29 de diciembre de 2021
El documental de Peter Jackson reconstruye los últimos días de los Beatles con material de archivo inédito. Canciones monumentales y nostalgia pop.
Reality. Con elementos de melodrama, la serie muestra la convivencia de McCartney, Lennon y Harrison, con Yoko de testigo.
El solo hecho de que el acontecimiento musical de 2021 sea sobre un puñado de canciones creadas, tocadas y procesadas 52 años atrás genera preguntas que se disuelven en un presente voraz. Hoy parece que nada perdura, que todo se desvanece: el pasado quedó como el reservorio de la felicidad. Get Back, el extraordinario documental de más de ocho horas dirigido por Peter Jackson, estrenado por Disney+ a fines de noviembre, es la reconstrucción de una catedral del siglo XX. Aunque el material se deslice por largos lapsos en el plano de la anécdota, lo que se ve es a cuatro amigos fabricando futuro. No cumplieron los 30 años y de alguna manera ya son viejos. Son ricos y todopoderosos, cada uno está en pareja, saben que la aventura que comenzó en la adolescencia de posguerra en un puerto áspero del interior de Inglaterra se acaba. Saben también lo que representan juntos; saben, en fin, ni más ni menos, que cambiaron el mundo.
Get Back expone, entonces, el tardío reality sobre el final de los Beatles. Cámaras y más cámaras registrando pelos y señales de la lenta descomposición que, por inevitable, como esas parejas que se otorgan una última noche, logra muchísimos momentos de relax y tregua. Asimismo, paradójicamente, Get Back es la cristalización de la fantasía de que no hubo final: están ahí. La vigencia de la banda es otro de los enigmas a dilucidar. Escuchar la lozanía que respiran esas canciones es enfrentarse a la historia personal de cada uno: en su belleza física, en su armonía grupal, en los contrastes individuales, en la iconografía que proyectaron, en el humor, los Beatles han producido efectos sentimentales, afectivos sutiles, de una cotidianidad global que los define como un artefacto pop único. Ese efecto como familiar –intangible, abstracto, aun más misterioso que el genio artístico– no lo lograron, por caso, los Rolling Stones.
El relato de Jackson está estructurado como un diario. Con elementos de melodrama, plantea una carrera contra el reloj: Los Beatles tienen que preparar una cantidad de canciones para un especial de televisión del que nadie, excepto Paul, parece muy convencido de realizar. Y no llegan. No por maravilloso, atrapante, disfrutable –aun en ciertas tediosas parrafadas–, el documental deja de ser una rotunda prueba de la nostalgia patológica que patentó el crítico cultural británico Simon Reynolds en su ensayo Retromanía. La adicción de la cultura pop a su propio pasado. ¿Alguien podría imaginar que en 1969 hubiera tanto fervor por una música de medio siglo atrás, es decir, 1919? ¿Resulta del cambio de paradigma del consumo o es la actualidad la que no ofrece interés, pasión, sensualidad? Reynolds es apocalíptico y contempla con escepticismo cómo artistas y consumidores de pop se han convertido en arqueólogos, profanadores y archivistas. Todos somos mendigos que revolvemos en el tacho de basura de la historia para reciclar épocas, tendencias, ritmos. Pregunta Reynolds: «¿Nos dirigimos acaso hacia una especie de catástrofe ecológico-cultural, en la que la búsqueda en los archivos de la historia del rock también se agotará? ¿Qué sucederá cuando nos quedemos sin pasado?».
Reducir Get Back al campo magnético de la retromanía tal vez sea un poco injusto. La decisión de Jackson, sabia, de armar un relato extenso con sus espacios muertos no recicla la historia: la construye. Aun con la convicción de que la edición manipula contenidos con mayor o menor honestidad, mucho de lo que se ve cambia presupuestos. La más obvia revela una antigua misoginia y provoca risa ya desde su elemental y arcaico planteo: no, evidentemente no fue Yoko la culpable de la separación. La más inquietante: eran músicos que cuando tocaban juntos en el estudio entraban en un estado de gracia grupal insuperable.
Desde el asesinato de John Lennon la historia de los Beatles la viene contando Paul McCartney. De hecho, todo el primer capítulo es una manifestación de su liderazgo absoluto. Pero a lo largo del paso de las horas, asoman otras revelaciones: cada uno aportaba ideas y abandonaba cualquier atisbo de mezquindad o encono en pos de la canción. La prueba es el proceso de boceto, composición, arreglos –clave la segunda guitarra de Lennon– y pulido fino del rock and roll en «Get Back», tanto en la música como en la lírica.
Abundan los detalles, minucias exquisitas para biógrafos y obsesivos. Hay que recordar que todo lo que se ve fue filmado por Michael Lindsay-Hogg y editado contrarreloj para la película que se llamó Let it Be y que se estrenó ya con los Beatles separados y peleados a muerte. El trabajo de Peter Jackson fue tomar la parte sumergida del iceberg de Lindsay-Hogg (60 horas de imágenes, 150 de audios) y manejar claves del pasado que modificarían sí o sí la percepción de aspectos de la banda desde el presente, como si estuviera dentro de la saga de Volver al futuro. No es alocado suponer un control exhaustivo y sugerencias de la dupla Paul & Yoko en esas maniobras. Jackson no solo no dialoga con la película de Lindsay-Hogg, sino que conceptualmente la contradice. Donde uno editó tensiones intolerables, el otro otorgó aire y hasta priorizó instantes de camaradería. Con el diario del lunes, construyó uno de los tantos finales posibles. Let it Be, el film maldito de los Beatles, fue sometido a una operación de centrifugado profundo para volverse Get Back, otro tipo de fábula, estrenada por el canal de Mickey y Bambi. Se sabe: los documentales no dejan de ser una de las maneras de la ficción.
Celebramos este cuento final sobre los Beatles. En tiempos en que el Indio Solari canta a través de un holograma y Soda Stereo gira como si nada con Cerati atrapado en una pantalla gigante, la gran confirmación es que los Beatles siguen vivos. Como una conjura ante el vacío, continúan derrochando belleza en forma de canciones y nos vuelven, como dijo Reynolds, felizmente adictos al pasado.