Comenzó su carrera en la televisión, pero alcanzó su plenitud como actriz en el teatro oficial y el independiente. Mientras ensaya bajo la dirección de José María Muscari para debutar en el circuito comercial, protagoniza El casamiento, en el San Martín. Vocación, compromiso, feminismo y libertad.
23 de mayo de 2018
Laura Novoa exuda pasión e intensidad. Dice que está casada con la actuación, pero que muchas veces duerme afuera. «No puedo vivir sin trabajar, pero tampoco sin hacer un parate, cortar y correrme a un costado», explica. Habla de la renovación indispensable para mantener la pasión por la actividad que marcó su vida, pero también hace hincapié en los vínculos que se construyen en el lugar de trabajo. «Quedarse en un mismo lugar puede achanchar y crear confort; alternar ayuda a que el aire circule», grafica.
La protagonista de El casamiento, que se presenta en el Teatro San Martín, se refiere en esta nota a los temas más diversos, desde el origen de su vocación hasta su presente laboral. «Tuve muchos maestros en mi vida, uno de ellos, Agustín Alezzo, me decía que el actor tiene la cara que se merece después de los 30 años. Fue una frase que siempre me dio vueltas y que creo que tiene que ver con cómo es uno como persona, como intérprete, cómo se vincula con el otro y cómo se planta ante la vida. Eso parece que va dibujando el rostro», dice esta mujer que, desde hace mucho tiempo, «investiga» a las personas.
–¿Cómo las investigás?
–Supongo que tiene que ver con el oficio que he adquirido hace más de 30 años. Yo estudio mis personajes, sus vidas, si fueron reales, o cómo los imaginaría si fueran inventados. Y siempre me fascinó tratar de entender por qué los humanos hacemos determinadas cosas en distintas circunstancias. Busco entender, no juzgar, simplemente para ponerme en su piel.
–¿Siempre a través de la actuación?
–Cuando elegí esta profesión fue porque descubrí que un actor da luz a quien lo está mirando, para alcanzar un nuevo espacio de pensamiento que ese espectador no pudo generar en su vida cotidiana. También me gusta decir que los actores somos enfermeros del alma, ya que abre algunas puertas que el propio sentimiento no puede. Son ventanitas que arman mi ser actriz.
Pasión animal
Novoa está casi recostada en uno de los cómodos sillones del primer piso del San Martín, minutos antes de la función de El casamiento. La pieza, escrita por Witold Gombrowicz, habla del drama de un hombre contemporáneo. Con su nuevo look, obligado, de pelo cortito, reflexiona sobre el significado de trabajar en el teatro oficial. «Es un espacio que saca de mí a ese animal actoral que llevo adentro. El teatro oficial es reflexión, pensamiento y política, pero también es saber entender que un espectador o varios se pueden levantar e irse en medio de la función, porque la obra no tiene la obligación de ser un éxito ni generar un rédito comercial. Pero también significa tener un público que no encontrarás en todos los teatros», analiza. «Hacía cinco años que no trabajaba en el San Martín, lo último había sido Calderón, de Pier Paolo Pasolini. Trabajé mucho en el teatro oficial y también en el off. Curiosamente, tuve muy poca experiencia en el comercial».
–¿Por qué no te llamaron durante 5 años?
–Habría que preguntárselo a las autoridades, no sé. Simplemente no me convocaban. Muchas veces elegí el teatro oficial dejando de lado mi popularidad en un espacio de gran convocatoria como lo era la televisión. Pero nunca pasé ninguna factura.
–¿Por qué?
–Porque consideraba que el teatro oficial era y es una herramienta de aprendizaje para el actor: en lo personal, le debo mucho. El teatro es riesgo y vértigo. La televisión es una apuesta a hacerlo bien, pero tenés posibilidades de mejorarlo, de cortar y volver a empezar.
–¿Qué significado tiene para vos hacer Gombrowicz en teatro?
–Una gran oportunidad de crecimiento, que no se puede dejar pasar. Pero también es meterse en la boca del león, porque se trata de un autor complejo, muy machista, que ha relegado a la mujer.
–En tu caso, también significó deshacerte de tu melena.
–Mi personaje, María, representa a la mujer a través de los años; oprimida, golpeada y reprimida. María es una puta ultrajada, pero también la virgen que todos los hombres quieren poseer. Y, encima, es una mina que se acomoda al poder reinante y negocia sus intereses. En uno de los últimos ensayos Michal Znaniecki, el director, pensó que ese maltrato se podía retratar si me pelaban, si me arrancaban la cabellera. Y me pareció que tenía que ver con la historia, por eso me deshice de mi pelambre, que volverá pronto conmigo.
–¿Tenías ganas de personificar un rol así?
–Yo creo que a esta altura estoy más que definida, me parece que los que están en el mundo actoral saben quién soy. Quizás a mí me remite a la pasión animal con la que me comprometo con cada proyecto. Si un personaje implica un cambio rotundo en mi estética, no tengo dudas en llevarlo a cabo, en eso soy una fundamentalista.
–¿Es una manera de reivindicar la figura de la mujer en estos tiempos en los que alza su voz?
–El personaje de María es un personaje duro, sacrificado, sufrido. Mi manera de reivindicar a la mujer es otra. Es participar en una carta que escribimos 400 actrices pidiendo por la despenalización del aborto en la Argentina, o marchar contra la violencia a las mujeres. Mi ser político-social va por otro lado que mi ser actoral, que es más dependiente de la propuesta del otro.
–¿Buscás algo puntual después de 30 años de carrera?
–La búsqueda en este oficio siempre está, no se trata de algo concreto, puntual, sino que tiene que ver con cuestiones afines como, desde mi lugar de artista, intentar dejar el mundo mejor de lo que lo encontré, con lo que sé hacer. ¿Qué es ser artista? Es mantener tu esencia bancándote estar fuera del sistema opresor, que deja afuera a los artistas.
–¿El sistema limita la libertad?
–Totalmente. Yo no tengo la libertad que quisiera. Yo soy una actriz que puede elegir pero hasta un cierto punto, porque tengo una familia que mantener, porque soy una madre separada con dos hijos. Entonces no sé qué es ser libre como artista como sí ocurre en Francia, donde viví un tiempo: los actores tienen una política cultural y son tan cuidados que se les paga hasta cuando están de vacaciones. Por eso no soy todo lo libre que quisiera, pero dentro de mi «jaula», de mi mundo, creo que he encontrado una cierta libertad.
–¿Qué necesitás para tener una libertad plena?
–Irme de vacaciones, que es lo que mejor hago. Y navegar, que es mi hobby favorito. Me gusta tomarme mis tiempos, mis descansos. Siento que a mi oficio hay que renovarlo constantemente. No disfruto de trabajar todo el tiempo, pero soy actriz y tengo la obligación de entender cómo funciona este oficio.
Novoa dice que la diversidad fue una de las características de su carrera. «Hice de todo, muchas rarezas», puntualiza. «Preferí hacer la obra En casa en Kabul en teatro, en lugar de Locas de amor, en televisión», ilustra la intérprete, que vivió éxitos como Poliladron y Mujeres de nadie y fracasos como la reciente Fanny, la fan. Lejos de priorizar la plata o el rating, cuenta que prefiere «apostar por un mundo enigmático e insondable».
–¿Te cuesta elegir?
–Estoy satisfecha con el rumbo de mi carrera. Llegué a tener mucha popularidad con programas como Socorro quinto año, Poliladron y Hombres de honor. En algún momento pensé que me comía a los chicos crudos y, de repente, me bajé de toda esa exposición, salí de la tele e hice durante cuatro años las obras Romeo y Julieta y El zoo de cristal. Y haber tomado ese desvío me enorgullece.
Cuenta pendiente
«Pensar que tenía ganas de largar todo», suelta como al pasar en medio de la charla. «Estaba con ganas serias de dejar la actuación y pensar en otros destinos, porque estuve un tiempo sin trabajo y la cabeza empieza a cranear buscando tareas alternativas, pero sin dramatizar. Simplemente quería ver cómo podía utilizar lo que había aprendido, pero llevándolo fuera de un escenario o un set de televisión. Hasta que en una noche de copas, una amiga me zamarreó. “¡Y si pensás en ganar plata con lo que sabés hacer! Vos nunca hiciste teatro comercial”, me dijo. Y me dejó helada, porque tocó el único lugar donde prácticamente no había tenido experiencia. Había trabajado en cine, televisión y teatro oficial. Y ya pensaba que manejaba todo el espinel, contenta de haber podido nadar en aguas tan distintas con cierta comodidad y sin ser rotulada en una única área. Pero no me las sabía todas, como suponía».
–¿Por qué no habías hecho teatro comercial?
–No sé. Nunca me lo planteé. En teatro siempre hice lo que quise, en el oficial o en el off, pero comercial nunca me había surgido ni tampoco yo lo había deseado. Me habían llegado algunas ofertas, pero estaba en la mía. Hasta que se dio la charla con mi amiga y la llegada de una propuesta inesperada de Muscari. Raro que aceptara, porque yo soy más de los «no» que de los «sí».
Se refiere a Atracción fatal, la nueva obra escrita y dirigida por Jose María Muscari. Basada en la recordada película protagonizada por Michael Douglas, Glenn Close y Anne Archer, se estrenará en agosto en el Liceo Comedy. El elenco estará encabezado por Pablo Rago, Sofía Gala y la propia Novoa.
–¿Y qué te pareció la idea de llevar Atracción fatal al teatro?
–Mínimamente raro, yo no entiendo mucho de teatro comercial, por eso acepté, porque Muscari es un encantador de serpientes. Pero no dejo de pensar que la obra es una gran incógnita. ¿Qué se puede decir de nuevo de esa historia que forma parte de una época? No sé, pero confío en Muscari, aunque también tengo mi propio instinto.
–¿Cómo es tu relación con Muscari?
–José María es un trabajador incansable, que me terminó convenciendo de trabajar con él a partir de su perseverancia, talento y pluralidad. Me fui enamorando de Muscari a partir de su forma de ser, tan opuesta a la mía, por un lado, pero tan parecida a la hora de su compromiso y responsabilidad.
–¿Tendrías algún prejuicio?
–Quizás, pero no puntualmente sobre Muscari, sino sobre lo que yo pensaba del teatro comercial, siendo una mina proveniente de un ámbito intelectual como el teatro oficial, donde me siento ama y señora. Pero Muscari me ayudó y me enseñó a aplicar los códigos televisivos al teatro comercial y me está resultando explosivo.
–¿Qué te enseñó?
–Primero, a saber trabajar con las diferencias, porque sinceramente no coincidíamos en nuestra forma de ser y de pensar. Me cautivó por la intensidad y el amor por lo que hace: es el primero que llega y el último que se va. Un chanta me produce odio pero un trabajador como él me llena de respeto. Y no sabés lo gratificante que es poder trabajar con alguien con quien te sentí distante, con el que sin embargo terminás construyendo una armonía perfecta. Creo que en eso consiste este nuevo paso, pequeño, pero que se tendría que expandir a la sociedad toda. Yo lo estoy aprendiendo y me parece fantástico saber que avanzo junto a alguien con quien tenemos pocas similitudes, pero a la vez compartimos un objetivo que es más fuerte y deseado que nuestras diferencias.