, que confía en la experiencia de las editoriales.
Luisa Valenzuela cree que las tapas «tienen tanta personalidad como el título» y Mempo Giardinelli afirma que forman parte del proceso de un libro, «algo así como la celebración final antes de que llegue a los lectores».
A todos los consultados los editores les muestran ideas o bocetos antes de tomar una decisión. Sergio Olguín habla de su sorpresa cuando en el sello Suma de Letras le ofrecieron 16 opciones de tapa (¡16!) para su novela Las extranjeras. Fernanda García Lao dice que siempre interviene en esta decisión «sugiriendo o aportando referencias». Carlos Chernov comenta que a veces busca él una imagen y la propone.
Al poeta y traductor Rodolfo Alonso, que también fue editor, le interesa que la tapa «no trate de seducir o convencer, sino de expresar». A María Teresa Andruetto le gustan «las tapas extremadamente sobrias, solo con el nombre del autor y el título, pero con un muy buen diseño; me atrae la tipografía y la relación forma-fondo».
Jorge Consiglio recuerda que, cuando la editorial Norma iba a publicar su novela El bien, sugirió ilustrar la tapa con una obra del artista Miquel Barceló. «Me parecía que tenía mucho que ver con el texto. La consiguieron y quedó impresionante».
El 13 de agosto de 2012 el dibujante Liniers puso en su cuenta de Twitter el link a una foto con los lomos de 21 libros –en inglés– de Kurt Vonnegut. Ed Carosia, ilustrador argentino que vive en Barcelona, respondió mostrándole la tapa que había hecho para las traducciones al catalán y al castellano de Un hombre sin patria.
Liniers le contestó «me encantaría tapear a Vonnegut» sin saber que el sello La Bestia Equilátera ya había firmado contrato para publicar 3 libros de ese autor estadounidense. Desde la cuenta de la editorial en Twitter le advirtieron: «Cuidado con lo que desea, señor Liniers, que se le puede cumplir». Tenían razón. Matías Zoja, que trabaja en La Bestia Equilátera, dice: «Muchos lectores descubrieron a Vonnegut gracias al efecto que produce un artista como Liniers». Y esto nos da una idea de lo que una tapa puede generar.
—Salvador Biedma