En menos de un lustro abandonó el anonimato y se convirtió en la cantante de la Orquesta Fernández Fierro, pero decidió renunciar a la seguidilla de conciertos para darle forma a su carrera solista. El amor, el pasado actoral y el presente militante de una mujer frágil y vital.
12 de mayo de 2020
En poco menos de cinco años, Julieta Laso pasó de ser una olímpica desconocida a reemplazar al cantor Walter Chino Laborde en la Orquesta Fernández Fierro. En el mismo torbellino vital, saltó de la bohemia de la alta noche porteña al amor de la cineasta salteña Lucrecia Martel. La inercia sentimental la condujo a replantearse cuestiones profesionales. Sacó un muy buen disco solista, Martingala. Advirtió que no podía resistir el ritmo frenético de actuaciones de la Fierro y se fue de la orquesta. Y acá anda, como ella admite, «alternativamente frágil y fuerte», preguntándose cosas, peleándose consigo misma, luchando con fantasmas o, al menos, reconociéndolos.
De padre economista y madre psicóloga («y astróloga»), nació en Boedo en 1982 en un hogar de esos que se podrían denominar «progres». Las primeras canciones que escuchó tenían las voces de Violeta Parra («genia, genia mal»), Serrat, Zitarrosa, Mercedes Sosa, Quilapayún. Laso se detenía en las maneras arrabaleras de una artista algo tapada por la historia del tango, que veía por televisión: Tita Merello. «Fue un amor total. La imitaba, veía sus entrevistas, sus películas. Para mí Tita es majestuosa», cuenta. Son las diez de la mañana, Laso toma mate, prende un cigarrillo («había logrado dejar, pero…») y tira al pasar una noticia fuerte: «Con Lucrecia nos vamos a vivir a Salta».
–¿Por qué?
–Quiero pasar más tiempo en Salta, por Lucrecia y porque también aspiro a correrme de Buenos Aires. El plan es hacer base allá, ir y venir. Quiero poner toda la energía en mi carrera solista, y para eso es necesario planificar cada paso, ser prolija, cuidar el trabajo.
La cantante detalla lo que le cuesta vivir de la música. Después de años de andar cantando de aquí para allá, de frecuentar antros del tango más under (rutina que mantiene, pero más como espectadora) y de todo lo que le dejó la experiencia en una orquesta singularmente densa como la Fierro, dice que recién ahora pudo estabilizarse económicamente. Para este 2020 piensa editar dos discos. Uno será la continuación de Martingala, también con producción de Pelu Romero (ver Equipo ganador); otro, junto con el director de la Fierro, el contrabajista y compositor Yuri Venturín.
–Martingala fue un paso notable. Te alejaste del tango para hacer ritmos más rioplatenses. ¿Lo nuevo viene por ahí?
–Sí, son los mismos músicos, la misma producción, todo. Quedé muy conforme con lo que hicimos. Nuevamente, la mayoría de las canciones van a ser de la dupla de Diego Baiardi y Lisandro Silva Echevarría. Tiene algunos covers, como «Corazón de lobo», de Sandro, que ya está disponible en las plataformas digitales. Y otros que no quiero adelantar para no romper el efecto sorpresa. También habrá un tema de Lucio Mantel. Y como siempre, Pelu Romero en la producción y en todo.
–¿Y qué disco están pensando hacer con Yuri Venturín?
–Estamos viendo. Con Yuri nos une una gran amistad. Él me hizo entrar a la Fierro y tal vez por ese motivo fue con quien tuve la despedida más emocionante. A mí me costó irme de la orquesta. Me resultó difícil tanto tomar la decisión como comunicarla. La orquesta fue, es y será el gran amor profesional de mi vida. Pero mi pareja está viajando cada vez más, yo la quería acompañar. El proceso de mi partida fue tortuoso: somaticé, enfermé, me empezó a doler el pecho. Para el adiós Yuri me invitó a su casa, me cocinó algo rico, tomamos un vino y reflexionamos sobre lo que ocurrió en estos años. Fue una despedida tremenda, ¡como un tango! Y craneamos hacer el disco juntos, con temas nuevos del tango actual, en quinteto. Espero que den los tiempos para sacarlo este año.
–¿Cómo te sentís ahora?
–¿La verdad? Más liviana. Como que me saqué un peso de encima. Si bien sigo trabajando en grupo, ahora soy responsable de mis tiempos. Eso me permite más libertad, incluso estilísticamente. Siento que el tango me pertenece, es una parte mía, aun sus zonas más oscuras. Pero también me gusta indagar otros territorios, otras rítmicas, como hice en Martingala.
–¿Qué posición tenés respecto de esos tangos que tienen letras misóginas y hasta apologéticas de crímenes?
–Bueno, yo nunca canté esos tangos. Es más: las letras de la Fierro no tienen mayor connotación machista. Los chicos, como casi todos, están deconstruyéndose. Igual, no creo en ese sentido que el tango sea peor que otros géneros. Como el rock, sin ir más lejos. Estamos en pleno cambio, hay que dar tiempo para que muchos aspectos se acomoden.
–Participás activamente en ese cambio.
–Sí. Lo de la mudanza a Salta tiene que ver con las mutaciones que están operando en la sociedad. Allá hay una tarea gigante por hacer. Vamos todo el tiempo y se formó un foco artístico y político muy interesante, que no hay que dejar que decaiga. Somos amigas de Mariana Carrizo, de Mariana Baraj y de otras artistas increíbles que viven en Salta. Creo que es necesario tener una posición, un rol, ser útil. Acá en Buenos Aires hay muchas voces disidentes, pero en el Interior son más reacios a los cambios. Todo bien cantar, subir a un escenarios pero… ¿y? No me interesa la gracia que pueda tener mientras canto, o si pego las notas exactas cuando interpreto. Creo en otras cosas.
–¿En qué creés?
–En acompañar los cambios sociales. No ser obvia, no abusar con los subrayados. Pero no dejar de marcar lo que sigue mal. Desde hace tiempo estoy conmovida por todo lo que hace Camila Sosa Villada. Es una escritora y cantante trans, cordobesa. Cómo escribe, cómo canta, lo que dice en las entrevistas, todo me resulta estremecedor. ¡Me hace acordar a Tita! Las historias, su canto, hablan de la disidencia, de los travas, pero en general está hablando de un under que puja por emerger. Si uno se pregunta hoy qué es el arrabal no puede soslayar a Camila. Todo es una lucha. Y falta tanto. Vas al norte y en los aeropuertos te reciben carteles que dicen: «Disfrute Salta», con las fotos de dos rubias. ¡Basta!
–¿Escribís?
–No.
–¿Intentaste?
–Sí, muchísimo. Pero no hay caso. No quedo conforme. He pedido ayuda y nada, che. No la paso bien. Y en esta etapa no quiero hacer nada que no me dé placer. No quiero sufrir. Ya he sufrido bastante.
–¿Tanto?
–Bueno, mi vida ha sido intensa. No soy fácil. A veces soy frágil y sensible. Y otras un volcán. Soy una arriba del escenario y otra abajo. ¡Y las dos se pelean!
–¿Hacés terapia?
–¡He hecho todas! Nunca estoy tranquila. No soy una mujer resuelta. Me enojo mucho conmigo. Tengo conflictos que no sé bien de dónde vienen. Me cuesta vivir, es la verdad. Ahora estoy muy bien en comparación con otras épocas. Pero bueno, debe tener que ver con el teatro. Me crié en el universo teatral. Viene de ahí. En el teatro se revisitan esas cuestiones, se plantean aspectos del ser. Algún día me gustaría actuar, volver a actuar, pero me da un poco de miedo. Tengo muchas amigas en el mundo del teatro, como Valeria Bertucelli, Érica Rivas, Marilú Marini, que siempre viene con su marido a verme. Admiro ese terreno, lo conozco: estudié teatro desde los 9 años.
–¿Hasta cuándo?
–Hasta que empecé a cantar tangos.
Cuando estaba en tercer grado, sus padres se separaron. Allí empezó a configurarse una indisimulable arista dramática. Después de diversas experiencias, se inscribió en el Grupo de Teatro Libre de Omar Pacheco. «Tenía 21 años, una edad complicada. Estaba en plena búsqueda. Me enamoraba, me iba a vivir con mi pareja, me separaba, volvía a la casa de mi madre. No creía en nada y me agarró Pacheco. Te imaginás».
Omar Pacheco fue un director que con sus alumnos y alumnas llevaba adelante el teatro La Otra Orilla. En 2018 un algunos exintegrantes de su grupo de investigación teatral lo denunció por abuso, manipulación y estafa y organizó una serie de escraches. Acechado, Pacheco se ahorcó en la sala de su propio teatro. «El suicidio fue su último gesto psicópata y manipulador», dice Laso. «De mí no abusó, pero yo estuve ahí. Qué sé yo, no sé si soy una actriz frustrada por él. Pero seguro que bien no me hizo lo que pasó. Era una persona horrible».
–¿Volvés mentalmente a aquellos años?
–Sí, vuelvo. Pienso. Creo que a su vez me hizo crecer. Yo fui a su curso, nadie me obligó. Debo hacerme cargo de mis decisiones, de mis conflictos. Salí de Pacheco mucho antes de que se matara. Para bien y para mal, soy otra persona: salí con muchas inseguridades. Creo que es así, nunca estás a salvo. Soy esto que soy: alguien con altos niveles de duda. Estoy atenta a lo que me pasa y debo sobrevivir con mis propias herramientas. De alguna manera, el tango me rescató.
Laso empezó a ir a la milonga Orsai. Allí conoció al pianista y director –ex Fernández Fierro– Julián Peralta y al bandoneonista Patricio Tripa Bonfiglio. Peralta es desde hace años un agitador del tango, con una labor inconmensurable realizada en su teatro Goñi y con la orquesta Astillero. Una máquina de producir. Había escuchado a Julieta Laso, y la alentó a profundizar en el tango. «Yo estaba como sin fuerzas. Me ofreció grabar un par de temas con Astillero. Me dije, bueno, probemos, total… Grabamos “De barro” y “Romance de un negro milonguero”, un tema de Zitarrosa. Quedé prendada al tango, al canto popular».
Habla del pasado como si fuera muy lejano. Y está ahí nomás. Pero fue tanto lo que ocurrió que queda en un sitio que parece superado. Más acá, por caso, estuvo acompañando a Lucrecia Martel en el Festival de Venecia: la directora fue la presidenta de la última Mostra y su paso fue político y polémico, al decidir por ejemplo no ir a la gala de Roman Polanski, en solidaridad con las víctimas de acoso. Laso no quiere hablar del tema, porque intenta separar la vida de Martel de la propia. Pero concede que sí, que fue muy fuerte «lo de Italia», y que tuvo la oportunidad de conocer a Joaquin Phoenix y Pedro Almodóvar, entre otros. «También conocí a Björk pero, bueno, cambiemos de tema», se ríe.
Entonces encara un pequeño monólogo que cierra la nota y que la define. «Mirá, estoy contenta. Tengo tanto por hacer. Además, necesito trabajar, cantar. No doy clases de nada, me produzco todo. Este laburo es muy autorreferencial. A veces estoy asqueada de mí. No quiero subir más videos míos, no quiero subir más fotos. Entré en crisis millones de veces. Pero a su vez siento que di un tremendo salto cualitativo. Encontrar el amor es lo mejor que me pasó en la vida. Me siento apoyada por Lucrecia: me da claves, me exige, me admira. Estoy en llamas. Es la vida. No tengo plan B».