De cerca | LEONARDO SBARAGLIA

Los caminos de la vida

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Bárbara Schijman

El actor evoca las experiencias que marcaron su carrera en el cine, el teatro y la tele. La profesión, el público y la identidad. Proyectos y desafíos. 

Foto: Foto: Juan Quiles/ 3Estudio

«Estoy muy entusiasmado con la guitarra, aprendiendo. Siempre me gustó cantar; me encanta la música, y siento que voy descubriendo un montón de cosas en relación con eso. Soy consciente de que estoy aprendiendo a caminar, pero bueno, la voy a sacar caminando», comienza Leonardo Sbaraglia. Y lo que viene a continuación es una charla con el verbo aprender como presente y horizonte.
El actor es uno de los más reconocidos de Latinoamérica. Desde La Noche de los Lápices a esta parte, encarnó un sinfín de personajes en cine, teatro y televisión. En la pantalla grande participó de éxitos como Tango feroz, Caballos salvajes, Cenizas del paraíso, Plata quemada, Relatos salvajes, Hoy se arregla el mundo, El gerente y la lista sigue. En tevé se lo recuerda por ciclos como Clave de sol, Epitafios, Dos lunas, El hipnotizador, Félix, entre otros. Participó además de las series Maradona, sueño bendito y Todos mienten. En la cartelera porteña estrenó obras como En la soledad de los campos de algodón, Closer y El territorio del poder, entre otras.
Consagrado en la Argentina y el exterior, Sbaraglia piensa lo que dice y dice lo que piensa, tal vez porque no le agrada «contestar en automático». Reflexivo, gesticula y antepone una mirada que convoca a corroborar que sus palabras están en sintonía con lo que siente. Consecuente con un estilo, a lo largo de sus 37 años de profesión recibió una gran cantidad de reconocimientos, entre ellos, el Premio Konex de Platino (2021) al Mejor actor de cine década 2011-2020, «el más importante» que le han dado, dice.
¿Cómo describirías tu momento actual?
–Es un momento precioso a nivel personal, en el sentido de que estoy aprendiendo y muy abierto a seguir aprendiendo un montón de cosas, sobre todo a seguir registrando cuestiones. Para mí la profesión fue muy importante siempre: del uno al diez, diez, más importante no pudo haber sido. La profesión sigue teniendo ese valor pero por encima de eso está lo personal y la posibilidad de aprender. Creo que he ido cambiando un montón a lo largo de mi vida. Sobre todo, lo que me interesa es poder estar cada vez más contento conmigo mismo, con mi vida íntima, cotidiana. Siento que desde tan chico me ocupé tanto de la profesión que es como si hubiera tapado muchos huecos. Ahora me estoy haciendo cargo de esos huecos, como si estuviera enfrentándome a todos esos lugares que quizás antes no tuve el valor, el tiempo o la dedicación de encarar, que antes no me parecían importantes y ahora me resultan vitales.

En alguna oportunidad dijiste que durante mucho tiempo te costó disfrutar de la vida. Se me ocurre que algo de esto tiene que ver con lo que contás.
–Sí, claro. Hace muchos años ya que la estoy pasando cada vez mejor. Y no es que no la pasaba bien antes, porque he tenido una vida hermosa y gente a mi alrededor que ha sido muy amorosa conmigo y creo que también he sido generoso con la gente con la cual he compartido tantos años. Lo que pasa es que ahora, sobre todo más de adulto, estoy aprendiendo a disfrutar. La madurez me ha llegado con eso supongo, con el disfrutar de la amistad.

«Me interesa estar más contento con mi vida íntima, cotidiana. Siento que me ocupé tanto de la profesión que es como si hubiera tapado muchos huecos.»

Viviste muchos años en España pero elegiste volver a la Argentina. ¿Cuánto han tenido que ver los vínculos en la decisión?
–En 2008 empezamos a volver y en 2009 terminamos de instalarnos acá. Siempre estaban las ganas de volver. Mi hija nació en Madrid, en 2006. Nunca me había imaginado creciendo o haciéndome grande, viejo, en otro país que no fuera la Argentina. En ese momento tanto a Lupe, la mamá de mi hija, como a mí, nos pasó que no podíamos imaginarnos no compartir la crianza de nuestra hija con los abuelos, con los tíos, con otros pares nuestros. En España me costaba encontrar gente que estuviera en la misma que nosotros para compartir esa crianza. 
En ocasiones la identificación se vuelve vital. ¿Pasó algo de eso?
–Sí, se sentía inevitable volver y compartir y estar. Cada vez que volvíamos disfrutábamos mucho de estar acá, con la familia, de estar en nuestra casa real. Mucho tiene que ver con la identificación con el lugar al que uno pertenece. Esto no le quita ningún valor a todo lo que me han dado en España y todo lo que me siguen dando. De hecho, mi representante desde hace 27 años es español, y es un hermano. Tengo un montón de amigos, mucha gente muy querida y muy cercana. Me parece que fue una gran decisión que mi hija se criara acá. Me gusta mucho esta ciudad, me gusta donde vivo, me gusta este lugar.

Fiel a su estilo. Consagrado en el país y el exterior, Sbaraglia piensa lo que dice y dice lo que piensa.

Foto: Juan Quiles/ 3Estudio

¿Qué es lo que más te gusta?
–Mi situación es muy especial y privilegiada, pero creo que lo que tiene de lindo este país es que hay muchas cosas que todavía no dependen del mercado. Obviamente estamos dentro de un sistema, pero en la Argentina el hecho de haber tenido una universidad pública, una educación, son cosas y valores que se hacen invisibles para los que vivimos acá, pero son muy visibles de pronto. Hay algo que a nivel cultural es hermoso: la cantidad de apasionamiento teatral que hay, de apasionamiento cinematográfico. Lo que siempre es una referencia para mí es la cantidad de gente haciendo cosas increíbles desde el punto de vista de la investigación, de la experimentación, y no solamente en el terreno cultural sino en muchos ámbitos. Como si fuera algo de la identidad del argentino y la argentina, algo muy de acá.
Si hicieras un recuento de todos estos años de profesión, ¿qué imágenes aparecerían primero?
–Son un montón de cosas, tantas que uno ha vivido… No tengo un ejercicio de mirada retrospectiva. Voy avanzando y más que nada es como si asociase mucho los trabajos con mis momentos personales. Y los trabajos también afectan obviamente mi momento. En La Noche de los Lápices yo era uno, en Clave de Sol, otro. Después fue la etapa del Payró, después Caballos salvajes, toda la etapa con Piñeiro, después fui a España y después fue mi vuelta. Esos son un poco los bloques. Y de España ya pasaron 22 años: me fui en el año 99 y estuve casi diez años viviendo ahí. La vuelta fue muy linda porque fue como unir todas las partes.

«Me estoy animando a mirar, no diría al infierno, porque es una palabra muy cargada y muy fuerte, pero hay algo de eso: a aquello que está en la sombra.»

Algo de esto último se percibe en El territorio del poder, donde se conjugan en una suerte de síntesis el actor que interactúa con el público con un Sbaraglia por momentos muy personal. ¿Qué significa este trabajo para vos?
–Sí, como si la parte más personal se valiese de las herramientas que fui aprendiendo o que ya están en mí. El territorio del poder no solo es importante por lo que cuenta sino que es un soporte para mi ejercicio, para mi prueba. Es como si estuviera totalmente suelto en ese presente del escenario. Es espectacular lo que me sucede ahí, me da toda una relación conmigo mismo incluso y una verdad que no tenía antes. Me ha ayudado mucho.
¿A qué te referís con una verdad que no tenías?  
–Es como si uno al mirar a la gente también estuviera más dispuesto a mirar más allá. Muchas veces hasta le tenés miedo al público, y al mismo tiempo lo amás, lo necesitás. Pero es como si a veces le tuvieras un poquito de miedo o demasiado respeto. En ese sentido no es que me subo al escenario y digo «ah, la voy a romper, van a ver ahora». Me estoy animando a mirar, no diría al infierno, porque es una palabra muy cargada y muy fuerte, pero hay algo de eso: el infierno para mí es aquello que está en la sombra. Entonces poder animarse a mirar lo que está en la sombra, o sea lo que uno menos tiene ejercitado, lo que menos ilumina de uno mismo, lo que uno muestra menos. Y creo que cuando uno mira eso también está mirando su propia sombra. Muchas veces cuando uno dice «ese tipo no me cae bien», en realidad hay algo propio ahí. «No, a ese no me lo banco». Y no te lo bancás porque hay algo tuyo ahí que no te estás animando a poner en juego. Soy un tipo que me recontra psicoanalizo, hago todas las terapias, acupuntura, constelaciones, registros de no sé dónde, astrología, pero fundamentalmente la guía y la base siempre ha sido el psicoanálisis. Me he analizado toda la vida.

«Hay que sostener los propios valores, tampoco poner la cabeza para que te la corten pero no dejar de ser quien uno es y defender las cosas que uno piensa.»

¿Cuánto te permiten el respeto por el público y esa porción de miedo mantener los pies sobre la tierra?
–En el momento en que creés que estás asegurado en algo me parece que estás frito. Esta profesión tiende mucho a que te la creas. Porque enseguida te ponen un micrófono, decís dos boludeces más o menos interesantes y ya parece que sos inteligente. Hay que estar muy atento. Soy consciente de que he pasado momentos en los cuales, casi sin darme cuenta –y tampoco eso quiere decir que haya sido dañino para mí ni para nadie– de pronto un poquito me la creí. No sirve para nada: es totalmente involutivo, no hay crecimiento ahí, está todo detenido. En el momento en que te la creés dejás de investigar, de generar crisis en tu pensamiento, en tus emociones.
Solés manifestar tus ideas sin tapujos cuando se te pregunta por política. ¿Le temés al encasillamiento o al qué dirán?  
–Me parece que es un valor seguir sosteniendo los propios valores. Hay una especie de buena prensa para la despolitización; de hecho, hay partidos políticos donde no hay políticos, son empresarios, gente que no ha tenido ejercicio de la política sino que viene de otro lado. Creo que hay que sostener los propios valores, tampoco poner la cabeza para que te la corten pero no dejar de ser quien uno es y defender las cosas que uno piensa.

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