De cerca

Por amor al arte

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Primero como trío y luego como dúo, el grupo Mondongo sacudió el mundillo de la plástica con una irreverencia casi rockera. Plastilina, hilos, carne, espejitos y caramelos: la materia prima de una obra crítica e irónica. El retrato de la realeza española que les dio proyección internacional.


(JUAN QUILES/3ESTUDIO)

Mondongo es un grupo de artistas visuales porteño, integrado por la pareja formada por Juliana Laffitte y Manuel Mendanha, que trabajan juntos desde 1999, casi un año después de casarse embelesados por la admiración que cada uno profesaba hacia la obra del otro. Ahora son dos, pero durante diez años fueron tres. Desde sus inicios y hasta 2009, Agustina Picasso fue integrante de Mondongo, hasta que dejó el proyecto para casarse con Matt Groening, uno de los creadores de Los Simpsons.
Del arrabal porteño no solo llegaron a Hollywood, sino que también se codearon con la realeza española y con diseñadores y coleccionistas de prestigio de distintas partes del mundo. Ellos creían que les encargaban obras, mientras los Mondongo hacían sin disimulo pero con cortesía un frenético trabajo de experimentación propia, que los alejó de la pintura y los llevó a diversas texturas: desde carne hasta caramelos, pasando por hilos, espejitos, plastilina, cables y papeles.
Sus obras ponen en tensión la relación conceptual entre la materialidad y la imagen. En ellas crean escenas irónicas, fantásticas y críticas, que privilegian siempre el sentido narrativo. En sus producciones emergen temas como el poder, la economía y la sexualidad, a la vez que plantean diferentes capas de lectura a través de la libertad en el uso de los elementos, con la irreverencia de quienes no se detienen ante ninguna frontera, con una autoestima tan fervorosa como pagana. Los trabajos relucen por el tamaño, por la complejidad de su producción y por la potencialidad que destilan, siempre frescos, siempre nuevos.
Esencialmente, ellos se declaran pintores. Cuando el óleo estaba caro, encontraron la excusa redentora para experimentar con otros ingredientes. Y así conformaron la materialidad sin límites con la que fueron construyendo su estilo. Eligieron galletitas para reproducir imágenes pornográficas extraídas de internet, ampliadas y transformadas en una especie de golosina para la ama de casa suburbana (Black Series, 2004); plastilina para una irónica versión postfreudiana del cuento de Caperucita Roja (Serie Roja, 2004-2007); o hilos de algodón para la textura suave de sus propias escenas de sexo (Love Series, 2006).
Mondongo trata de desarrollar un sentido a partir de la masa caótica de objetos y referencias que constituye la vida cotidiana, aunque no se privan de referencias cultas que llevan a la literatura o a la historia del arte. En su espectáculo Merca (2005), sus ilustraciones fueron mostradas a través de fragmentos tridimensionales del billete de un dólar, bordados con hilo. En 2013 realizaron una exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que los consagró definitivamente a nivel local. Allí presentaron algunas partes de las series tituladas Retratos íntimos (2005-2015), Cajitas (2011-2012) y Argentina (2009-2012).
En 2016 exhibieron sus trabajos en el Museo Nazionale Delle Arti del XXI Secolo de Roma. Un año más tarde sorprendieron con una instalación en la feria ARCO, de Madrid, y con su muestra Tres, para la que invitaron al escritor Sergio Bizzio a dibujar con ellos en la galería Barro de La Boca. Luego de la partida de Agustina Picasso, abrieron un canal de colaboración con otros artistas con los que van armando una red imprecisa y curiosa, en búsqueda permanente de nuevas expresiones.
En su inmenso estudio ubicado en los bordes de Plaza Italia, reciben a Acción como en chancletas, distendidos y locuaces. Y, de movida, descubren su pasión gregaria al confesar que «dos somos muy pocos». Entonces Laffitte y Mendanha se entregan a una conversación con un guion errático, donde se prestan a viajar en el tiempo.
–¿Por qué eligieron llamarse Mondongo?
–Laffitte: Mondongo es un nombre que trae Manuel de cuando era adolescente, mientras hacía chistes con un amigo. En vez de decir que hacían arte surrealista o abstracto, decían vamos hacer «arte mondongo».
–Mendanha: También porque rimaba con cosas soeces. Era todo muy infantil en ese momento.
–L: Cuando nos juntamos con Agustina y estábamos preparando una carpetita de fotocopias de nuestras pinturas individuales, queríamos ponerle un nombre, aunque todavía no teníamos muy claro que íbamos a trabajar juntos. Entonces Manuel propuso Mondongo para etiquetar la carpeta.
–¿Fue un chiste?
–L: ¡Sí! Pero finalmente empezamos a encontrarle, cuando comenzamos a trabajar juntos, cierta «mondonguez» a la creación. Como si se tratase de un guiso que tiene un montonazo de ingredientes y al que le podés tirar medio cualquier cosa y funciona.
–Cuenta la leyenda que se conocieron estudiando Bellas Artes. ¿Recuerdan la primera vez que se vieron?
–L: Manuel gustaba de mí.
–¿Qué fue lo que te atrajo de ella?
–M: Creo que un cuadro que llevaba.
–L: No, él me registraba de verme.
–¿Y vos lo registrabas?
–L: No, yo no. En realidad, no es mi tipo. Bueno, no era mi tipo, pero en un recreo me senté en su mesa en el bar a esperar un café y empezamos a charlar. Enseguida empezamos a salir. Cuando fui a su taller y vi sus pinturas dije: «Yo acá me quedo».
–M: Yo quedé también totalmente deslumbrado con la cantidad de pinturas que hacía.
–L: ¿Cantidad?
–M: Cantidad y calidad. Básicamente, lo que nos une es el arte, por llamarlo de alguna manera. Fue admiración mutua.
–L: Nosotros igual tenemos muy en claro que nuestra unión real es el arte, aunque ahora tenemos una hija.
–Son un matrimonio. ¿Podrían ser socios y nada más?
–L: Imposible, haciendo lo que hacemos ser socios y listo me parece que no alcanza. Nuestra creación es nuestra vida y va todo junto: la pareja, nuestra hija y el arte.
–¿Cuándo abandonaron el narcisismo de la propia firma y empezaron a trabajar con conciencia de colectivo?
–M: Fue cuando conocimos a Agustina, nos fuimos los tres juntos de viaje. Nosotros ya estábamos casados pero andábamos muy mal. El viaje lo pensamos como la última carta para salvar nuestra relación. Y ahí aparece Agustina y nos dice si nos podía acompañar.
–¿Era una amiga en común?
–L: No era amiga de ninguno. Ella era amiga de una amiga de mi mejor amiga de Bellas Artes en ese momento. Y bueno, mi amiga le hablaba a ella de mí y de lo que yo hacía.
–M: Ella se nos acercó. La conocimos en una fiesta. Y a las tres, cuatro semanas nos fuimos de viaje juntos a Nueva York.
–L: Su llegada fue muy positiva. De alguna manera su presencia distendió nuestra relación y pudimos después continuarla. Teníamos unos pequeños ahorros y los usamos todos para el viaje. Era todavía el uno a uno, el 99. Durante ese viaje se armó el grupo.
–M: Yo vendí mi pelo para comprar uno de los pasajes. Tenía un pelazo tremendo.
–¿De qué trabajaban antes de empezar a vivir de sus obras?
–M: Primero trabajé de cadete y después empecé a dibujar planos para un estudio.
–L: Yo trabajaba haciendo diseño gráfico de un diario evangélico.
–M: Siempre nos autofinanciamos. No recibimos plata ni de fundaciones ni de becas. El viaje y lo que vivimos ahí y la llegada de Agustina fue definitivo para armar Mondongo. Nosotros dos en ese viaje paramos en la YMCA, en una cama con cucheta y baño compartido. Me iba a bañar al hotel de Agustina.

–¿Cómo funcionó la cosa triangular: una pareja y alguien de afuera? ¿Por momentos se hacían bandos de dos contra uno o siempre fluyó bien la relación?
–L: Trabajamos los tres durante diez años y fueron tiempos de producciones importantes.
–M: El arte lo que tiene es virtuoso cuando funciona y cuando no funciona siempre hay como un dos y un uno. Y no importa quién hace bando con quién en tanto funcione.
–¿Extrañan que no esté ahora quizá mediando entre ustedes?
–L: Se fue muy relajadamente. Es un ciclo cumplido.
–En este trabajo en colaboración, ¿qué hace cada uno?
–M: Pasamos por muchas etapas en el proceso de trabajo. Al principio, estábamos como inventando técnicas y trabajabamos todos juntos casi al unísono. Y después se empezó a derivar, comenzamos a trabajar con más gente.
–Y antes de que se desate el proceso, ¿de qué modo deciden empezar una obra, cómo se dispara?
–M: Siempre comienza a partir de una discusión. Nuestro trabajo es una cosa que va mutando constantemente. En el trabajo colectivo lo que pasa es que vos tirás una idea y el otro te la retruca y vas subiendo la apuesta. Lo que tiene de bueno es que el ejercicio de los años te permite darte cuenta enseguida qué es lo que funciona y qué es lo que no. Y no estar peleando inútilmente.
–L: Por ejemplo, lo primero que pensamos con la Serie Roja fue que queríamos que fuese una serie.
–M: Una serie inspirada en la literatura.
–L: Que fuese una serie que tuviera un relato y a partir de eso empezamos a pensar qué relato.

–¿Cómo comenzaron a trabajar con plastilina y con hilo?
–M: Al principio usamos plastilina para generar texturas, más tarde para crear relieves como los de la Serie Argentina. La primera obra con este material fue el retrato de Walt Disney.
–L: La técnica de los hilos fue un trabajo de los dos en simultáneo. Una especie de tejido a través de una danza entre Manuel y yo. La primera obra fue el retrato de Jorge Luis Borges pensando el concepto del infinito.
–El retablo que presentaron el año pasado en Los Angeles, ¿podría entenderse como una escenificación de sus preocupaciones sobre la contemporaneidad?
–M: La obra de plastilina y cedro parte del Políptico de Gante o La adoración del cordero místico, de los hermanos Van Eyck. Nosotros lo ensamblamos dentro de un diálogo contemporáneo. Por ejemplo, donde estaba la Santísima Trinidad pusimos un chart de la Bolsa de Nueva York. Cerrado presenta retratos nuestros y de gente cercana a nosotros; abierto tenés la vista de la Villa 31 desde una suite del hotel Four Seasons.


Retrato. El rostro de Borges hecho con hilos.

Tórax. Una pieza de la serie argentina.

Ironía. Plastilina para Caperucita Roja.

–Cuando sus trabajos aún no habían salido de Argentina, los convocaron para hacer los retratos de la familia real española. ¿Cómo sucedió?
–M: Parte de nuestra obra estaba en la trastienda de la galería Braga Menéndez y ahí llega una comitiva de la Embajada de España. Creo que estaba el embajador, no me acuerdo ahora. A partir de eso nos hacen el encargo.
–L: No lo tomamos muy en serio. Antes de hacer los retratos nos pidieron que hiciésemos una especie de plan de trabajo, de explicación de lo que haríamos y escribimos cualquier cosa. Y al final tuvimos que hacerlos.
–M: Hicimos otra cosa. Nada que ver con lo que habíamos propuesto. Usamos espejitos de colores. Fue nuestro modo de ironizar sobre el narcisismo de la monarquía y de cómo los españoles se veían reflejados en ella. Los expusimos en la Casa de América de Madrid. No entendíamos nada de lo que nos pasaba. Fue la primera vez que viajamos a España.
–L: Y a partir de ese trabajo pudimos empezar a vivir de nuestra obra.
–¿Les pagaron tan bien que pudieron dejar sus trabajos paralelos?
–M: No. Habremos ganado 1.000 dólares cada uno. Compramos la primera computadora importante con ese dinero.
–L: Lo que pasó es que luego de eso vinieron una serie de retratos y trabajos que hicimos por encargo y que además nos permitieron experimentar con materiales nuevos. Nos los pedían para regalar: hicimos, entre muchos otros, el retrato de David Cronenberg que nos encargó Vigo Mortensen. Y también fue muy importante nuestro trabajo para la casa francesa Comme de Garçons, para la que nos convocó la diseñadora japonesa Rei Kawakubo, que compró obra nuestra para promocionar la marca. Ahora ya no hacemos más esos encargos: nos dedicamos a nuestras cosas.

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