5 de julio de 2021
A 20 años de su estreno en el país, el formato goza de buena salud en medio de la pandemia, se nutre de famosos y se ramifica a través de las redes sociales.
Perspectiva. Del éxito de Masterchef Celebrity a la repercusión de Gran Hermano, pasando por Expedición Robinson y Corte y confección. (Sandra Rojo – Negro Luengo)
Masterchef Celebrity, Corte y confección, Relatoras, El club de las divorciadas, El gran premio de la cocina y La Academia: la lista demuestra que el reality show se instaló definitivamente en la programación televisiva pandémica. Los protocolos que rigen a la industria audiovisual resultan más flexibles y económicos para este tipo de programas que para la realización de una ficción. Pero esta es solo una de las explicaciones posibles para la vigencia de un formato que este año cumplió dos décadas en el aire.
Para el periodista Guillermo Courau, la expansión actual tiene más que ver con una cuestión presupuestaria que con un efecto derivado de la emergencia sanitaria. «La televisión ya venía con una tendencia a gastar cada vez menos y lo que hizo el coronavirus fue darle la sentencia de muerte. Bake off se hizo antes y anduvo muy bien, Masterchef Celebrity ya estaba en carpeta. No solo son producciones baratas, sino que la gente también tenía ganas de ver este tipo de programas. Y cuando una idea funciona, todos la repiten», afirma.
Los programas de telerrealidad con formatos de convivencia o competencia de talentos no son una novedad, sino que llegaron con el comienzo del nuevo milenio. Antes de su desembarco, en la pantalla chica local estaban de moda los talk shows. Los había muy variados, pero su esquema básico se fue desgastando. Y en ese panorama emergió el género en cuestión, que en su esencia busca que la realidad parezca ficción.
Productor de Gran Hermano, Operación Triunfo y Talento Argentino, entre otros, Marcos Gorban afirma que «el reality show es un género como lo es el periodístico o la ficción. Y dentro de ese marco hay diferentes formatos, pero lo que lo define es que tiene al público como protagonista. Aquel que protagoniza el show es gente común y corriente que tiene acceso a la palabra».
La primera casa
El reality que plantó bandera en nuestro país fue Expedición Robinson, que condujo Julián Weich en Canal 13 y que se grabó con gran despliegue en una isla de Panamá; pero el punto de inflexión se produjo con Gran Hermano, basado en el exitoso formato holandés, que debutó en la pantalla de Telefe el 10 de marzo de 2001. El plan consistía en encerrar a 12 participantes en una casa, con cámaras que los observaban durante las 24 horas. Los telespectadores se sintieron atraídos por la idea de espiar vidas ajenas. Fue el comienzo del fin de la intimidad en la televisión. Un fenómeno que, años más tarde, se expandiría a través de las redes sociales.
«El público, que siempre fue activo pero receptor al fin, comenzó a ser prosumidor de contenidos. Hay que pensar que en los 70 todo aquel que no tuviera un título tenía casi prohibido hablar por televisión. Y de pronto el espectáculo pasa a ser la “gente común”, que tiene una vida normal. Antes se hablaba de la televisión aspiracional, poblada de estrellas. Cuando el medio pasa a ser de la gente de a pie, nace el género del reality show. Y esto es lo que genera muchísimo éxito y una sensación distinta. Hay una identificación: la gente pasa de decir “yo quiero ser como él” a “él es como yo”», sostiene Gorban.
Como todo programa exitoso, Gran Hermano tuvo no solo otras temporadas, sino que hubo ciclos que buscaron mantener la misma impronta: un grupo de desconocidos forzados a convivir, dispuestos a mostrar sus habilidades o a asumir retos. Así surgieron El Bar, Operación triunfo, La voz, Cuestión de peso, Popstars, Confianza ciega y Bake off, entre otros.
Para Alina Mazzaffero, autora de La cultura de la frivolidad, la televisión de mayor rating desde la posdictadura hasta la actualidad estuvo marcada, en mayor o menor medida, por la banalidad. Pero agrega que «en realidad la metadiscursividad, el voyeurismo y la mostración de la intimidad ya habían estado presentes a finales de los 60 y principios de los 70, cuando se estructuró un sistema de “famosos” propiamente televisivos, el cual moldeó nuevas formas para el estrellato».
El periodista Julián Gorodischer, que escribió el libro Golpeando las puertas de la TV, señala que el fin de la intimidad parte de un gran movimiento que se produjo en el siglo XXI, donde la vida privada de las personas se volvió materia pública tanto a través del reality show como de las redes sociales y de las crónicas íntimas publicadas por los diarios y las revistas. «Este gran movimiento de visibilización de la intimidad se da de manera diferente en cada soporte y, obviamente, dentro de la televisión se produce la vertiente más artificial. De hecho, existen sospechas sobre realities guionados, siempre aparece alguna denuncia de que esa supuesta naturalidad que dicen tener no es tal».
Invasión de celebridades
Casi como una respuesta a la proliferación del formato, a fines de 2001 el histórico productor de telenovelas Quique Estevanez decidió lanzarse a la aventura de montar su propio reality. Pero, a diferencia de los demás, reunió bajo el mismo techo a actrices y actores populares. Así surgió Reality Reality, por la pantalla de canal 9. Algo atípico para ese momento y que hoy es visto con total aceptación.
Según Gorban, los participantes famosos entienden mejor las reglas del juego porque son parte del show. «Para la industria siempre es mejor hacer un reality con famosos. Tenés todas las variables controladas», dice. «Hoy en Argentina el fenómeno es Masterchef, que es un hitazo. Pero es un éxito al nivel de la novela que está antes. Con Expedición Robinson, Gran Hermano o Bailando por un sueño hablábamos de más de 30 puntos de rating. Por más que ese rating se diseminó por las plataformas y las redes, también es cierto que no se volvió a vivir un fenómeno tan masivo como el que tenían los realities con participantes anónimos».
El director teatral y dramaturgo José María Muscari afirma que las redes sociales se convirtieron en el nuevo reality. «Están al alcance de la mano de cualquiera y, si bien en un momento los realities eran la posibilidad de volver extraordinaria una vida ordinaria, creo que las redes, especialmente Instagram, cumplen esa función», observa.
Hoy sus elementos fundamentales se terminaron de expandir a todos los géneros, modelando la ficción e incluso el documental. «El formato irradió hacia todas las zonas de lo social y, sobre todo, se instaló en las plataformas digitales, donde se ve el reservorio más amplio de vidas privadas», dice Gorodischer. «Hoy en día tiene que haber un plus argumental, por eso existen los realities especializados. Lo que en las primeras versiones del género era pura modorra, eso de echarse a hablar de nada sobre unos almohadones, con la masividad de las redes sociales hoy no tendría el mismo interés», completa.
«No creo que las redes hayan atentado contra el fenómeno, sino que lo modificaron», dice de manera contundente Gorban. Mientras, Muscari agrega que un reality bien pensado, con un casting acertado, puede volver a cautivar a los espectadores. «Personalmente, el reality es un género que uso mucho en la formación de mis espectáculos. De hecho, actualmente tengo un espectáculo que se llama Redes, viví tu experiencia, que lo protagoniza Inés Estévez, que se nutre del género».
Los reality fueron, son y serán objeto de disputa. Periodistas y críticos seguirán analizando la naturaleza de estos espacios que alimentan el morbo y el entretenimiento. Todo indica que la telerrealidad va a mantener su lugar de privilegio en la pantalla chica, pero los productores y realizadores tendrán que exprimirse el cerebro y apostar por contenidos innovadores para triunfar frente a sus competidores actuales: las redes sociales.