De cerca | DANTE SPINETTA

«Soy un veterano del rap»

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Mariano del Mazo / Fotos: Horacio Paone

Cultor del género desde los tiempos de los Illya Kuryaki, el cantante y guitarrista celebra el estallido de la música urbana. Disco nuevo y legado familiar.

A mediados de la década del 90, Dante Spinetta solía salir a la calle munido de un nunchaku. Se trata de un arma utilizada en artes marciales, que popularizó Bruce Lee. Está formada por dos palos cortos unidos por una cadena y puede ser letal. «Se había puesto heavy la cosa. Mucha agresión. No podía caminar tranquilo, ser rapero estaba mal visto. Te decían trolo, cipayo, vendepatria… Cualquiera. Bueno, llevaba el nunchaku como arma defensiva. A veces también metía en la mochila un martillo», cuenta. Hoy todo cambió: la cultura del rap, el hip hop & el trap se impuso en todos lados, desde las cortinas de radio y televisión hasta en el mundial de Qatar.
Cualquier exponente de esa escena apretada bajo la denominación de «música urbana» se cansa de llenar Vélez, Argentinos Juniors, el Luna Park. «Es maravilloso lo que está pasando. Yo sabía que alguna vez se iba imponer la movida. Hay artistas muy grosos», dice en La Diosa Salvaje, el estudio de Villa Urquiza que fue el atalaya musical de las últimas décadas de su padre, Luis Alberto Spinetta.

«El de la “mesa dulce” es el mejor momento de la fiesta. Y bueno, sí, es el mejor momento de mi carrera. Es un disco de celebración y agradecimiento.»

Tan satisfecho se lo ve a Dante por el triunfo planetario de «su» música, que en su último disco se entrevera con chicos de la nueva generación con tanta autoridad como naturalidad. Mesa dulce es un álbum festivo, celebratorio, reflexivo de alguna manera, con una fuerte presencia del funk y la participación de Trueno en el tema «Sudaka» y de Ca7riel en «Gambito». «Yo le podría haber puesto, no sé, El padrino del rap. Pero no me parece. Siempre fui para adelante y este me parece mi mejor disco. Visto en perspectiva, tal vez en algún momento de mi carrera tuve momentos que no estuve muy inspirado. Pienso en la época de El apagón, en ese tiempo no tomé buenas decisiones artísticas. No grabé canciones que debería haber grabado. Pero Mesa dulce es matador: es la consecuencia de más de 30 años con la música. Si tengo en cuenta el debut de Illya Kuryaki, son 32».
–¿Por qué Mesa dulce?
–El de la «mesa dulce» es el mejor momento de la fiesta. Y bueno, sí, es el mejor momento de mi carrera. Es un disco de celebración y agradecimiento. Tiene su recorrido, porque lo empecé en el medio de la pandemia, con mis dos hijos, encerrados y viendo el día a día del counter de los muertos de cada jornada. Esas cosas te cambian el bocho. Nosotros por suerte teníamos comida en la heladera, estábamos tranquilos. Escuchamos mucha música. Pude conectar con el espíritu de lo que hago. Relajé respecto de las expectativas de la industria. Me dije: «Voy a hacer lo que quiera, no me importan las tendencias, nada. Quiero hacer el mejor disco que pueda, el más funk». Siento que en este tipo de música soy el mejor. Un conocido me dijo: «Dante, ponete la 10 y hacé lo que sabés hacer». Y lo hice. Compuse muchísimo en pandemia y armé las estructuras de casi todos los temas del disco. Hasta que tuve que parar.

https://www.youtube.com/watch?v=CzPHbi_xgj4

–¿Por qué?
–Se me nubló la vida, bro. Mi madre enfermó de cáncer, de una manera terminal. No pude componer nada, dejé de grabar y me dediqué a estar el mayor tiempo posible con ella. Mamá murió, pasaron algunos meses y pude ir relajando. Escribí las letras que me faltaban y volví al estudio con una fuerza diferente. Sentí a mis viejos como ángeles de la guarda. Siempre lo supe: tuve la suerte de tener los padres más zarpados del mundo. Ellos me enseñaron a ser un guerrero. A ir al frente con lo que vos querés. Tanto mi viejo como mi vieja fueron luchadores por un concepto, por una ética.
–El disco tiene una canción hermosa dedicada a tu mamá: «Primer amor». ¿Se la llegaste a mostrar?
–Sí, por suerte. La letra no estaba terminada del todo, pero se la mostré como estaba. Le gustó, y fue muy fuerte para mí. No es una canción triste, no es una puñalada. Es, simplemente, «Gracias, ma».

«A nivel letrista tal vez me influyó Fito, que es un contador de historias. Y los raperos de EE.UU., que describen lo que les pasa de una manera cruda y real.»

En La Diosa Salvaje se siente como en su casa. Se lo ve sereno, en su hábitat, con la cercanía del gran Oscar Herrera, alias Dj Saga, que fue uno de los encargados de las mezclas del disco. Saga enciende unos equipos, y Dante se manda con un solo de guitarra demoledor. Le gusta tocar también a la vieja usanza rockera, con distorsión y espesura, como un guitar hero. «Si yo fuera He Man, la guitarra sería mi espada», ríe. Habla de Illya Kuryaki: «Con Emma tenemos la mejor, es un brother de la vida. Pasamos fin de año juntos. Por ahora no hay nada, capaz algún día hagamos un tour. Pero meternos en un estudio… no creo. Cada uno está haciendo sus cosas. Lo que sí estamos llevando adelante es un documental. Hay un material buenísimo, cosas muy locas». Habla de futbol, del Mundial, y dice lo que toda la Argentina sintió: «Qué mes de locos el de Qatar. Inolvidable. Qué lindo verlo a Messi con la Copa. ¡Lo que jugó Julián!». Deja la guitarra, se vuelve a sentar y mira a los ojos, como esperando otra pregunta.
–Por cómo fue concebido, el disco fue una montaña rusa emocional: pandemia, encierro con hijos, enfermedad de tu madre y el envión final. ¿Pensás que se advierte en la música ese subibaja?
–Sí. La primera parte fue muy arriba. Ya lo tenía claro a nivel sonoro. En casa definí los beats y las programaciones, y lo completamos en el estudio con Saga. Todos con barbijo. Armé las guitarras, llamé a los pibes de la banda y en dos días terminamos de grabar. Estábamos re calientes por tocar, por juntarnos. La base la grabamos de una, no hubo necesidad de editar nada. Después tuve el gusto de contar con Michael Nelson, que fue arreglador de Prince. También está la parte más cancionera. Ahí se nota esa montaña rusa que decíamos. Un disco tiene la dinámica de la vida, el día y la noche, la tristeza y la felicidad. Un tema como «Ridículo», por ejemplo, es exagerado, con esas cuerdas, casi rozando lo cursi. «El lado oscuro del corazón» parte de un desamor, de una decepción, pero dice que al final ciertas rupturas te hacen crecer. También están en el disco la gente querida que se fue, mis padres.

–Usás mucho la primera persona en tus letras, y todo suena verosímil. Vas contando la vida en canciones.
–Es cierto. Son cosas que vivencio. También me inspiro en el mundo. No sé, miro un caso policial en un noticiero y tal vez me inspira.
–En ese sentido no te parecés en nada a tu viejo.
–Bueno, a nivel letrista tal vez me influyó más Fito, que es un contador de historias. Y los raperos de los Estados Unidos, que describen lo que les pasa de una manera cruda y real. Tengo mi costado deforme, metafórico. Pero es cierto: me inspira la realidad
–En «Sudaka» cantás con Trueno: «Somos la maldita evolución». ¿Hablás de las músicas urbanas?
–Sí. Soy un veterano de un ritmo que hoy está en la boca de todos. Siento orgullo de ser parte de una genética que va más allá de Argentina, que pertenece a América Latina. ¡Cuando arrancamos con Kuryaki tenía 14 años, man! Inventamos un idioma propio, una estética, nos conmovía el mestizaje, lo multirracial. Cuando comprendí que eso era lo que me movilizaba, que ese era el sabor de mi música, flasheé para siempre. No me desprendí nunca más de esa libertad. Hoy los pibes están explotados y me pone recontento. Un día Neo Pistea me dijo: «Lo primero que escuchamos fue “Abarajame”». Y se pone a rapearme el tema. Siento orgullo.
–Se puede pensar una analogía con tu padre: vos y él fueron pioneros y lucharon contra la adversidad. Cuando Cerati llenaba estadios con Soda Stereo, llegó a decirle a Luis lo importante que había sido Pescado Rabioso, una banda que tocaba en salas pequeñas. Hoy ocurre algo similar entre Illya Kuryaki y esta camada.
–Sí, puede ser. Y está bien. Todo tiene un desarrollo. Los pibes se lo merecen. Hay cosas que me gustan más que otras, pero lo hacen desde el corazón. Hablo de los que trabajaron conmigo, son muy buenos: Trueno es una bestia rapeando, Ca7triel toca la viola como la puta madre, Wos es un gran letrista. Hay un pibe nuevo que la rompe, León Cordero.

«Siento orgullo de ser parte de una genética que va más allá de Argentina, que pertenece a América Latina. ¡Cuando arrancamos con Kuryaki tenía 14 años!»

–¿Por qué creés que ciertas escenas argentinas se vuelven fuertes en el exterior?
–Argentina es una masa. Hay cosas increíbles en todo el mundo, okey, pero a fines de los 60 y principios de los 70, ¿qué otro país tenía el rock que teníamos acá, con Spinetta, Nebbia, Charly? ¡Ni cerca! Hay algo… muy visceral. Ya desde el tango. Hay una melancolía que tiene mucha sangre. El rock y el rap argentinos son muy grossos. En el 95, 96, con Illya Kuryaki metíamos más gente afuera que acá. Reventábamos México, tocábamos en el Central Park, en festivales siempre llenos. Me acuerdo estar caminando por Nueva York, en el Bronx, y ver pasar un auto de unos portorriqueños con «Abarajame» a todo volumen. ¡En la cuna del rap! A veces nos tiramos abajo, pero tenemos que creer en lo que tenemos.
–El disco tiene algo actual y vintage al mismo tiempo. Incluso los clips de difusión los filmaste en Betacam, un sistema de los 80.
–Creo en eso de Volver al futuro: usar cosas de todos los tiempos. Texturas del pasado, funk, post rap, neo soul, los vientos a lo Sly Stone. Me gusta mezclar. Y los clips, sí, me encantan los colores que te da el Betacam, la tecnología de cinta. Me atrae lo vintage, pero hecho desde el presente. El tema es jugar: si fuera pintor, un día usaría óleo, otro día acuarela, agua. Hoy me siento el mejor, con toda la libertad del mundo. Con la banda estamos en un momento del carajo. ¡Somos la fucking Scaloneta del funk latinoamericano!

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