9 de septiembre de 2015
Su interpretación de Arquímedes Puccio sorprende en «El clan». Mientras disfruta de su presente, el actor Guillermo Francella analiza el cambio de rumbo de su carrera. Reconocimiento y hambre de gloria.
Soy voraz. Y para la película entrené en triple turno», es la primera reflexión de Guillermo Francella sobre El clan, la película de Pablo Trapero que su estreno arrasó en los cines argentinos. Allí el actor interpreta a Arquímedes Puccio, el tristemente recordado líder de una banda familiar que extorsionó y asesinó en el primer lustro de la década del 80. «Fue uno de esos trabajos que dejan marcas, por lo que significó el personaje y por lo que tuve que laburar, junto con Trapero, para dar con lo que pretendíamos. Investigamos mucho, tuvimos contacto con familiares de las víctimas, con amigos de Alejandro Puccio, su hijo y cómplice, con los jueces intervinientes en la causa. Yo me iba nutriendo de todo lo que me daba Trapero. Además, yo era de Beccar, cerca de San Isidro, donde vívían los Puccio, por lo que pasé un montón de veces por esa verdadera casa del terror. Claro que jamás imaginé que podía estar sucediendo lo que realmente sucedía. Fue uno de los trabajos más duros y complejos de mi carrera», define Francella, que se toma un instante para arribar a una conclusión: «Para mí, junto con el de Robledo Puch, Shocklender y Barreda, el caso Puccio es el más emblemático de la historia policial argentina».
–¿Cómo te llegó una propuesta tan distinta a lo que habías hecho?
–Me acuerdo que me estaba por ir al teatro y me llamó Trapero para invitarme a tomar un café. Yo no tenía amistad, solo lo conocía por sus películas. Cuando nos vimos, tengo presente que sacó de un bolso el material escrito. Y me dijo: «Tengo todo el guión escrito y pensé en vos». No tenía la menor idea de qué se trataba. Y él agregó: «Quiero que seas Arquímedes Puccio». Me quedé azorado. Después de escucharlo un buen rato, me impresionó todo lo que sabía del caso, todo lo que había investigado y, bueno, me tomé unos días y le respondí que contara conmigo.
–¿No dudaste en ningún momento?
–Sabía que me iba a meter en una cruzada, pero no lo dudé. Pero no lo dudé porque Trapero me pareció implacable en su propuesta.
–¿Por dónde pasó la complejidad del trabajo?
–Primero por la transformación física: cabello blanco aunque con una prominente calva, una panza postiza, una postura corporal, un modo raro de decir, porque habla y no pestañea, una personalidad amable pero fría y psicótica a la vez. Fue bravo, porque además me sentía incómodo encarnando a un tipo así, porque francamente no hay comunión ni identificación, como te podrás imaginar. Lo mismo que me pasó con el Sandoval de El secreto de sus ojos, que era un alcohólico que no tenía nada que ver conmigo.
–¿Da más vértigo interpretar a un personaje real?
–Sí, claro. De todas maneras, más allá de la búsqueda de material fotográfico, de las investigaciones y de haber estudiado mucho, es una versión libre de un personaje real. Más que vértigo, diría intensidad, porque fue un proceso previo engorroso. Hasta decir «acción», hubo 2 meses de preproducción y ensayo, un rodaje de 8 semanas tremendas y otros 6 meses de posproducción.
–¿Cómo te recordás durante el rodaje? ¿Qué imagen se te viene a la mente?
–La de alguien bastante solitario. Necesitaba estar conmigo, pensativo, encontrar detalles, estar plenamente concentrado y hablar mucho con Trapero, que era el que manejaba los hilos. Filmábamos hasta muy tarde y a veces me quedaba pasada la medianoche, charlando y tomando un whiskicito con Pablo para bajar los decibeles.
Registros heterogéneos
El encuentro con Acción transcurre en un bar, pegadito al Hipódromo de Palermo, a dos cuadras de su casa. Francella no oculta el momento actoral por el que está atravesando. Relajado, aunque sediento, pide una gaseosa –que se baja de tres sorbos– y casi no duda al expresar que transita su etapa más hedonista: está cumpliendo a pie juntillas lo que se propuso «en esta segunda vida», como define a su presente en la profesión.
–¿Cómo es esto de tu segunda vida?
–Después de El secreto de sus ojos toqué el cielo con las manos. Si bien soy un apasionado de mi laburo, me convertí, por suerte, en un disfrutador serial: de la vida, del trabajo, de la familia, de mis amigos, de mis tiempos. Hago lo que me plazca y estoy muy abierto a todo lo que venga. Leo muchos guiones que me mandan y me siento con la suficiente libertad para elegir qué tengo ganas de hacer.
–¿Te costaba disfrutar los trabajos?
–¿Sabés que sí? Estaba más automatizado, pensaba en lo que se venía. No me lo reprocho, eh, era así, era otro momento de mi vida.
–Venís con una heterogeneidad de personajes notable.
–Toco madera. La verdad es que después de El secreto… y de trabajar con Juan José Campanella, aparecieron personajes y directores variados: Los Marziano, de Ana Katz; Atraco, de Eduard Cortés; Corazón de león, de Marcos Carnevale; El misterio de la felicidad, de Daniel Burman; ahora Trapero con El clan. Y no me quiero olvidar del comienzo de esta etapa con Rudo y cursi, de Carlos Cuarón. Son todos roles bien distintos y eso, para un actor, es como un regalo del cielo.
–¿Qué te aporta esa versatilidad?
–Confianza, sin duda. Además, por trabajar con directores distintos, no me permití relajarme nunca, siempre hice el mayor de los esfuerzos para seducirlos. Y volvería a trabajar con cada uno de ellos, porque no solo me permitieron tocar distintas cuerdas, sino que también me enriquecieron como actor.
–Hace 6 o 7 años, ¿era una utopía interpretar a alguien como Sandoval, el personaje de El secreto de sus ojos?
–Utopía fue todo lo que vivimos con la película. La taquilla, el reconocimiento mundial y el Oscar, el segundo para el cine argentino. Fue histórico.
–El camino se abrió, como mencionabas, con la mexicana Rudo y cursi.
–Por supuesto, fue el punto de inflexión, el puntapié inicial: esa película fue clave. Pensar que tuve que hacer un casting y no hubo respuesta hasta varios meses después. Rudo y cursi fue la tercera película más vista en México, hay que recordar que también estaban esos monstruitos de Diego Luna y Gael García Bernal, que allá son ídolos.
–¿Alguna vez pensaste qué hubiera sucedido de no haber sido elegido para esa película?
–Muchas veces me lo pregunté, pero una cosa es cierta: Campanella me tenía en sus planes hacía tiempo, él me decía que quería hacer algo conmigo, nos teníamos ganas… Y Rudo y cursi fue como tirarme a la pileta, como meter el volantazo en medio de una ruta tranquila, despejada, en la que, sin previo aviso, se cruza un caballo.
–¿Corriste riesgos?
–Claro, porque yo estaba seguro, con cinturón de seguridad. Yo me la jugué con más de 50 años. Y me salió genial, porque después de esa historia de Carlos Cuarón se sucedieron esas películas que me reposicionaron como actor.
–También hiciste tu parte, no fue todo caído del cielo.
–Por supuesto. Yo contribuí a esta búsqueda del cambio. Era necesario, clave para mí.
–Raro que esa búsqueda haya sido afuera, en México.
–No sé si raro, fue una paradoja de la vida. No lo pensé tanto: se dio. Apareció esa posibilidad que me dieron los productores Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu. Y le di para adelante.
–Hasta te permitiste hacer un casting.
–Lo que nunca, sí, pero estaba dispuesto a todo.
–¿Hubieras audicionado para una película argentina?
–¿Por qué no? Depende del director, de la conexión que tenga. Además, yo acá había hecho un casting para El niño pez, de Lucía Puenzo y no se dio. Evidentemente no era para mí, Lucía buscaba otra cosa. Un casting no es solo para saber si sos bueno o malo como actor, sino para ver si das con el personaje que se te ofrece.
–En una entrevista le pregunté a Carlos Cuarón qué lo había decidido para elegirte para protagonizar Rudo y cursi.
–Me muero por saber, ¿qué dijo?
–Que otros 2 actores habían hecho mejor la prueba, pero las ganas de reinventarte pasados los 50 años y el hambre de gloria, inclinaron la balanza a tu favor.
–No te mintió. Yo le dije a Cuarón que tenía la energía del novato que se quiere comer el mundo. Igual, me podía haber salido todo como el culo, por más voluntad que pusiera.
–¿Mantenés el hambre de gloria?
–Es una característica mía. Lo podés hablar con Burman, Ana Katz o con Marcos Carnevale. Siempre estoy al palo, nunca hago nada de taco. Dejo todo y más. Me vacío.
–¿Cómo te llevás con el ego? ¿Cómo mantener los pies en la tierra?
–Tengo 60 pirulos, conozco el medio, sé que esto es un sube y baja. Además, no me siento un consagrado, sino que tengo el espíritu de un pibe, de un aprendiz que tiene todas las ganas de comprometerse con el proyecto. El bichito me sigue picando, y eso es esencial.
–Lo que se dice un tipo voraz.
–A mí el hambre no se me va nunca. Te lo grafico: viste que Racing se sacó la mufa después de 40 años. Bueno, yo ahora quiero ir por la Libertadores y la Intercontinental. Y me entreno en triple turno. Y hablo con el técnico después de entrenar y me quedo practicando. Estoy en la cocción del proyecto, en toda la previa, y una vez que agarro viaje, me meto de lleno, participando desde el minuto uno. Lo vivo con pasión, amo esta profesión y aunque suene a cliché, vivir de lo que uno ama es incomparable. Pero además soy así en la vida, soy un tipo muy venal, no intenso, porque me suena insoportable. No soy abúlico ni desidioso, me gusta ser activo y visceral.
–Después de más de treinta de años de trayectoria, podrías poner el piloto automático.
–Podría, pero no va con mi manera de ser. Es parte de mi personalidad. Nunca lo hice, ni siquiera en teatro.
–Tantos años de carrera, muchos en la televisión, ¿qué pasa que no volvés?
–Estoy todos los días del año, ¿no me ves?
–¿En Casados con hijos?
–Claro, va todos los mediodías en Telefe.
–¿Te condiciona la vuelta?
–(Se molesta un poco) Uno si se va de la tele, se va. Pero estoy hasta en la sopa. Además, no hay nada que me tiente para volver. Lo último que hice fue El hombre de tu vida, de Campanella, y la pasé bárbaro. Pero ahora no sé, no hay mucha ficción.
–¿Y las tiras diarias no te interesan?
–La verdad es que no me dan ganas de meterme 12 horas por día a grabar. Y hay pocos unitarios, surge alguno cada muerte de obispo porque, evidentemente, no son negocio para los canales.
–¿Te alivia no hacer televisión?
–Claro, yo hice muchísima televisión. Buena parte de mi vida la dejé en los estudios de grabación. ¿Sabés lo que es eso? Es un alivio pensar que ahora hago 2 películas por año y listo.
–¿Tenés algún proyecto entre manos?
–Sí, hay algo teatral para el verano que todavía no está cerrado. Y tenía un rodaje para octubre, una coproducción con España que lamentablemente se cayó porque se enfermó el actor que sería mi contracara.
–Sos amigo de Campanella, ¿cuál es tu opinión sobre Entre caníbales y su bajo rating?
–Son cosas que suceden, me parece un muy buen material, pero a veces no genera la atracción que uno imagina previamente. Por director y elenco, pensé que iba a ser un golazo.
–¿Telefe le soltó la mano?
–No, en absoluto. Telefe hizo todo lo humanamente posible. Y cuando un producto no anda tiene que, primero, compactarlo, y luego cambiarlo de horario. No me parece que se haya maltratado a la tira, al contrario.
–Transmitís esa tranquilidad de la persona que está sólida interiormente y bien rodeado.
–Ya no tengo esa ansiedad por llegar a alguna parte, pero costó mucho lograr esto. Hoy pienso más en mí que en mi carrera y me enorgullece.
–¿Te gratifica el reconocimiento que acompaña a tu nueva etapa?
–Sería un ganso si lo negara. De todas maneras, soy un enamorado de mi trabajo de toda la vida; no es que ahora me creo otro tipo de actor.
–¿Entraste en la historia grande del cine argentino?
–Me falta bastante, pero ojalá que algún epigrafecito aparezca.
—Javier Firpo
Fotos: Jorge Aloy