La conquista del espacio público por parte de las mujeres y el apoyo mayoritario a la legalización del aborto son, para la periodista y activista, fruto de la extraordinaria revolución social y cultural protagonizada por el feminismo. La lucha contra la violencia, un modo de afirmar el deseo.
10 de mayo de 2018
Una entrevista con Luciana Peker tiñe la hoja de rojos. No importa que los diccionarios y los medios hablen ya de femicidio. Al parecer, la palabra aún le genera algunas dudas al corrector del procesador de texto, que se encarga de recordarlo con sus subrayados ondulantes. Pero Peker insiste, y ahí llena ella el texto de pequeños trazos colorados. Tal vez porque sabe de luchas. Tal vez porque conoce además que se ganan por cansancio.
Hoy, todo parece indicar, estamos en tiempos de cosecha. «Durante años los medios le dieron la espalda al movimiento de mujeres en Argentina de una manera categórica y vergonzosa, pero ahora prendés la tele y lo podés escuchar». Peker habla con una sonrisa que lo cubre todo y una mirada angosta que estalla cuando algo le da gracia. Periodista, editora del suplemente «Las12», autora de varios libros –acaba de publicar Putita golosa. Por un feminismo del goce (Galerna)–, analiza el momento que actualmente está atravesando el feminismo en nuestro país y el cambio que –considera– se está protagonizando a partir, fundamentalmente, de la palabra y que hoy tiene como correlato incuestionable el debate en torno a la despenalización del aborto: «Es una conquista del espacio público, que muestra al movimiento de mujeres con una transversalidad que está por arriba de la clase política».
–Marchas masivas, un Congreso que debate la despenalización del aborto, feministas hablando en televisión… ¿Estamos ante un cambio de paradigma?
–Creo que sí, que estamos ante una revolución. Pero no es algo nuevo. Justamente, es lo que me interesó contar en el libro La revolución de las mujeres no era solo una píldora. Pero ojo, si nosotras no contamos nuestra revolución, no la cuenta nadie. Y eso es lo que hoy está pasando de novedoso. Por eso es tan importante tomar la palabra. Tomemos como ejemplo el pañuelazo (por la despenalización del aborto) en el Congreso, la gran diferencia que se ve en estos días no pasa por la marcha, ni la cantidad de personas, ni la performance, sino por la foto. La diferencia no está en lo que sucede, sino en que ahora se muestra. Esa es una diferencia sustancial. Y con un movimiento genuino, muy organizado, y autónomo, esa diferencia significa un enorme paso adelante.
–La pregunta ineludible es desde cuándo la cosa empezó a cambiar y por qué…
–Creo que hubo un cambio con el Ni Una Menos. El 3 de junio de 2015 el movimiento feminista que era masivo, federal y autónomo, se vuelve aún más masivo, más mediático y con mayor presencia en redes. También hubo un momento bisagra con el #MeToo y la entrega de los Globos de Oro, por un lado, y Cacho Castaña en la televisión argentina por otro. Ese día no es que pasó algo que no haya pasado antes, un tipo que en tele minimice la violación es algo que ya habíamos visto. Pero de alguna manera la doble pantalla con la televisión norteamericana mostrando cómo se condenaba el abuso y todas vestidas de negro, sirvió como una señal. En esos días escribí una nota para Anfibia que se llamaba «Machowood», donde planteaba justamente cómo lo que estaban sosteniendo mediáticamente en Argentina era insostenible.
–¿Crees que el Congreso aprobará la despenalización del aborto?
–En muy poco tiempo cambió el escenario vertiginosamente y parece que sí, que podemos tener despenalización y legalización del aborto. No se sabe qué proyecto va a salir, por lo menos de Diputados. El Senado es más complejo y este es un país muy volátil en lo político.
–No obstante, el debate que ha generado que, sin dudas, trascendió las puertas del Congreso, pareciera constituir un avance en sí mismo.
–Es que hay una necesidad concreta de que el aborto sea legal, seguro y gratuito para salvar la vida de las mujeres, para dar libertad, y para terminar con las situaciones de tortura y padecimiento. Esto no es una conquista metafórica, es una demanda bien concreta. No obstante, es cierto, hay una victoria simbólica, que no necesita que levanten la mano los diputados o senadores. Creo que hay un movimiento de mujeres muy fuerte, con mucha incidencia y que está adoptando mejores estrategias, como justamente el impacto en televisión y las campañas con actores, que lo han popularizado. A partir de ahí, las encuestas dieron a favor del aborto, y en un país gobernado por los focus groups, trajo sin dudas un playón. Esto hace que uno sea optimista, aunque Argentina sea totalmente imprevisible. De hecho, un momento histórico para que Argentina aprobara el aborto legal, seguro y gratuito podría haber sido el 2010, después de la Ley de Matrimonio Igualitario. Se había cortado el poder de lobby de la Iglesia católica y en ese entonces el proyecto contaba con 62 firmas de todos los bloques, pero no existió el consenso político para avanzar. Terminó siendo una oportunidad perdida.
–Vuelvo a la pregunta inicial entonces. ¿Cuándo empezó a cambiar todo?, ¿cómo logra el Ni Una Menos esa masividad tan repentina?
–Es una gran pregunta. Creo que hay tres factores. En principio, señalaría que ya había un feminismo organizado y de masividad real, con un aparato de organización y una autonomía impresionantes. Es un fenómeno que realmente no sucede en ninguna parte del mundo. Mi frase de cabecera es que el Ni Una Menos no nace de un repollo. De hecho, tenías ya leyes como la ESI (Ley de Educación Sexual Integral), que –aunque sea con obstáculos– se cumple. Por supuesto que, por otro lado, hay un gran valor en la convocatoria en redes sociales, por ejemplo. Y, claro, no es un proceso lineal, hay retrocesos. Mariana Carbajal tenía un lugar muy visible en televisión pública que hoy no tiene; a mí Szpolski me echa de CN23 diciendo «Me cago en el género y en los indios». Es una realidad, la televisión nos echa.
–Pero algo evidentemente ha cambiado. Hasta hace tan solo unos meses era imposible pensar que ante un debate en torno a la despenalización, prácticamente todas las voces iban a estar a favor…
–Bueno, pero en el debate en el Congreso, que es un debate interesantísimo, casi no hay cámaras de televisión. La cobertura es por redes sociales, a partir de lo que se levanta por DiputadosTV. Y las redes contribuyeron con una democratización del debate, pero también tiene sus desventajas, como la pérdida del trabajo periodístico como un trabajo de divulgación. No obstante, creo que el fenómeno que hoy lo cambia todo muy claramente es el de las jóvenes. Esta es una revolución de las pibas, que toman el feminismo como una causa genuina subiendo la apuesta 15 veces más. Y, realmente, las adolescentes y las nenas, me atrevo a decir, lo toman como un camino, un camino frente a violencias que no están dispuestas a aceptar.
–Por un lado, resulta imposible no guardar optimismo si se ve lo que pasa con el movimiento feminista. Pero también es cierto que en algunas provincias, ciudades o barrios prevalecen lógicas patriarcales muy arraigadas.
–Creo que lo que ahí pasa es que tenemos fenómenos simultáneos, que tienen que ver con un movimiento que es caótico. Soy optimista y festejo lo que está pasando con esta revolución, pero hay que entender dos cosas. En primer lugar, esto también genera una revancha. Una revancha machista y conservadora, más fuerte que el machismo que había hace 5 o 10 años atrás, con una violencia aumentada, y aumentada hacia las jóvenes. Y, por otro lado, produce también una mayor presión de los sectores conservadores, desde Donald Trump y su misoginia, Putin que pone una ley que autoriza a pegarles a las mujeres adentro de la casa, hasta los países del Este donde el aborto es legal hace muchísimos años y quieren empezar a restringirlo. Hay conciencia, pero eso no significa que se haya derrotado la violencia. Y acá en Argentina por supuesto que también la inequidad geográfica es muy grande. La tasa de mortalidad por abortos mal practicados no solo es mayor según los niveles de pobreza, sino también en determinadas provincias.
–¿Y el cambio debe ser cultural o político?
–En todas las dimensiones. No podés plantearlo solo en términos culturales porque necesitás políticas concretas. Porque además, si no hay cambio político, estamos poniendo a las mujeres en peligro. Tiene que haber presupuesto, tiene que haber capacitación judicial y tiene que haber políticas públicas. Y a la vez, si el cambio no es cultural nunca vas a terminar de solucionar las cosas.
–Recientemente afirmaste que la televisión y los sindicatos son las instituciones más conservadoras. ¿Pero no es el Poder Judicial el que ostentaría ese lugar?
–Creo que si hablamos de cambios, hubo más cambios en el Poder Judicial que en los sindicatos y la televisión. De hecho, hoy el aborto por causales es legal en Argentina gracias a la Corte Suprema y a Carmen Argibay, la primera jueza de la Corte nombrada por un gobierno constitucional. El fallo F.A.L, que es el que dice que toda mujer que necesite interrumpir un embarazo en Argentina puede hacerlo, nace de una demanda que llega a la Corte a partir de un supuesto defensor de menores por un aborto que ya había sido practicado en una chica con discapacidad en Puerto Madryn. Era un caso resuelto, la Corte no tenía necesidad de dictar sentencia. El fallo fue una decisión política y es un fallo ejemplar, que con la composición de hoy no habría sido dictado. Y es ahí donde yo digo: ¿falta capacitación? Sí, muchísima. Pero también es cierto que desde el Poder Judicial se habilitaron medidas que dan derechos a muchas mujeres. Con obstáculos, diferencias entre provincias, impedimentos y retrocesos, pero hay que decirlo para que la gente lo sepa y no perder esos logros.
–Y el contexto actual, de retroceso en muchas dimensiones, ¿puede servir como un disparador del movimiento de mujeres o constituye un obstáculo?
–Creo que ambas cosas. En un escenario conservador en Argentina y en el mundo hay que tener muy en claro la adversidad para tener mejores estrategias. Es un momento donde hay que defender lo ganado. Por eso creo que es importante decir lo que se ganó, en un sentido amplio. Ahora, no creo que sea casual que el movimiento feminista sea hoy con sus jóvenes el movimiento de mayor resistencia. Creo que hay una explicación política, y es que el movimiento de mujeres fue autónomo aun ganando espacios dentro del Estado. Aun aquellos sectores más kirchneristas mantuvieron una autonomía política frente al Estado, y eso le dio una legitimidad y una capacidad de resistencia que otros movimientos sociales no tuvieron. También es cierto que eso mismo hace que el movimiento sea muy caótico, difícil de conducir en todo sentido.
–Dentro del movimiento están quienes cuestionaron la participación de ustedes en un programa como el de Jorge Rial o son muy críticas, por ejemplo, con la participación de varones en las movilizaciones.
–A mí el feminismo carnívoro no me gusta. Creo que hay una crítica no constructiva que puede resultar muy dañina. Sí creo que el movimiento tiene algo muy rico, que es que hoy se está pensando todo el tiempo. En lo personal tengo una postura más inclusiva de los varones. Creo que hay que pensar estrategias muy especialmente con los adolescentes. Hay un ejemplo interesante que es el Proyecto Barcelona, dirigido a quienes cometieron faltas con penas menores de dos años, es decir, estamos hablando de hechos que no son graves, no de un femicidio o una violación. Creo en la prevención a través de charlas… Sé que es un camino lleno de riesgos, pero es un camino que hay que atravesar para alcanzar el cambio.