1 de enero de 2022
Camile Griffin
El fin del mundo antes de Nochebuena.
Hay algo decididamente hipnótico en las películas sobre el fin del mundo. No en la cosa posapocalíptica que se vio reducida al lugar común de los zombis. Tampoco las catástrofes ruidosas a lo 2012. Nada de eso, sino ese subgénero pequeño acerca de gente que sencillamente parece aceptar la extinción filosóficamente, como algo dado, inexorable como la muerte individual. Un poco eso es lo que narraban Melancolía (2011), de Lars von Trier, y la poco recordada Last Night (1998), de Don McKellar. En la película de Camile Griffin la Tierra ha decidido devolverles a sus habitantes tanto agravio mediante unos letales efluvios tóxicos. La opción es una muerte dolorosa o una especie de eutanasia masiva auspiciada por los gobiernos del mundo. A modo de despedida, un grupo de amigos y sus familias organizan una última Nochebuena campestre. El plan es que sea una velada tranquila pero a la resignación le siguen el recuento de asuntos pendientes, el rapto confesional, alguna disquisición moral acerca de un mundo desigual. Aporta a la atmósfera de angustiosa calma la cualidad muy british del reparto, en el que impresiona Roman Griffin Davis, revelación en Jojo Rabbit e hijo de la directora.