La diversidad del músico, actor y conductor va desde sus inicios con MIA hasta su consagración con Cha cha cha y Magazine For Fai. Su actualidad laboral en radio, televisión y redes sociales. Aprendizajes y perspectivas de un adulto que apuesta a la diversión con el espíritu de un niño.
11 de diciembre de 2020
Mex Urtizberea pertenece a una raza artística que se mantiene siempre en equilibrio entre el gesto alternativo y el impacto masivo. Una que, en general, ostenta un talento que se apoya en diferentes disciplinas. Representa, siempre, un viento fresco en una industria del entretenimiento tendiente a la repetición de fórmulas exitosas. Es el tipo de gente que canta, toca, actúa, dibuja, dirige, escribe y va un poco más allá, contra viento y marea.
Comenzó en los 70 en ese estupendo laboratorio de la autogestión que fue Músicos Independientes Asociados (M.I.A.), en la casa de la familia Vitale en Villa Adelina; en los 80 frecuentó el Parakultural y conoció a Alfredo Casero, a Mariana Briski, a Fabio Alberti, a Verónica Llinás; integró los elencos de De la cabeza y Cha cha chá; creó, escribió y llevó adelante lo que quizás fue su gran creación, Magazine For Fai. Y no para: ficción, absurdo, humor. Incluso conduce un disparatado espacio de cocina por Instagram. Nada parece serle ajeno. Acaba de debutar bajo la dirección de Pedro Saborido en Humor argentino, un ciclo federal que va por la Televisión Pública los viernes a las 22.30. Y tiene lista una serie que será producida por Sebastián Ortega.
¿Cuál es el misterio, la fórmula, la zanahoria que lo guía? Con 60 años dice que se trata simplemente de hacer las cosas que le gustan. Hijo del periodista Raúl Urtizberea, creció en un hogar «gorila, conservador, bien de San Isidro. Mi casa era terrible. No se podía decir “rojo”, había que decir “colorado”; la esposa era “la mujer” y “hermoso” estaba prohibido, había que decir “lindo”. ¡Y no es lo mismo lindo que hermoso! Increíble, ¿no? Encima era un chico tímido. Creo que haber ido a la casa de los Vitale me cambió la vida. El papá de Liliana y Lito, Donvi, fue mi gurú. Me enseñó todo. No sé qué hubiera sido de mí sin él».
–¿Cómo fueron aquellos años en tu casa en San Isidro?
– Iba al San Francisco, un colegio de repetidores. Mi viejo era un tipo muy interesante, un periodista de los de antes. Muy culto, muy informado. Era gorila, pero no a la manera de Mariano Grondona. En los 50 trabajó como crítico de teatro y de música en el diario La Prensa, y conocía a mucha gente. A casa venían Federico Luppi, Ulises Dumont, artistas del Instituto Di Tella. Me acuerdo también de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro. Pero el ambiente que me rodeaba, mis primos, los vecinos, era tremendo. Pensá que vivíamos a una cuadra y media del Jockey Club.
–¿Cómo era la relación con tu padre?
–Bueno, el tiempo acomoda las cosas. Tengo buenos recuerdos de él. Crecí pensando que el Che Guevara era un monstruo, que Perón se te metía en la vida para sacarte tu casa, esas cosas. Pero mi viejo, por ejemplo, tenía una amistad con el padre Mugica. Lo iba a ver a su casa de Barrio Norte, y Mugica lo atendía en la cocina. Vivía en el cuarto de servicio. Era así, muchas contradicciones de clase. En San Isidro también se veía eso. En la Zona Norte también hubo rebeldía. Muchos montoneros salieron de ahí, y tiene lógica. Pero volviendo a mi viejo: era un gran tipo, muy romántico. Murió acá, en casa. Los últimos tres meses estuvo viviendo conmigo. Ya estaba tomado por un cáncer de pulmón. Era una bestia: fumaba cuatro atados por día. Fue una linda despedida: ponía la música que a él le gustaba, Frank Sinatra, tangos. Le tocaba el piano. Charlábamos mucho, discutíamos de política, pero bien. Yo rekirchnerista y él todo lo contrario. Le ponía 6,7,8 y se agarraba la cabeza, «nooo, sacá eso», se ponía a gritar. Divino el viejo, muy digno. Estaba orgulloso de sus hijos. El me avisó: «Vas a contemplar mi decadencia». Y tuvo razón.
Veta artística
Mex pasea con la cámara de su celular por su hermosa casa de La Paternal. Muestra su lugar en el mundo con un orgullo indisimulable. «Acá está, este soy yo. Acá soy feliz, no necesito salir», dice. Se ve una pantalla gigante, sillones, ambientes amplios, una decoración cálida y sencilla, una batería dorada. «Ayer vino a tocar Juan Carlos Ingaramo, qué placer… Estuvimos dándole a “Caravan”, de Duke Ellington, sin parar», cuenta. Desde afuera se asoman una parrilla, un horno a leña, plantas, enredaderas. En ese patio realiza el ciclo gastronómico por Instagram que edita su hija, la actriz Violeta Urtizberea; de ese horno salieron ayer unas espléndidas focaccias con oliva y hierbas mientras él, chaplinesco chef, con un perfil de antihéroe, cantaba, bailaba y se equivocaba. «Ella me insistió para que hiciera algo en las redes. Me gusta mucho cocinar. Así que preparamos un personaje que da afirmaciones que nadie le pregunta, que se confunde y que hace cosas bobas. Es muy seguido. Empezaron a caer algunas bodegas, me mandan quesos, está bueno».
– ¿De dónde viene la veta artística?
–Lo primero, que de alguna manera sigue arriba de todo, fue la música. A los 6 años pedí una batería, y me querían regalar una de juguete. Me planté: «No, ¡de verdad!». De chiquito tocaba la guitarra con mis primas, de oído.
–¿Cómo fue tu formación músical? ¿Qué escuchabas?
–¡Barbara y Dick! En serio. O Pintura Fresca. Esas cosas. Era la música que se escuchaba en San Isidro. Todo muy beat, mucho en inglés. Hasta que un compañero del colegio me comentó lo de Villa Adelina. Se llamaba Martín Caram, era norteamericano. Era muy común que en esa zona de las Lomas de San Isidro vivieran empleados de empresas multinacionales que enviaban a sus hijos a los colegios de por ahí. Caram estudiaba con los Vitale y me llevó a Adelina. A los 15 tomé clases de batería con Lito Vitale, que era una bestia. ¡Era Emerson, Lake & Palmer en una sola persona! A los 16 fui a ver a MIA al Teatro Odeón y quedé flasheado. Me acuerdo que Liliana Vitale tocaba la batería, y yo no lo podía creer. ¡Una mina tocando la batería! Era impresionante. Todos tocaban todo. La cuestión es que después de tomar clases de batería con Lito empecé con su padre, Donvi.
–¿Clases de qué?
–Piano. Me iba hasta Villa Adelina, tranqui. Yo casi no salía de San Isidro, era muy pajuerano, pero en esos viajes todo empezó a cambiar. Fue como una revelación.Tuve suerte: Donvi fue mi maestro, mi padre. Yo aprendí a tocar el piano con él y Donvi jamás tocó una nota. Es una síntesis de su método de enseñanza. El maestro que te muestra, a mi a te condiciona. Él te hacía tocar, te pedía que improvisaras, que compusieras tu propia música, e iba más allá de los instrumentos: te enseñaba que si hacías las cosas con amor y honestidad, el dinero llega solo; te enseñaba a gestionarte, a pensar las cosas. No te imponía nada, te convencía. Era un conversador fascinante. Me rompió la cabeza. Me dio las claves de sus métodos de enseñanza y los libros, y yo después con eso tuve talleres y di clases durante 14 años. Fui su aprendiz, su saltamontes. Hace poco se estrenó el documental Rivera al 2100, que era la dirección de la casa de Villa Adelina. Yo participé. Ahí se cuenta la historia de Donvi, de su mujer Esther Soto, de M.I.A.
–¿Y después de Adelina?
–Con uno de los M.I.A., el Nono Belvis, formamos La Sonora del Plata. Tocaban Gillespi, el Mono Hurtado. Así empecé con la música. Una vez caímos en el Parakultural de Omar Viola, y me invitó a tocar el piano. Armé un personaje, cantaba un tema de Alberto Muñoz. Al final me pidió que actuara en un número de varieté que hacía Alfredo Casero. Yo jamás había actuado. Estaba Fabio Alberti también. Nadie me tiraba una onda. La que una vez me tiró una linda onda fue Mariana Briski. Me dijo algunas cositas que me hicieron muy bien. Un poco en la línea Donvi. Me dijo: «Si no te divertís, no lo hagas; y si te divertís quiere decir que está bueno». Simple. Así empezó todo. Después vino De la cabeza y Cha cha chá, siempre con Casero al frente.
–Te peleaste con Casero.
–Sí, estuvimos muchos años peleados. Con él hicimos un disco que para mí fue muy bueno, Gestando la Halibour, con la Halibour Fiberglass Sereneider. Es un genio. Y siempre fue igual: se reconocía como un gran antiperonista. El decía que su padre era nazi y nos hablaba siempre con términos castrenses. «Ahora tenemos que replegarnos», decía por ejemplo.
–¿Cómo te llevás con la exposición pública?
–Es extraño. Uno siempre busca llegarle a la gente, pero cuando de pronto te sonríen por la calle no sabés qué hacer. No los conocés, y te tratan con una familiaridad tremenda. No sé, me da un poco de vergüenza. Pero la llevo bien, tranquilo.
–De la cabeza y Cha cha chá de alguna manera tuvieron la virtud de sintonizar la época.
–En el momento no tomás conciencia, pero sí. Fue algo que marcó. Como marcaron en su momento los uruguayos de Telecataplum. Éramos un grupo y Casero, la gran frutilla de la torta. Todos los que laburamos ahí seguimos, con mayor o menor suerte, en la huella. Cada uno desarrolló su propia personalidad, su propia veta.
–¿Cuál creés que es tu mayor talento?
–Mirá, que no suene mal, pero soy un buen capitán. Creo consensos, me fijo qué funciona y qué no, busco la forma, el producto. Eso se vio claramente en Magazine For Fai.
–¿La sentís como tu gran obra?
–Puede ser. Magazine For Fai tuvo algo muy romántico, partimos de 1984, de George Orwell. Era un mundo dominado por el perverso Orwell For Fai. Al final hablábamos de la lucha contra el gran poder. Todo era posible. El hecho de que fueran chicos que hacían de grandes potenciaba el absurdo. Todo nacía con ellos. Yo ensayaba con los chicos y las chicas y les pedía que a cada cosa que yo les preguntara dijeran que sí, y me explicaran por qué. Era una locura. Entonces yo preguntaba cualquier cosa: «¿Puede un traje caminar sin un ser humano adentro?». Y ellos se mandaban.
Magazine For Fai fue una idea suya que empezó a salir por la señal Cablin en 1995, y contaba con la realización de una muy joven Lucrecia Martel, con la dirección de actores de Nora Moseinco y libros del propio Urtizberea y de Alberto Muñoz. Fue un tremendo semillero de actores y actrices. «Lo hacíamos con dos mangos. Era un laburo bárbaro. Son esas cosas que se hacen entre los 30 y los 40 años; mucha audacia, mucho ir por los bordes», recuerda.
En movimiento
La trayectoria televisiva de Mex es vastísima y va desde Los exitosos Pells y Pura química hasta Graduados y Educando a Nina, todos productos disímiles pero que en él conviven en armonía, tal la diversidad y riqueza de su temperamento artístico. «La tele ya medio que va a quedando atrás. Hay otros formatos. Por suerte está la Televisión Pública, que es un lugar donde se puede experimentar. Pero miro para adelante. Estoy muy atento a lo que pasa en Instagram, en YouTube, en Tik Tok».
–¿Sos de meterte en esos sitios?
–Mucho. Hay cosas muy malas, pero también algunas excelentes. Hay youtubers que simplemente copian y otros brillantes. Otros apenas pasan de ser efectivos. Un pibe que se llama Nachito Saralegui me parece genial. Es… ¡Alfredo Casero! Soy cero nostalgia. Estoy permanentemente viendo cosas nuevas. Me ocurre lo mismo con la música. No tengo una mirada crítica de los nuevos formatos. En eso de alguna manera también sigo las enseñanzas de Donvi. Mi cabeza es la de un chico de 12 años; mi carrocería tiene 60. Estoy constantemente pensando cosas.
–¿Por ejemplo?
–Ya está lista una ficción que hicimos con Saborido para la productora de Sebastián Ortega. La pandemia demoró todo, pero va a salir. También hago entrevistas los miércoles por Instagram a gente que tenga algo para decir: ya pasaron Ricardo Darín, Lito Vitale, Darío Sztajnszrajber. Sigo con Reynaldo Sietecase los viernes en La inmensa minoría, por Radio Con Vos. Todo me gusta. Una sola cosa me da terror.
–¿Qué?
–Aburrirme.