Alcanzó la popularidad con telenovelas exitosas como Cosecharás tu siembra y Más allá del horizonte, pero asegura que se siente más cómoda en el teatro. Oscuridad y perversión, los rasgos que definen al singular personaje que interpreta en el CCC. Militancia de género y convicciones políticas.
27 de febrero de 2019
Tiene ese look inconfundible y el mismo corte de pelo, ese que enmarca un rostro felino, que en los tiempos de furor, cuando protagonizaba tiras populares como La extraña dama, Cosecharás tu siembra o Más allá del horizonte, la convirtió en la actriz más importante de Argentina y América Latina. Luisa Kuliok también logró millones de fans en España, Italia e Israel. «Cuando una tiene el pelo largo tiene muchas más posibilidades de componer diversos personajes. A mí me ha dado resultado, por eso no he cambiado con el paso de los años. Es como una marca registrada, además de un gusto personal», explica la actriz, que dialoga con Acción en un bar del barrio de Chacarita.
La intérprete tiene un cuaderno con anotaciones o correcciones sobre Carolina de Nazábal, el particular personaje que compone en Juegos de amor y de guerra. La pieza de Gonzalo de María, dirigida por Oscar Barney Finn, se reestrenó en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación. «Es un lugar en el que me siento como en casa, por su gente, por su cómodo infraestructura y por la ideología que transmite el CCC, que ayuda todavía más a sentirse confortable. De todas maneras, quiero aclararlo, yo puedo trabajar en cualquier lugar en el que se me trate con respeto, más allá de colores políticos», dice.
A pesar de su experiencia en los sets televisivos y las tablas, asegura que nunca le tocó encarnar a un personaje tan oscuro y dañino como Carolina de Nazábal. «Es una mujer que pertenece a la oligarquía, viuda y amante, llena de oscuridad, matiz que prevalece en casi toda la obra. A medida que me fui metiendo en la piel de Carolina, fui descubriendo a un ser monstruoso, un aspecto que nunca viví a lo largo de mi carrera», describe, por momentos poseída por su rol en la ficción teatral.
–¿Se disfruta este tipo de papeles?
–¡Claro! A esta altura del partido, poder construir a una mujer codiciosa, egoísta y poderosa es un desafío que hacía mucho tiempo estaba esperando. Son personajes que, fuera del costumbrismo, te permiten, pese a su perversidad, mucho lucimiento.
–¿No extrañás a esas heroínas que interpretabas en el pasado?
–Para nada. Por otra parte, nunca hice a esas heroínas buenudas, sumisas, que iban bajo el ala del hombre. Siempre luché por encarnar a mujeres de temple, espíritu y fortaleza, que no se daban fácilmente por vencidas.
–¿Y lograbas tu objetivo?
–Con frecuencia me ponía firme, no quería interpretar a mujeres que existieran solo por el amor del hombre. Yo peleé para hacer mujeres que lucharan por su identidad y realizaran su propio camino. Por supuesto que no siempre logré el cometido.
–Entonces, ¿qué hacías?
–Rechazaba el personaje, como me pasó muchas veces. Siempre estuve en contra de esas historias de sumisión y de estructura patriarcal, porque la mujer eternamente fue corajuda. Entonces me sublevaba cuando me ofrecían esos roles prehistóricos, en los que la mujer era solo un pedazo de carne. Pocos se enteraban, era una época sin redes sociales; hoy sería imposible.
–Muchos recuerdan los cachetazos de ficción con Arnaldo André en Amo y señor. Hoy sería imposible un guión así, con la violencia de género como tema neurálgico en la sociedad.
–Lo que exponía la novela no era violencia de género: el personaje de Arnaldo no era un violento que humillaba a mi personaje, ni yo estaba sometida a un violento, sino que era una pareja que se maltrataba. Era maltrato, con mezcla de pasión y locura.
–¿Hoy podría haber una novela como Amo y señor?
–Calculo que tendrían que cambiar algunas cosas, como esa superioridad y vanidad del personaje de Arnaldo, pero no tantas más. Igual remarco que era maltrato de ambas partes. Golpe por golpe, insulto por insulto. Él también sufrió mis cachetazos, yo no era ninguna nena de pecho: él me tenía miedo.
–¿Eran cachetadas de verdad?
–No, en nuestro caso teníamos un truco que sabíamos hacer para que la cachetada fuera lo más real posible, pero sin lastimar al otro.
–¿Y los fogosos besos también eran un truco?
–Por supuesto, pero éramos tan buenos intérpretes que parecían besos apasionados.
–¿No pensaron en volver a juntarse con Arnaldo, para armar alguna obra teatral?
–Lo hemos intentado, me hubiera gustado, pero quedó en la nada.
–¿A qué actor con el que trabajaste le tenés más afecto?
–Creo que por todo lo que es y se esforzó para salir adelante, y por su gran presente, es Osvaldo Laport, una persona estupenda, contenedora y amorosa, que ha crecido enormemente como actor. Me encantaría volver a trabajar con Osvaldo en televisión.
–¿Tendrían lugar en esta televisión?
–Es muy difícil. Nos encasillarían como «padres de», cuando tranquilamente podríamos tener una gran historia de protagonistas adultos, con hijos en conflicto, pero que el eje pasara por nosotros. Pero soy escéptica, porque se hace siempre lo mismo. Y si pasaste los cuarenta, para la ficción diaria estás muerto.
–¿Por qué productores como Adrián Suar o Sebastián Ortega no te convocan?
–No sé, habría que preguntarles. A veces puedo imaginarlo, pero no tengo pruebas. Igual yo no pido trabajo, me las arreglo solita.
–Entonces, ¿por qué no te llaman?
–Hay un mito sobre mi carácter fuerte, tengo fama de mina brava, pero es solo eso: una imagen creada por productores que ejercen una autoridad machista y patriarcal.
–¿Qué significa «fama de mina brava»?
–Supongo que tendrá que ver con mi necesidad de involucrarme, de comprometerme con algo y, también, de meterme en otras áreas para brindar mi opinión. Pero jamás impuse nada, me avengo a lo que se resuelve y respeto cada rol.
–¿Será que tu opinión tiene mucho peso?
–Me parece que tiene que ver con que los productores no quieren enfrentarse con una mujer que piensa. Y reconozco, además, que soy muy crítica de la televisión que se hace, que es muy chata y repetida, entonces pensarán: «¿Para qué vamos a llamarla si no le gusta nada?». Tampoco es así, hay cosas que están muy logradas.
–Volviendo a Juegos de amor y de guerra, ¿qué dificultades te planteó el rol de Carolina de Nazábal?
–Al contrario, sus características me allanaron el camino, porque se trata de un rol con matices, coloraturas, para nada lineal, con riesgos, por supuesto, pero con muchas chances de salir airosa. Solo tuve que ahondar en su personalidad insondable para llegar a ella.
–¿Habías trabajado con Barney Finn?
–Sabía de él, lógicamente, pero no había sido dirigida anteriormente, lo que también me parecía algo importante a la hora de aceptar la propuesta. Y Barney me dio toda la libertad para crear e intercambiar ideas.
–¿Cómo describirías a la obra?
–Es un teatro de riesgo para el espectador y también para el actor. Es cierto, no es el teatro masivo, pero a veces lo masivo es lo obvio, el cliché, una propuesta para gente que quiere ver siempre lo mismo. Y no es este el caso. Es como que hay un mandato para ver a determinados actores, que están en la tele y entonces hay que verlos en el teatro. Pero no es lo que siento: como dice el director inglés Peter Brook, «el teatro atrae porque hay un abismo».
–¿Te sienta bien la incomodidad?
–Absolutamente. Me gusta pisar terreno resbaladizo, caminar por la cornisa y ver y sentir ese abismo. Pero también me gusta estar preparada para pasar la prueba, no soy una improvisada, jamás lo fui.
–Habiendo pasado por éxitos tan importantes, ¿aparecen en tu mente los consejos de Agustín Alezzo, tu primer maestro?
–Por supuesto, en todo momento se vuelve a lo troncal, y a Agustín le debo su confianza y mi formación teatral, porque me dio una oportunidad cuando tenía 18 años, en Tiempo de vivir. Y unos años después, con apenas 22, me ofreció el protagónico, junto a Norberto Díaz, de Despertar de primavera, que marcó mi lanzamiento como actriz de teatro, rótulo con el que hoy me siento más cómoda.
–Qué paradójico, con tantos éxitos televisivos que protagonizaste.
–Pero ya pasó mucho tiempo de aquella Luisa, a la que le fue bien porque supe interpretar personajes que aprendí en el teatro. Hoy hace más de diez años que retomé una faceta menos popular, pero constante: con el unipersonal El collar de la paloma, que duró tres temporadas, me zambullí en las tablas. Y fueron surgiendo otros trabajos como Porteñas, El hombre inesperado, El alma inmoral y una versión de Hamlet, hasta que José María Muscari me convocó para Familia de mujeres.
–Siendo una actriz ambiciosa, ¿por qué se te ha visto tan poco en cine?
–No sé si es una asignatura pendiente, pero la televisión fue tan fuerte que el cine quedó eclipsado. Pero no por una decisión mía, calculo que los productores me tenían muy vinculada a las tiras, entonces no me convocaban.
–¿El lado B de las telenovelas?
–Claro, el encasillamiento. Ojo, no me quejo, sería incapaz de hacerlo, pero eso sucede con los grandes éxitos. Después cuesta mucho despegarse. El durante es maravilloso, gozás, disfrutás de nuevas temporadas. Pero cuando se termina, te preguntás: «¿Y ahora qué sigue?». Entonces te viene la angustia. Por eso es importante saber rodearse.
–¿Cómo ves a la distancia lo que viviste en televisión?
–Fue una locura, yo no podía salir de casa debido a tanta popularidad. Confieso que jamás la imaginé y mucho menos la busqué: se dio. Ni en mis más lejanos sueños pensaba con protagonizar una telenovela. Y después fueron dos, tres, cuatro.
–¿No? ¿En serio?
–Totalmente. De adolescente las miraba y me encantaban, pero me parecían imposibles de hacer. Hasta que un día me llamaron y empecé a hacer roles menores, de a poquito un poco más importantes, hasta que, cuando me di cuenta, ya estaba en el baile.
–¿Quién fue tu descubridor?
–El querido Cacho Catalano, un productor de Canal 13, que después de verme en Despertar de primavera me convocó. Y le estaré eternamente agradecida por su confianza y su contención, porque yo venía de otro universo, como era el teatro, supuestamente más «prestigioso». Cacho era un tipazo.
–Vale la aclaración en tiempos de denuncias de acoso y abuso.
–Claro que vale, pero yo quiero manifestar que en mi largo recorrido jamás he vivido una situación semejante. Siempre fui una actriz respetuosa y ubicada, quizás con una fuerte personalidad, pero no creo que eso me haya salvado de algún tipo de acoso. Tuve la suerte de estar rodeada de gente con valores que siempre supo hasta dónde llegaban sus derechos. Productores, directores y actores, cada uno en su rol, ejercieron el papel que les correspondía.
–El año pasado se te vio muy involucrada social y políticamente, sobre todo a partir del reclamo por la ley del aborto legal, seguro y gratuito.
–Forma parte de mi lucha como mujer, me rebelo contra las injusticias, pero también me rebelo contra todo lo que está sucediendo en el país, que está hundido, con una deuda eterna, despidos a mansalva, una ciudad como Buenos Aires que vive en construcción y nunca termina nada, y un presidente que ha convertido al país en una colonia.
–¿No temés alguna represalia por expresarte libremente?
–No temo, pero puede pasar, qué puedo hacer. Sí tengo claro que no puedo dejar de ser auténtica, me brota la pisciana de sangre criolla, pero las cosas no las digo enojada. Quizás molesta que afirme que nos gobierna el FMI pero, ¿acaso estoy diciendo alguna mentira? Lo que sí me molesta es que los medios de prensa y los portales de internet se regocijen con poner una y otra vez los títulos más polémicos, editándolos como les parece.
–¿Te parece que los medios son culpables?
–No sé si culpables, pero sí cómplices, porque noto que se busca la sangre a toda costa: quieren arrancarte las tripas y las entrañas. Por eso casi no se me ve en la tele, les digo que no a mesas o livings donde me invitan a participar, porque solo se busca el quilombo. ¿Para qué exponerme de esa manera? ¿Necesito estar en un lugar incómodo, más allá de la promoción? No.