De cerca | INGRID PELICORI

«Soy un bicho de teatro»

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Javier Firpo. Fotos: Jorge Aloy. Videos: Guillermo Alé

Sin renunciar a su bajo perfil, la actriz construyó una carrera tan destacada como extensa. El libro, la obra y la película que homenajean a su padre, Ernesto Bianco.

Foto: Jorge Aloy

La hermosa casa antigua de Ingrid Pelicori, en el barrio de Balvanera, transmite paz y serenidad, más allá de que se filtren bocinazos y ruidos callejeros desde la avenida Independencia. «Soy una persona tranquila, para nada ansiosa y bastante silenciosa», se autodefine la prolífica actriz, que por estos días protagoniza Instalaciones dramáticas para una poesía, en el Centro Cultural de la Cooperación; La débil mental, en Área 623; y Cae la noche tropical, en el teatro El Plata. «Pero en estos momentos lo que me tiene absorbida es todo lo que tiene que ver con mi padre, Ernesto Bianco», cuenta. Este año se cumplen 100 años del nacimiento del reconocido actor y director. «Estamos por presentar un libro que hicimos junto a mi hermana Irina, y estamos focalizadas en volver con el biodrama teatral Papá Bianco y los Alonso. Y, por otra parte, también está la película El sueño imposible, que ya se filmó y se encuentra en pleno montaje. Esta necesidad de que las nuevas generaciones conozcan a papá apareció, justamente, cuando murió mi mamá Iris Alonso, que también era actriz. En el desarmado de su casa nos encontramos con una cantidad increíble de notas a papá y a mamá, y mi hermana me dijo: “Tenemos que hacer algo con todo esto”», dice. «Vengo de una familia de actores, mi padre fue muy popular. Y yo viví eso desde chica: la popularidad no es algo que desee», confiesa. «Me pueden llegar a reconocer, pero me siento cómoda caminando tranquila por la calle. Recuerdo que uno de los trabajos más populares que hice fue la tira Farsantes. Y estando de vacaciones en un pueblito remoto, de repente apareció todo el mundo para pedirme fotos. No lo podía creer. La popularidad no es un tema para mí, ni a favor ni en contra. No es insoportable, pero tampoco es algo que persiga».
¿Por eso elegís hacer trabajos más intimistas?
–No me ocupo de eso, sino de hacer las obras que para mí valen la pena, en las que puedo poner el cuerpo, tocar ciertos temas o trabajar ciertas formas. Elijo cosas que, en general, no son masivas. Pero si de pronto lo que hago conlleva cierta masividad, bienvenida sea. A esta altura de la vida no me interesa cambiar ese perfil, sí me importa estar en un producto que para mí sea significativo.
Te interesa el teatro poético, de culto, de obras como Instalaciones dramáticas…, La débil mental o Cae la noche tropical.
–Exacto, es un teatro que me identifica, que me expresa, que representa mis gustos. A veces me río cuando me dicen: «¿Por qué no hacés teatro popular o televisión?». Y recuerdo cuando papá empezó a trabajar con Alberto Olmedo y fue centro de críticas muy duras por «rebajarse». Otros suponen que yo debería desear volantear, pero la verdad es que no me sucede. 
¿El reconocimiento teatral es distinto al televisivo?
–Creo que el teatro tiene un plus. La tele entra a tu casa, irrumpe, sin el esfuerzo del espectador; en cambio, al teatro se va, se elige qué ver, se paga una entrada. Veo otra sintonía, otro tipo de encuentro con el espectador.
De todas maneras, formaste parte de una televisión que gozaba de cierto prestigio. Integraste los elencos de ciclos como Alta comedia, Compromiso, El oro y el barro y Farsantes.
–Tuve la suerte de estar en una televisión con genias como la directora María Herminia Avellaneda. Fue una época de mucho talento y calidad, era una televisión en la que se ensayaba, había otros tiempos, otra preparación, quizás más parecidos a los del teatro. Dentro de lo más reciente me tocó estar en Vulnerables, Tiempo final y Farsantes, ciclos de mucha calidad y enormes intérpretes. Pero yo soy un bicho de teatro, de acá a la China.
¿Y cómo ves a la televisión hoy?
–Prácticamente está dejando de ser una fuente de trabajo para los actores, algo parecido a lo que había vivido hace muchos años la radio. Me parece que la tele va en ese camino. Solo propone noticieros, programas políticos, realities, panelismo, pero casi nada de ficción realizada por actores.

La figura paterna
El actor y maestro de actores catalán Antonio Cunill Cabanellas le dijo a su alumno Oscar Ernesto Pelicori Bianco: «Olvidate de todo ese nombre, es muy largo, vos sos Ernesto Bianco, punto». Y así trascendió quien llegó a ser uno de los actores más talentosos y versátiles de la escena argentina en los 55 años de su breve vida. «El pasado 20 de junio papá hubiera cumplido 100 años y qué mejor homenaje que presentar el libro que hicimos con mi hermana, Nuestro inolvidable Ernesto Bianco. Fue un acto muy conmovedor, que cerró el círculo tras un intenso trabajo que consistió en juntar material y reunir cuarenta testimonios de una amplia variedad de artistas que lo conocieron: desde Silvia Legrand, fallecida recientemente, pasando por Roberto Carnaghi, María Rosa Fugazot, Zulma Faiad, Susana Giménez, Oscar Martínez o el Puma Goity», recuerda con una carcajada
–¿De qué trata el biodrama Papá Bianco y los Alonso?
–Estamos en el escenario mi hermana Irina y yo, contamos un poco la historia de papá, pero también de los Alonso, hablamos de mamá Iris, actriz reconocida, y de su familia de artistas. Allí describimos cómo se conocieron papá y mamá, que se casaron en 1952 y cómo fueron nuestras vidas, cómo los recordamos y como nos marcó, sobre todo habiendo tenido a un papá muy popular. Estamos en conversaciones para reestrenarla.
–¿Y qué se puede contar de El sueño imposible?
–La película recorrerá los lugares de los que papá era habitué, los teatros en los que actuó, las obras que hizo. También viajamos a Mar del Plata, su lugar de veraneo y de trabajo favorito. La película tendrá extractos de obras de teatro, sobre todo textos que decía papá pero en boca de otros actores, porque no existen testimonios sonoros suyos fuera de alguna película.

Ingrid Pelicori. Amante de las tablas.

Ingrid Pelicori. Sin renunciar a su bajo perfil, la actriz construyó una carrera tan destacada como extensa. Pelicori, que en estos días protagoniza Instalaciones dramáticas para una poesía, en el Centro Cultural de la Cooperación, habla de su amor por el teatro. El libro, la obra y la película que homenajean a su padre, Ernesto Bianco.

–¿Cómo se dio tu acercamiento a la actuación?
–Empecé a estudiar con los maestros Raúl Serrano y Augusto Fernandes, a los 17 años, cuando me aparecieron los primeros personajes teatrales. Y ya con algunos trabajitos actorales me anoté en Psicología de la UBA. En las familias de actores suele suceder que cuando sos muy chiquita ya te imaginás siendo actriz, pero no fue mi caso.
–¿Y por qué pensás que no te picó el bichito antes?
–Supongo que porque yo era muy estudiosa, me iba bien en el colegio, era más de escritorio que de escenario. Una prima, Ángeles, que sí tuvo la vocación precoz, empezó a contarme sobre sus clases de teatro, lo que me dio mucha curiosidad y así fue que se dio mi acercamiento.
–¿Por qué estudiaste Psicología?
–Porque nunca pensé que iba a ser actriz. Yo lo que más quería era estudiar, pero de un momento a otro me fui enganchando y cuando me quise acordar ya estaba ganándome la vida como intérprete. Me presenté a una prueba en el Teatro San Martín y a los 23 años entré al elenco estable, donde estuve hasta 1990, cuando dejó de existir. Siendo parte del San Martín, seguía yendo a la UBA, donde finalmente pude recibirme de psicóloga.
–¿Cómo recordás aquella etapa?
–Fue muy formativa y de mucho privilegio. Es una pena que no exista más la posibilidad de contar con un elenco estable: ahí entendí que lo importante es lo colectivo. Ese era el modelo en el que yo me sentía cómoda como actriz. Lo que está por delante es la totalidad, la obra, el producto en su conjunto.

Oportunidades desiguales
Pelicori cree que en el teatro existe «una desigualdad en las oportunidades y en los salarios entre la actriz y el actor, además de que en los muy pocos elencos multitudinarios que cada tanto hay, la mayoría son hombres. Pero así como digo esto, también quiero remarcar que, en otro sentido, las actrices han tenido mucho peso en la Argentina, empezando por Trinidad Guevara, dueña de su independencia económica, que hacía lo que quería, y rodeada de amantes. Y hasta pienso en nombres de teatros y me aparecen Margarita Xirgu, Lola Membrives. Sí, estoy convencida de que las mujeres en nuestro teatro han tenido un gran peso».
–¿Te sentís más cómoda al ser dirigida por un hombre o una mujer?
–Hay una superpoblación de mujeres hoy en día, sobre todo en teatro, pero yo me siento bien con una directora o un director, siempre que haya respeto y empatía. Últimamente vengo siendo dirigida por mujeres: Sol Pavez, Susana Torres Molina, Carmen Baliero, Leonor Manso. 

Foto: Jorge Aloy

–De las que hiciste, ¿qué obra te representa más?
–Ay, me cuesta muchísimo elegir. Para mí el teatro es diversidad de estilos, de géneros. Hay personas del teatro fundamentales para mi vida como Horacio Peña, Osmar Núñez y Leonor Manso. Si tengo que mencionar obras, te diría Decadencia, dirigida por Rubén Szuchmacher, El zoo de cristal, con Inda Ledesma y un unipersonal que hice durante veinte años llamado Conversación en la casa Stein sobre el ausente Sr. Von Goethe, del alemán Peter Hacks.
–¿Por qué pensás que tanta gente hace teatro en nuestro país?
–Es difícil saberlo, es algo misterioso, pero pienso que por la necesidad de jugar y después por el juntarse con otro: el teatro es colectivo. Lo que genera el actor provoca algo en el público. El filósofo francés Alan Badiou decía que «el teatro es la forma estética de la fraternidad». Y sí, el teatro es encuentro, es intercambio, por eso creo que el gusto por el teatro habla bien de nuestro pueblo. 
–¿Por qué?
–Porque el teatro es un compromiso y hay que ponerse de acuerdo con otras personas, no hacés lo que vos querés. Y en lo que te pongas de acuerdo lo tenés que respetar cada día, no podés cortarte solo.
–¿Qué sucede con el ego del actor?
–Quizás es más una mitología que una realidad eso de que a un actor se le dificulta registrar al otro. Creo que como nuestro oficio es tan colectivo hace mucho ruido cuando alguien pone el ego por delante de todo, sobre todo en el teatro. La televisión y el cine tienen otro vínculo, donde hay primeros planos, imágenes distintas a las que se pueden captar en el escenario. En cambio el teatro es una tribu, es grupal. A lo largo de mi vida lo que más vi es el afecto y el compañerismo muy por encima del egocentrismo.

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