Cultura | LITERATURA E HISTORIA RECIENTE

Infancias en dictadura

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Osvaldo Aguirre

Entre la autobiografía y la ficción, una camada de escritores revisa las huellas que dejaron a una edad temprana el terrorismo de Estado, la clandestinidad y el exilio.

Títulos. Los libros de Ángela Pradelli, Mónica Zwaig, Cecilia Ferreiroa, Reynaldo Castro y Alejandra Costamagna.

«Nunca dejamos de volver a ese mundo misterioso y a la vez íntimo», dice Cecilia Ferreiroa, y la afirmación podría ser compartida por otros escritores que indagan en la infancia las claves de experiencias de vida en un período determinado: el de la última dictadura cívico-militar. En ese movimiento, a través de la literatura, surgen marcas poco advertidas del terrorismo de Estado, el exilio y la clandestinidad y, al mismo tiempo, una mirada nueva sobre los dramas de la historia reciente.
La infancia en la dictadura es un tema que excede a la literatura. En Infancias. La narrativa argentina de HIJOS (2019), Teresa Basile advierte sus proyecciones también en el cine, la fotografía, el teatro y el testimonio y analiza hilos conductores: la relación con los ideales de los padres, la tensión entre la memoria heredada y la propia, la vida privada en medio de la represión, la elaboración del duelo. Kamchatka (2003), de Marcelo Figueras, La casa de los conejos (2008), de Laura Alcoba, primera parte de una trilogía, y Los topos (2008), de Félix Bruzzone, entre otras novelas, se convirtieron en títulos de referencia.
Después de En mi nombre, donde reconstruyó en base a entrevistas historias de hijos de desaparecidos, en principio apropiados o nacidos en cautiverio, Ángela Pradelli continuó con el tema a través de la ficción. En La respiración violenta del mundo (2018) puso en escena a una niña de 5 años cuyos padres son secuestrados y es buscada por su abuela. «El vínculo de la infancia con el universo puede ser infinito», dice Pradelli. «Las niñas y niños viven casi todas las experiencias en dimensiones muy plenas. Por otra parte, me resulta absolutamente incomprensible que las sociedades les causen dolor, violenten sus pequeños cuerpos indefensos, provoquen traumas».
Mónica Zwaig (1981) nació en Francia durante el exilio de sus padres. La impronta autobiográfica parece nítida en Una familia bajo la nieve (2021), su primera novela, pero la escritora y también actriz y abogada en causas de lesa humanidad relativiza esa marca: «No me propuse escribir una autobiografía, no me parece algo que esté dentro de mis capacidades y tampoco sería algo que me divierta. Creo que tengo una vida muy aburrida y prefiero mil veces dialogar con personajes de ficción. La ficción es lo que me dio aire y espacio para escribir». Claro que «el personaje principal tiene algo parecido a mí, al estar entre dos países y dos idiomas».
Cecilia Ferreiroa (1972) pasó un año de su infancia en Venezuela y el resto en México. «Siempre supe que estábamos exiliadas porque había una dictadura militar en Argentina. También sabía que permaneceríamos así hasta que volviera la democracia, que nuestra vida ahí era temporaria. Eso tuvo varias consecuencias: mantuvo muy fuerte mi vínculo afectivo con Argentina, pero me complicó mi vida en México, donde nunca dejé de ser extranjera. El asombro es una experiencia central de mi infancia y constituye mi escritura», dice la autora de La parte enferma (2020), en uno de cuyos cuentos relata las mudanzas incesantes en el destierro.
«La dictadura no solo hizo desaparecer personas sino un saber sobre esas personas», dice Mariana Tello Weiss en el prólogo de Nacer en tiempos violentos (2023), de Reynaldo Castro. Entre los vínculos rotos y las ausencias traumáticas hubo también figuras que cobraron relieve. Ferreiroa explora la relación con tíos, tías y abuelos durante el exilio en un conjunto de cuentos: «Nunca nos definimos ni vivimos en soledad», afirma. «Las concepciones individualistas no nos han aportado mucho, estamos interrelacionados y las particulares relaciones que establecemos nos conforman», completa.

Memoria en reconstrucción
El tema abre posibilidades y plantea límites. «La voz de la infancia puede ser poderosa, pero yo no podía narrar la historia en la voz de una niña. Por su edad había muchas cosas que no podía saber, y fundamentalmente no tenía las palabras para narrar semejante horror. Entonces trabajé con su perspectiva, más rica que la de un adulto», señala Pradelli sobre el proceso de La respiración violenta del mundo.
«La voz del testigo puede ser brutal, no tiene adornos, es áspera y sutil por momentos», agrega la también autora de Dos soldados, donde relata historias que transcurrieron en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Malvinas. En las entrevistas que conforman Nacer en tiempos violentos, Castro recorta un perfil: se trata de mujeres, hijas de detenidos y/o desaparecidos, y de hechos que ocurrieron en Jujuy. «No repetir lo que ya sabemos o lo que está escrito en el Nunca Más», dice, es una premisa.
«Tenemos historias de madres, de militantes que sobrevivieron y de desaparecidos en centros clandestinos, pero muy poco sobre la tercera generación, la de los hijos de esos militantes. Trabajar con las memorias de las infancias sobre la dictadura es una carga muy pesada si no la compartimos con artistas que amplían el horizonte de la rememoración», observa Castro, a propósito de la colaboración del ilustrador Marcos Osácar en el libro.
Había una vez un pájaro (2023), de Alejandra Costamagna (1971), publicado en Chile y con distribución en Argentina, da cuenta de la presencia del tema en el marco más amplio de la literatura latinoamericana. El libro incluye tres relatos que configuran variantes de una experiencia común: la relación de una niña con su padre, primero preso político y luego exiliado en Argentina. La historia puede vincularse con Un viaje a Salto (2022, reedición), donde la uruguaya Circe Maia relata las visitas de madre e hija a un médico detenido por colaborar con el Movimiento Tupamaro.
En Una familia bajo la nieve, Zwaig afirma que los textos escritos, como las fotos, prueban que algo existió y a la vez permiten olvidar. Pero en otro pasaje de la novela la memoria surge como «un animal difícil de domesticar». Zwaig diferencia la escritura de ficción de los sucesos históricos: «Para mí es muy difícil escribir hechos reales, me angustia tener que hacer ese tipo de relatos en mi trabajo de abogada y me alivia pasarme a la ficción. En un momento fantaseé con la idea de volcar por escrito las cosas que no quiero olvidar y así liberar espacio en mi memoria para cosas nuevas. Pero la memoria nos supera a todos, ella es la que nos hace olvidar o acordarnos y no controlamos nada».
Zwaig comenzó a escribir en francés y después pasó al español. «El cambio implicó una gran inseguridad y también me dio un poco más de libertad para buscar la voz de la narradora entre dos países», dice. Su segunda novela, La interlengua, publicada en estos días, profundiza en la reflexión en torno a la lengua, la identidad y el desarraigo.
En México, Ferreiroa se sentía extranjera en su propia lengua, porque el rioplatense no se hablaba en el exilio. «La lengua mexicana, la de mi infancia, sigue viva en mí, no como un recuerdo sino como mi lengua materna. Y ese es un punto que he trabajado y que me interesa seguir. Para mí es importante explorar nuevas maneras de escribir, nuevas búsquedas que me ponen en un lugar incómodo, pero también de euforia», dice Ferreiroa. Y esa sería también una reflexión compartida por otros escritores de una literatura que interroga y se vuelve más necesaria en tiempos de negacionismo.

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