El autor cubano presenta en Argentina la última novela de la saga del expolicía Mario Conde, un éxito literario y televisivo que lo ha llevado a recorrer el mundo. La sociedad de la isla a través de la ficción, la psicología de los personajes y el impulso que lo lleva a escribir una historia.
12 de diciembre de 2018
De paso por Buenos Aires para presentar La transparencia del tiempo, la reciente novela de su personaje más emblemático, el investigador Mario Conde, el autor cubano se hizo tiempo para recibir a Acción en un coqueto hotel de Recoleta en medio de una apretada agenda. Con la franqueza y simpatía habitual de los habitantes del país caribeño, Padura profundizó –incluso con humor– no solo sobre literatura, sino también sobre la edad, la Historia, su relación con el cine, la miniserie televisiva basada en los primeros títulos de Conde (Cuatro estaciones en La Habana), la política y el acto mismo de la escritura. Reveló que está escribiendo el guion para una versión cinematográfica de la exitosa El hombre que amaba a los perros, hizo un adelanto sobre su próxima novela (El clan disperso) y recordó con afecto a dos escritores argentinos que lo cautivaron.
–Después de tantos años, ¿cómo es tu convivencia con Mario Conde?
–Es complicada, porque es un matrimonio que ya cumplió, al terminar esta última novela, 27 años. Desde el principio, Conde fue una manera de utilizar un personaje para ver una realidad particular, como la cubana, desde la perspectiva de una generación, la mía. En la primera novela, Pasado perfecto, que escribo en el 90 y se publica un año después, refiero al año 89. Después, cuando decido hacer una saga, mantengo el 89 para esas cuatro primeras novelas, pero el personaje, y yo mismo, por supuesto, evolucionamos en el tiempo a un nivel existencial y de conciencia histórica. Y cuando Conde regresa, ya fuera de la policía, lo hace como comprador y vendedor de libros viejos en Adiós Hemingway, La neblina del ayer, Herejes y ahora en La transparencia del tiempo. A lo largo de todas estas novelas, Conde ha ido registrando la realidad cubana, presentándola desde esa perspectiva de un hombre que está muy cerca de la calle y de los conflictos que están ocurriendo.
–Además de sus razones existenciales, ¿por qué Conde deja de ser policía? ¿Narrativamente era una encerrona?
–Me parece que cuando lo creo como un investigador policial estoy fundamentalmente cumpliendo con una exigencia de verosimilitud, pues no sería lógico que alguien en ninguna parte del mundo haga una investigación criminal si no es un policía. Hoy ya ese tipo de detective que investiga crímenes por su cuenta no existe y eso me ha obligado a buscar estrategias para poder hacer creíbles las historias. Por ejemplo, en La neblina del ayer, en la que el mundo de los libros viejos es tan importante en Cuba y Conde encuentra una biblioteca espectacular, el crimen ocurre justamente en la mitad del libro. Se va desarrollando toda una novela que tienes la percepción de que es un policial, pero sin crímenes, sin muertos, sin robos, sin nada, entonces eso me ha obligado, y me ha permitido, crear estructuras narrativas diferentes. En ese sentido, la limitación se convierte en una exigencia creativa. Por eso la densidad y la diversidad psicológica del personaje me ayudan mucho, sirven para crear ese universo dentro del cual, como un elemento más, está la investigación policial.
–Y ahora que cumplió 60 años se empieza a replantear muchas cosas de su vida. Vos tenés casi la misma edad, ¿también es una etapa de replanteos?
–Todos lo hacemos a partir de un determinado momento. Te das cuenta de que no vas a leer todos los libros que quisieras leer ni vas a hacer muchas cosas que planeabas. Pero también te da libertad. Hay una frase española que me encanta para expresar esa libertad, que dice: «Para lo que me queda en el convento, igual me cago dentro». Es decir, hago lo que me da la gana, para lo que me queda aquí, ya, qué carajo. Retomando, y por otra parte, en el territorio del escritor, tienes la percepción de que tus capacidades intelectuales están en un tope que puede ir mermando de a poco y conocemos casos. Los hemos leído. Hay algunas últimas novelas de escritores muy reconocidos que dan pena.
–¿Podría ser que se vean obligados a escribir, aun sin ganas, por haber firmado contratos con las editoriales?
–Es una posibilidad, pero afortunadamente con mi actual editorial el tiempo de creación que tengo es el que necesito. Nunca hay contratos previos, incluso el de la novela que estoy escribiendo: yo no lo firmo hasta que no haya terminado, porque asumo con mucha seriedad mi trabajo. Siempre digo que no soy, seguramente, el escritor más talentoso de mi generación, pero sí debo ser uno de los que más trabaja. Imagínate, entre El hombre que amaba a los perros y Herejes fueron nueve años de trabajo. Si hubiera intentado escribir esas novelas, cada una en dos años, habrían sido un desastre, no los libros que son.
–¿Alguna vez te cansaste de Conde? ¿O parar a escribir otros libros como El hombre que amaba los perros te da cierto aire?
–Conde siempre está a mi disposición, dispuesto a salir conmigo por las calles de La Habana a tratar de encontrar alguna verdad y dejar algún testimonio de la vida cubana. Pero hay novelas en las que, por cuestiones de argumento y de dramaturgia, no me funcionaría. Es el caso de la novela que he empezado a escribir ahora, tengo muy poco, pero hay un título: El clan disperso. Tiene que ver con la dispersión por el mundo de los cubanos de mi generación. Ha habido migraciones importantes en Cuba: un exilio histórico a principios de la Revolución, de carácter muy político; después, en el año 80, aquel éxodo del Puerto de Mariel; y desde la década del 90, sobre todo, lo que viene pasando es que es un goteo constante y se va mucha gente de mi edad. Y sobre eso quiero escribir, con historias muy cubanas, lo más fuerte que me salgan. Pero fuerte en el sentido dramático, no estoy hablando aquí en términos políticos, lo político entra como un añadido. Siempre creo que el escritor tiene que pensar en términos narrativos y dramáticos y a partir de ahí están los otros componentes que puede o debe tener un libro.
–¿Qué significa para vos sentarte frente a una máquina a fraguar una historia?
–Mira, el año próximo se va a publicar un libro de ensayos de unas 40 páginas que se va a llamar Vivir y escribir en Cuba. Dentro de ese libro hay un ensayo que se llama «¿Para qué se escribe una novela?» y ahí me hago esta misma pregunta y me he respondido que me lleva a escribir la necesidad de decir algo, en el territorio narrativo que sea.
–También te has dedicado a los guiones cinematográficos, como los de Cuatro estaciones en La Habana.
–Creo que esas películas –con producción española– han quedado bastante aceptables por haber sido hechas con un presupuesto acotado. Solamente lamento que hayan tenido que ser en un formato de 90 minutos. Creo que necesitaban 100 minutos, y te explico por qué: cuando escribes un guion de una historia policíaca tienes que respetar una cierta dramaturgia, porque de otro modo no se entiende lo que va pasando, tiene que haber una relación de causa y consecuencia a la hora de contar la historia para poder llegar al final y descubrir la intriga. O sea, le faltan los diez minutos del tempo en el que Conde se sienta con los amigos a hablar más, a mirar la ciudad, ese tempo muerto, entre comillas, lo que es el tempo y tiempo del personaje, que en las novelas para mí es tan importante.
–En la saga de Conde, aparece cierta marginalidad que tal vez el turista que visita Cuba no percibe, pero en la última novela se describen los bolsones de pobreza alrededor de La Habana que ya son comunes en países latinoamericanos, como Argentina.
–Por primera vez vi lo que era una villa miseria acá, en las afueras de la ciudad de Rosario, en 1993. Y después en las afueras de Medellín, en una época muy dura, hacía poco que habían matado a Pablo Escobar y vi esos cinturones de miseria que no existían en Cuba. En 1986 estuve trabajando un año en Angola y allí vi a una persona sacar comida de un tacho de basura. En Cuba jamás lo había visto. Así vivimos durante décadas en mi país y de pronto estamos en un mundo en el que veo gente sacando basura de los tachos. En Cuba a estas personas les dicen los buzos, y sacan cualquier cosa, desde comida para alimentar cerdos hasta, a veces, para comer ellos mismos. Y veo que ahora proliferan estos asentamientos, que ni siquiera llegan a tener la cualidad de barrios. Son muy improvisados y son lugares en los que viven fundamentalmente emigrantes de las provincias orientales, que vienen a La Habana buscando una oportunidad de vida.
–¿Muchos de los problemas económicos de Cuba tienen que ver con el embargo estadounidense?
–Muchos, sí. Y también con la ineficiencia económica nacional. Ambas razones se conjugan.
–En muchas entrevistas, especialmente en medios europeos, se deja entrever que, no conformes con tu mirada crítica de la realidad cubana, parecen querer arrancarte una condena firme contra el gobierno. ¿Vos percibís eso también?
–Absolutamente… Mira, soy responsable pleno de mis palabras, pero si de toda esta conversación que hemos tenido tú y yo, en la que hemos hablado de veinte temas que son más interesantes, tú destacas como titular «La economía cubana es un desastre», eso sí a mí me indigna. Ocurre que poner en mi boca algo que sea agresivo con respecto al sistema cubano es algo que resulta atractivo para determinados lectores. Yo he luchado mucho contra la posibilidad de que se me vea como un disidente. No soy un disidente de nada, creo en lo que creo y no creo en lo que no creo. Y no puedo ser disidente, por ejemplo, del Partido Comunista, porque nunca pertenecí al partido. Siempre he tenido una actitud en la que no tengo dos discursos. Lo que yo te digo a ti aquí en Argentina lo digo en España o en Chile o en Cuba también. Y es mi manera de ser consecuente conmigo mismo. Si no soy capaz de decirlo en Cuba, no soy capaz de decírtelo a ti. Pero el hecho de ser un escritor cubano me obliga a ir por el mundo cumpliendo dos profesiones, la de cubano y la de escritor.
–¿Tanto te preguntan sobre tu país?
–Constantemente, y les digo a algunos periodistas: «Mira, publiqué una novela, estoy escribiendo otra, voy a publicar un libro de ensayos, he escrito guiones para films, estoy escribiendo un guion para la película de El hombre que amaba a los perros. Fíjate cuántas cosas tenemos para hablar para que tú me vengas a preguntar qué pienso yo del gobierno cubano». Eso lo piensas tú, les digo a veces, y lo que yo pienso no importa, no decide nada, lo que yo pienso sobre una novela, o sobre la Historia o sobre el tiempo me parece que es más importante.
–Además de Cortázar, Borges o Sabato, ¿has leído autores argentinos?
–Por supuesto. Es que no quiero ser injusto y olvidar alguno… Entonces de los más contemporáneos te voy a mencionar a dos que ya están muertos y a los vivos los dejamos que se fajen entre ellos. Esto es, el Gordo Osvaldo Soriano y Ricardo Piglia, con quien tuve cierta relación de amistad. Piglia era un tipo muy coherente y Soriano me encantaba también. Los dos fueron muy revolucionarios en su literatura. Cuando leí Triste, solitario y final, me dije este tipo está absolutamente loco. O aquella A sus plantas rendido un león, que se desarrolla en un país de África. Soriano era un tipo increíble. Y bueno, también Plata quemada, de Piglia, me parece un libro muy considerable.