13 de septiembre de 2023
Figura clave de la escena local, el reconocido actor murió a los 93 años. El repaso de su vasta trayectoria en la entrevista publicada por Acción en diciembre de 2014.
Con jeans prelavados, zapatillas deportivas y camisa abierta, Pepe Soriano espera a Acción sentado en las escaleras del hall del Teatro Tabarís. «Dame un cachito, que ya estoy con vos», lanza, canchero, mientras manipula su smartphone. «Tengo dedos muy grandes para estas teclitas, se me complica armar una frase. Ma’ sí, que me llamen», exclama, entre gracioso y quejoso. Acaba de terminar uno de los últimos ensayos de La Nona, obra que Soriano estrenará en el teatro Bristol de Mar del Plata el 5 de diciembre: será el más tempranero de los espectáculos de la temporada.
«Estoy muy embalado, la verdad es que no esperaba hacer a esta vieja de terror siendo yo tan viejo», dice con una sonrisa el intérprete de 85 años. «Pero agarré viaje, gracias a la gente que me motivó y estimuló para que la hiciera, como Carlos Rottemberg. Vení que te muestro», agrega, mientras toma amablemente del brazo al cronista y lo lleva a la puerta del Tabarís. «Mirá lo que es semejante fachada», expresa orgulloso, contemplando el cartel que resalta en medio de la avenida Corrientes. «Sabés la guita que puso Rottemberg… Los afiches están hace tiempo, anunciando la obra que se dará a 400 kilómetros de aquí», destaca.
«Con ese apoyo, me siento muy contenido. Al igual que el espaldarazo que me brinda todo el tiempo mi querido amigo Tito Cossa», dice sobre el autor de la célebre pieza, ya todo un clásico. Caminando por la calle de los teatros, rumbo al Obelisco, Soriano devuelve elogios de los peatones que lo saludan y hasta le piden una foto. Él accede, gustoso. «Conozco un cafecito tranquilo para charlar un rato. Igual, ya no estoy dando muchas notas. ¿Qué querés que te diga a esta altura del partido? Yo dije todo lo que tenía que decir, mi historia ya se sabe», hace saber el presidente de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes (SAGAI).
«La Nona lleva unas cincuenta puestas en el mundo. Y en la Argentina, otro tanto. El mensaje es altamente metafórico, cada quien le da su lectura.»
–¿Cómo surgió la posibilidad de volver a las tablas para hacer La Nona, a 35 años de la recordada película de Héctor Olivera?
–¿Por qué vuelvo? Por presión (ríe con ganas). Por presión y amenazas. Me pidieron tantas veces en estos últimos años que la hiciera que, para poder hacer otras cosas, bromeaba contestando: «Prometo hacerla cuando cumpla 85 años», cosa de tirarla para adelante y que se olviden. Un memorioso de ley como Carlos Rottemberg me recordó que el 25 de septiembre cumplí los 85. Y bueno, aquí estamos, juntos, afortunadamente, en este bello proyecto que ya es casi realidad.
–Obras como La Nona, ¿resisten el paso del tiempo?
–¡¿Cómo?! Por supuesto. La obra lleva unas cincuenta puestas en el mundo. Y en la Argentina, otro tanto. El mensaje es altamente metafórico, cada quien le da su lectura. Y, como ya sabemos, son los espectadores los que cierran el círculo y los que dan el veredicto. Ahora La Nona se está exhibiendo en Grecia y me enteré de que es un éxito tremendo, en un momento de gran crisis. Leí una nota que decía: «La Nona se está comiendo a Grecia». Todo un símbolo.
–¿La obra pertenece a alguna clase social?
–Por supuesto que a la clase media. El plateísta que la mire se sentirá plenamente identificado con esos personajes tan comunes, llanos y terrenales. El público reconocerá un montón de aspectos y situaciones: las tomará como propias, porque suceden en la vida cotidiana.
«Quiérase o no, tengo trabajo. En realidad, quiero pelear por esos 140 actores de más de 80 años que no tienen laburo. Y eso me molesta, me enoja.»
–Rottemberg se jacta de que hace veinte años que no firma un contrato. ¿Es cierto? ¿No firmaste nada?
–Nada, todo de palabra. Pero claro, qué necesidad hay… Como Rottemberg, yo pertenezco a una generación para la cual la palabra era sagrada. Hoy la cosa cambió un poco, lamentablemente. Pero bueno, yo sigo en mis trece. Un tipo parecido a Rottemberg, quizás más brutal, pero sincero y frontal era Alejandro Romay. Con él podíamos tener alguna discusión, pero tenía su palabra de fierro. Y te daba oportunidades, te decía: «Ok, acepto tu proyecto, pero aguantátela si lo tengo que levantar». En la televisión ya no hay gente así.
–¿Por eso hoy no estás en la televisión?
–Es que hablamos idiomas diferentes. La verdad, si me llamaran diría: «No, paso, gracias y hasta luego». No me pueden pagar ni a mí ni a nadie dos pesos con cincuenta. Yo tengo historia, quiero que se me respete.
–¿No se te respeta?
–Y, digamos que no, no se me respeta. Y yo soy alguien, construí algo que no todo el mundo ha logrado, que se llama trayectoria.
–Entonces preferís quedarte afuera del negocio televisivo.
–Prefiero no canjear mi libertad de decir que «no» cuando me parece correcto.
–¿Romay te valoraba?
–Sí, y cómo. Pero hoy no negocio más por mí. Quiérase o no, tengo trabajo. Hago teatro de manera consecutiva hace cuatro años. En realidad, quiero pelear por esos 140 actores de más de 80 años que no tienen laburo. Y me molesta: no me gusta esa situación, me enoja.
–¿Qué te enoja?
–Que laburen siempre los mismos. Hay montón de actores que acaparan la televisión y no pueden decir dos palabras. No se les entiende, tienen una papa en la boca. No sé de dónde salieron, dónde estudiaron. Pero sí sé que le quitan lugar a muchos talentosos que hoy no trabajan por una cuestión de edad.
–¿Hay una exacerbación de la belleza y la juventud?
–Es insoportable, en todas partes pasa lo mismo. Engrano con ese tipo de injusticias. Pero no me van a vencer, estoy dispuesto a seguir luchando como lo hice toda la vida. Poniendo el hombro: lo tengo en carne viva de tanto yugarla.
El circo de la TV
A la par de su actividad al frente de la SAGAI, Soriano es una especie de ombudsman, de defensor de la colonia actoral. «Peleo contra los intereses y defiendo personas y situaciones», define. «Yo prefiero pensar en creer, en que se puede. Y que del otro lado hay gente solidaria y con sentido común que sabrá dar una mano». El caso de Adrián Suar, que en su rol de productor ha dado trabajo a los actores sin distinción de edad, ¿encajaría en esta descripción? «A Suar casi no lo conozco. No tuve un trato directo, o sea que lo poco o mucho que sé sobre él es porque me han llegado comentarios, que son de todos los colores y matices, a favor y en contra».
–¿Qué le cuestionarías a Suar?
–Me parece que él le dio una matriz distinta a la televisión. Aportó una omnipotencia que la televisión no tenía. Y hoy me parece que no le favorece a nadie. Siento que Suar como productor tiene mucho poder, quizás demasiado.
«A mí Tinelli no me interesa. Lo que hace está a años luz de lo que vería, pero tengo que reconocer que hay ropa que no me gusta y que se vende igual.»
–Y si fueras productor o estuvieras en su lugar, ¿qué harías?
–Bueno, no sé, lo tendría que pensar. De todas maneras, no haría lo que hace él, seguro.
–Son edades muy distintas
–Ok, pero a mis 85 años yo puedo tener buenas ideas.
–¿Por ejemplo?
–Llamaría a personas interesantes como Mauricio Kartún, Carlos Gorostiza o el mismo Tito Cossa. Para escucharlos, aunque más no sea. Para tener su palabra, su visión, su reflexión. Porque algo bueno deben haber hecho, ¿o hay que darles una patada en el traste porque tienen más de sesenta? Valdría la pena tomar un café con ellos, darle lugar a la experiencia.
–¿Lo mismo pensás de Sebastián Ortega?
–Sí, lo mismo. El éxito produce soberbia e impudicia.
–¿Y de Tinelli?
–Creo que Tinelli es otra cosa. Hace un show, un circo, él no produce ficción, lo hizo en un momento pero ya no. Él se la banca bien, hace un montón que está en el aire y va a morir en la suya. Pese a los palos que recibe, Tinelli mantiene su estilo. Aparte recibe patadas quien hace; quien no, solo recibe indiferencia.
–Rara esta suerte de defensa que ejercés sobre Tinelli.
–Es lo que pienso, sinceramente. A mí Tinelli no me interesa para nada. Lo que hace está a años luz de lo que vería, pero tengo que reconocer que hay ropa que no me gusta y que se vende igual.
–¿Mirás televisión?
–Nada. No miro ni los noticieros, porque se han convertido en verdaderos circos mediáticos. Se han aligerado demasiado para mí gusto.
Sueños y secretos
Gesticula enérgico, luce locuaz. Lleno de inquietudes, Soriano mira para adelante sin complejos. Dice que no quedan rastros –toca madera– de aquel cáncer de vejiga que lo obligó a internarse por duplicado, y menos aún de aquel enigmático diagnóstico que determinó un «estado confusional» que lo sumió en un profundo bajón. Si bien ambas situaciones ocurrieron hace años, el actor afirma que lo hicieron tocar fondo. «Hoy no tengo nada de aquel tipo. Tengo otra cabeza, me siento sereno y tranquilo. Y eso se lo debo a mi hermosa mujer, Diana, con la que estoy cumpliendo cuarenta años de relación. Ella me reubicó en la vida», asegura. «Soy un privilegiado que tiene una linda vida», agrega. Su semblante cambia si se lo consulta sobre los rótulos que se suelen utilizar para referirse a artistas con trayectorias similares a la suya. «Yo no estoy de acuerdo con eso, son necesidades de mercado», se desmarca.
–Un actor atraviesa la frontera de los 80 y pasa a ser más noticia por la edad que por lo que hace en el escenario.
–Claro, como si fuese un milagro. No pueden creer cómo estamos en un escenario ensayando y no en un geriátrico con los pañales.
–¿Por qué?
–Porque es una sociedad que segrega a los mayores. Lo que decía antes: los viejos son descartables. Pero yo les hago un corte de manga, porque sigo en plena actividad.
–¿La pasión por la actuación no es perecedera?
–Nunca jamás. Soy un depredador voraz del escenario. Vivo hambriento todo el tiempo, buscando la presa.
–¿Qué es lo que te mantiene en ese estado constante?
–El darle otra vuelta a la cosa. Abrigar algún vacío también es una de mis fuentes afectivas.
«La soledad del actor está siempre, cada uno sabe cómo sobrellevarla. Hay momentos muy productivos. Y hay otros, menos, con la angustia más latente.»
–¿Alguna «presa» que te tenga más hambriento?
–Me encantaría cazar a Ricardo III: sería un banquete de los más sabrosos. Hay muchas posibilidades de hacerlo en 2015, nada menos que en el teatro San Martín y dirigido por el inglés Peter Brook. Es una zanahoria que me mantiene vivo, fuerte.
–¿Experimentaste la falta de trabajo?
–Sí, claro. La falta de laburo es parte del trabajo. Y hay que pasarla, no queda otra. Preocupación, angustia, temores intentan noquearte, pero en esos casos trato de aflojar la desazón apelando al oficio y a la experiencia. No me vuelvo loco esperando el llamado telefónico. Además, ya sé de qué se trata. Yo vengo laburando con continuidad pero, si me pasara, supongo que haría lo que hice hace tiempo, cuando recorrí el país con El loro calabrés.
–¿Existe la famosa «soledad del actor»?
–Por supuesto. Está siempre, se palpa. Está en cada uno cómo sobrellevarla. Hay momentos de soledad muy productivos. Y hay otros, menos, con la angustia más latente. La actuación es el oficio más hermoso del mundo, pero no está exento de temores y angustias que pueden ser muy jodidos. Yo pasé por momentos de altibajos, de bajones, pero el trabajo siempre me terminó rescatando.