De cerca

Volver al ruedo

Tiempo de lectura: ...

Permaneció varios años alejada de los sets de filmación debido a un delicado estado de salud, pero pudo retomar la actividad y regresó a los primeros planos. La actriz disfruta de un presente intenso en el cine y la televisión. Y también analiza las denuncias por acoso que sacuden Hollywood.

En enero presentó en Estados Unidos una miniserie dirigida por Steven Soderbergh, prepara otra con Paolo Sorrentino y sigue atentamente los planes de Martin Scorsese para una nueva película que la tendrá como protagonista. Ya ha anunciado que compartirá cartel en una comedia con Bette Midler que se llamará The Tale of the Allergist Wife, que encabezará el elenco del debut en el cine estadounidense de la directora noruega Eva Sørhaug y que pronto estrenará What About Love, una historia de amor en la que trabaja con Andy García. Ciertamente, hoy Sharon Stone pasa por uno de los mejores momentos de su carrera y está llena de energía, pero como ella misma cuenta en esta entrevista, no siempre ha sido así. Quien en la década del 90 se convirtió en un verdadero símbolo de Hollywood estuvo muy cerca de la muerte, por lo que hoy celebra de una manera especial el haber llegado a los 60 años trabajando con inusual intensidad.
–Es difícil de creer que hayas cumplido los 60. ¿Qué es lo que sabés hoy que no sabías a los 40?
–No sabía que no todo se resuelve convirtiéndote en esposa. No sabía que no hay forma de conocer a alguien que arregle todos tus problemas y que la gente es lo que es. Y que no importa cuán bueno sea el hombre de tu vida, eso no es garantía de que vayas a tener un buen matrimonio. Tampoco sabía que iba a tener una aplopejía y una hemorragia cerebral que me iba a cambiar la vida. O que iba a estar muy agradecida de haber llegado a los 60. Es cierto, es un número muy fuerte. Cuando cumplí los 50 estaba feliz, porque además todavía se me veía muy bien. Pero ahora me siento vieja. A la vez, tengo que enfrentarme a la realidad de que va a llegar el momento de ser anciana. Y yo a los 40 tomé la decisión de que si iba a ser vieja, tenía que envejecer como una bailarina, bailando todo el tiempo. En aquel momento lo que me preocupaba era cómo se me iba a ver. Pero la aplopejía me dio una perspectiva diferente y ahora me preocupa cómo van a ser las cosas. No imaginaba que iba a volver a trabajar, por sobre todas las cosas. Cuando hace algún tiempo regresé a la actuación como invitada de La ley y el orden, fue un verdadero shock, porque no sabía cómo iba a ser la experiencia. Tuve que volver a aprender todo, había perdido mi memoria fotográfica y las cosas me resultaban mucho más duras. Ahora estoy bien y puedo aprenderme 30 páginas de texto por día, como hacía antes. De todos modos, disfruto de ser mamá, de ver lo bien que están mis hijos. Después de la aplopejía, me dijeron que tenía un 5% de chances de sobrevivir, y ni hablar de recuperarme físicamente. Cuando volví a mi casa había perdido la vista en mi ojo izquierdo y también la audición en uno de mis oídos. Me llevó años recuperar la sensibilidad en mi pierna izquierda. Y cuando volvió, sentía como si me hubieran clavado un cuchillo. Me costaba mantenerme de pie. Finalmente, recuperé la visión, la estabilidad, la sensibilidad. Durante tres años ni siquiera fui capaz de escribir mi nombre. No podía lograr que mi brazo respondiera a mi mente. Tartamudeaba. Por suerte di con un doctor, Hart Cohen, que descubrió que tenía una convulsión cerebral y me ayudó a curarme. Durante algún tiempo no quise que nada de esto se supiera, porque tenia miedo de que no quisieran contratarme más, pero ahora tengo muchos proyectos esperándome. Me llevó siete años recuperarme por completo, para mí es una gran victoria poder filmar 30 páginas por dia.
–Tu personaje en Mosaic, la serie de Soderbergh, es una mujer muy fuerte e inteligente, pero con muchas inseguridades. ¿Te identificás con ella?
–Claro. Yo también tengo mis inseguridades. Todo el mundo las tiene, más allá de lo que hayas logrado en tu vida. Todos luchamos para que no nos consideren como ciudadanos de segunda clase y para tener el mismo valor que los demás, independientemente de que seamos hombres o mujeres, blancos o negros. En el caso de Olivia, el personaje que interpreto en la serie, sus vulnerabilidades han sido la razón de que se hayan aprovechado de ella. Ed Solomon, el guionista, se pasó mucho tiempo hablando conmigo sobre el personaje mientras hacía su trabajo y, en ese sentido, me siento muy honrada de que haya sido escrito para mí. Compartimos situaciones que iban ocurriendo en mi vida cotidiana, y mucho de lo que conoció de mí en esos días se refleja en la serie. Y luego, claro, estuvo toda la experiencia de trabajar con Soderbergh, que fue maravillosa.


Serie. Stone protagoniza Mosaic.

–Trabajes o no, no has perdido tu condición de estrella. ¿Cómo te llevás con eso?
–Cuando te convertís en estrella, es como que una luz te ilumina. No siempre ocurre. Durante toda esta etapa tan difícil de mi vida, no me pasaba. Cuando la atención pública está centrada en vos, es una luz que te encandila. Y cuando ya no es así, todo es oscuro. Si sos una gran estrella, la luz puede ser muy fuerte: hubo un momento en el que sentí que no lo podía aguantar más. No sé cómo hacen Tom Cruise o Leonardo DiCaprio, que permanecen bajo esas luces todo el tiempo, porque es muy difícil de manejar. Pero ahora sé que esa luz va a volver: es algo que uno puede percibir. Cando fui a Cannes por Bajos instintos, los fotógrafos empezaron a gritar mi nombre mientras Paul Verhoeven me tomaba del brazo. Y después él me empujó suavemente para que diera un paso al frente. Fue una experiencia extraña, porque sentí que en ese momento comenzaba mi estrellato. De pronto supe que ese iba a ser mi destino y que iba a ser parte de mi vida. Yo creo que el destino no es algo que uno elige, sino algo que te toca, y que lo único que uno puede elegir es la manera de comportarse frente a esas circunstancias. Obviamente, la fama es adictiva. Tiene cosas fantásticas, pero por el otro lado perdés la conexión con el mundo. Cuando volví a la oscuridad me había olvidado cómo se hacían las cosas más sencillas, como pagar con una tarjeta de crédito en el supermercado o pegar una estampilla, porque siendo una estrella todo lo hacen por vos. Es como haber estado en una prisión. Por suerte, usé mi fama para poder concretar mis proyectos, y eso me salvó del comportamiento adictivo, de la locura y de ser insoportable. Tuve que obligarme a mí misma a crecer.
–¿Y cuando los focos se apagan es más fácil elegir tus papeles?
–Claro. Le dije a mi agente que no quería irme de mi casa más de dos semanas, porque mis hijos eran chicos. Le expliqué que no me interesaba seguir haciendo de la asesina desnuda, que quería buenos personajes de reparto. Y así fue como pude interpretar a la madre de Linda Lovelace y conseguí un papel en Flores rotas, la película de Jim Jarmusch, con el que siempre había querido trabajar. Me tocó interpretar personajes muy profundos y desaparecer en la pantalla. Disfruté mucho de poder hacer papeles invisibles y que la audiencia no se diera cuenta de que era yo. Fue muy liberador para mí como artista.
–¿Cuál es tu opinión frente a las denuncias de acoso sexual en Hollywood?
–Me parece muy bien. Necesitamos que haya un lugar en donde las mujeres puedan contar lo que les ha pasado y que también haya consecuencias. Aunque la prensa se haya convertido en ese lugar, deberíamos preguntarnos si estamos haciendo las cosas bien. ¿Es la prensa el sitio apropiado? Yo creo que el lugar en el que se tiene que educar a los hombres sobre cómo tratar a las mujeres es en las escuelas secundarias y las universidades. Ahí es donde debería empezar, germinar y terminar ese aprendizaje. Tenemos que enseñarles a nuestros adolescentes, hombres y mujeres, lo que está bien y lo que está mal. Pero si tenés 30, 40, 50 o 60 años y estás siendo juzgado por la prensa por tu conducta sexual, estamos en problemas: es algo que ha durado mucho, y ha pasado con frecuencia. Y si estás en tus veintes, tus treintas o tus cuarentas y no podés contar lo que te ha pasado, ¿qué clase de sociedad es la que hemos construido? Es algo en lo que tenemos que pensar y mucho. Si bien es válido e importante escuchar lo que piensa y siente todo el mundo, me preocupa que, cuando ocurren este tipo de cosas, todo se dé con tanta fuerza que haya gente que termine siendo arrastrada por la corriente. Tenemos que decidir si vamos a permitir que después de la verdad venga la reconciliación. ¿Va a ser posible que alguien diga que hizo tal o cual cosa, que acepta las consecuencias, que está en tratamiento y que quiere volver a trabajar? ¿O vamos a impedirles que regresen para siempre? Tiene que haber grises, no puede ser todo blanco o negro. Sería tan extremo como el problema que estamos tratando de resolver. De la misma manera que no deberíamos permitir que los asesinos en masa escriban libros sobre su vida en la prisión, no deberíamos tolerar que los violadores y abusadores vuelvan a trabajar. Pero los que no hayan cometido ese tipo de delitos, deberían poder asumir su responsabilidad, tratarse y volver a trabajar. Yo creo que este movimento es extremadamente necesario, pero si somos las mujeres las que hemos tomado la palabra, no podemos resolver estas cosas de la misma manera en la que lo harían los hombres. Nosotras no pensamos en forma lineal, sino concéntrica: eso es lo que nos permite pensar por sectores, por áreas de grises y no ser manipuladas para que terminemos actuando como si hubiera una sola manera de resolver las cosas. Necesitamos verdad y reconciliación, no solo verdad. Y debemos responder de una forma femenina.


–En estos últimos años trabajaste mucho en cuestiones sociales.
–Es que cuando estás pasando por un mal momento, lo mejor que podés hacer es ayudar a los demás, porque nadie va a venir a buscarte para que te sumés a la fiesta. Pero si estás dispuesta a ayudar a otro, se van a abrir nuevas puertas. Así conocí a la mejor gente que he tratado en mi vida, que trata de terminar con el hambre en el mundo, que busca cómo proveer de agua potable a las regiones más pobres del planeta, que lucha contra las enfermedades. Uno de mis mejores amigos, a quien conocí en este proceso, está en este mismo momento ayudando a los rohingya en los campos de refugiados, tratando de proveerles de comida y agua potable. También conocí de este modo a Betty Williams, que ganó el Premio Nobel después de crear la Marcha del Millón de Hombres y detener el levantamiento en Irlanda del Norte. Ella se convirtió en una especie de segunda madre para mí. He tenido la oportunidad de conocer a gente verdaderamente compasiva, generosa y amable.
–Ahora trabajás en televisión, ¿cuál era tu relación con la pantalla chica durante tu infancia?
–Yo crecí en el campo, en una parte de Pensilvania en donde viven los amish. Teníamos una granja y me la pasaba en el enorme comedor, en donde solo había una alfombra persa, una mesa ratona y el televisor. Me sentaba en el piso a ver películas los sábados por la mañana, mientras mi papá me insistía con que saliera a jugar. Pero lo único que quería hacer era ver cine negro y películas de Fred Astaire. Había un hogar al lado del televisor y ahora, en mi casa, el comedor es más o menos así. Sigo mirando mucha televisión y nunca es suficiente. Lo bueno es que ahora podemos ver cómo es la vida en otros países, porque tenemos acceso a canales de todo el mundo. ¿Si quiero seguir haciendo televisión? Claro que sí. ¿Si haría televisión en otros países? Por supuesto. Solo se trata de encontrar el proyecto apropiado…
–Venís de una familia trabajadora.
–Así es. Mi papá trabajaba en una fábrica de herramientas y no ganaba mucho. Éramos cuatro hermanos y pensábamos que éramos ricos. No sabíamos que no teníamos dinero, porque mi madre siempre trabajó muy duro para que no nos faltara nada. Tenía una huerta enorme y cuando cosechaba lo enlataba todo, por eso nunca faltaban las frutas y verduras en el invierno. Mi padre cazaba y pescaba y comíamos lo que traía a casa, fuera conejo, ciervo o pescado. De ellos aprendí la ética del trabajo: con el esfuerzo se consiguen las cosas. A mí nunca nadie me hizo ningún favor. Todo lo conseguí trabajando. Muchas veces acepté proyectos que no eran muy buenos, solo porque tenía que ganarme la vida. Y ahora, aunque siento que también soy una artista, sigo viendo mi profesión como un trabajo.

Fotos: Thomas Samson/AFP/Dachary

Estás leyendo:

De cerca

Volver al ruedo