El director artístico del Centro Cultural de la Cooperación presenta su quinto libro, Públicos y privados. La búsqueda individual de la belleza y su pasaje, a través de la palabra, a la esfera de lo colectivo. La mujer, la patria y otras fuentes de inspiración. El lugar del escritor en el mapa actual.
8 de agosto de 2018
En el sexto piso del Centro Cultural de la Cooperación, Juano Villafañe deja por un rato los llamados telefónicos, los mensajes, indicaciones y demás tareas diarias como director artístico para hablar de su quinto libro de poemas, Públicos y privados. A partir de ahí, desgrana una reflexión sobre el oficio de poeta y el lugar de la poesía.
–¿Por qué lo público y lo privado?
–Encontrar el sentido de lo público y de lo privado y considerar sus diversas relaciones ha sido la base de una experiencia poética constante. El mundo de la privacidad para mí nace en la infancia: es un momento clave. Además, tuve la suerte de vivir en una casa donde el teatro, la música, las artes plásticas y la poesía estaban en el centro de todas las cosas. El lenguaje adquirido está asociado a los recuerdos de aquellas aventuras del juego con la naturaleza y las artes. Son recuerdos en flotación permanente. Lo privado remite a ese aprendizaje original, particular, subjetivo. En cambio, lo público implica de alguna forma comenzar a socializar ese estado de lo privado. Existe un impulso muy grande en ese desplazamiento, que implica poner en contraste las propias palabras con las de los otros. Por eso, para mí, la poesía en el pasaje de lo privado a lo público y de lo público a lo privado, se transforma en traducciones continuas de lo poético. Encontrar una frontera múltiple entre lo privado y lo público alimenta mi escritura. Esas tensiones entre el ser, el estar y las multitudes permiten grandes vértigos, te imponen giros poéticos constantes.
–¿Cómo pensás al sujeto, al poeta?
–El poeta crea su propia lengua dentro de la lengua aprendida. Siempre existe un trabajo privado con el lenguaje. El propio acto de poetizar es esencialmente una fidelidad con la vida de uno. Y aquella concentración tan particular para elaborar un poema, aquella dureza que se esconde como energía en lo escrito, pasa a colectivizarse: lo bello individual se abre a la contemplación pública, pero el flujo de los signos sigue emanando del objeto creado por quien se asume como trabajador de la palabra. Lo público nace con las lecturas de los poemas editados. Allí se completa un proceso que adquiere un ímpetu muy particular, porque el propio poeta se multiplica y se instala dentro de los lectores, y surge una nueva experiencia poética, que se vuelve a traducir en poesía. El poeta vive siempre ese contraste permanente entre lo público y lo privado, que en mi libro también se transformó en una propuesta temática.
–«Lo clandestino», ¿es espacio de intimidad, de secreto?
–Lo clandestino es el estado al que uno recurre para defenderse de los lenguajes abrumadores de las multitudes. Uno, luego de andar por la vida, por la calle, vuelve a refugiarse en su propio escritorio donde se cultiva esa intimidad secreta. Pero el secreto siempre necesita un cómplice. Es el propio lenguaje el que acepta esa complicidad dentro de un pacto privado. Como si uno acordara con el lenguaje jugar hasta las últimas consecuencias, es en ese estado de la coronación privada donde aparece el espía, el que termina denunciando la culminación del poema. El que devela el secreto es el propio poeta y, a la vez, el propio poeta es un gran misterio. Por eso existen los lectores asombrados que pasan a completar la experiencia poética. «Yo es otro» decía Rimbaud. Uno siempre es los otros y a la vez es otro, y a la vez es uno mismo.
–¿Qué lugar ocupa «el otro»?
–Para mí «el otro» es el que termina desencadenando la búsqueda, «el otro» en esa dimensión rimbaudiana o «los otros» en la dimensión martiana. En una de las interpretaciones posibles, «el otro» o «los otros» serían los que leen al poeta. Pero también forman parte de un juego contradictorio permanente. Se trata del típico desdoblamiento, el poeta se tiene confianza y a la vez desconfía de sí mismo. Hay una relación parecida al juego entre lo público y lo privado, entre ser uno mismo y ser a la vez los demás. Pero por otra parte el poeta aparece siempre en un acto autorreferencial: el que mira el mundo es el propio poeta, que observa lo que ocurre detrás del ojo de la cerradura.
–Hay poemas donde la mujer ocupa un lugar esencial. ¿Son poemas de amor?
–Últimamente he comenzado a preocuparme un poco por este tema. Antes estaba en la naturaleza del sentido de la escritura, no lo digo por machismo: el poeta también escribe para las mujeres y, más aún, la poesía te permite conocer mujeres. Claro que existe una lírica que le canta a la mujer. Hace poco escribí un poema que he titulado «La mujer parecida a mí», inspirado en un cuento del escritor uruguayo Felisberto Hernández. Quizás haya una actualización de época ante los problemas de género o directamente sea una avivada mía. Pero empecé a pensar en ese desplazamiento y a sentir la profunda necesidad de que una mujer me dedique un poema frente a un vaso de vino. Te cuento que hasta he cantado serenatas en la búsqueda del último nocturno, que como ocurre siempre pasa a ser el anteúltimo nocturno, «porque hay un puerto y otro puerto y otro tal vez mañana», como decía Tuñón. El escritor colombiano Jaime Echeverri ha escrito un cuento donde narra la historia de las serenatas que cantábamos en Bogotá. Era un acto público de poetización del canto y era notable cómo la mujer salía al balcón: un ritual teatral y amoroso increíble. Respondo a la pregunta, son poemas de amor, pero a estas alturas uno también espera que le canten a uno.
–También surgen los padres, ¿has rescatado imágenes, enseñanzas, legados?
–Como dice el dicho popular, uno no elige a los padres. Pero si los hubiera podido elegir, serían ellos los preferidos. Tuve la suerte de nacer y vivir dentro de un teatro: la casa era un gran teatro. Siempre lo cuento, había un escritorio, un taller de artes plásticas, una sala de música con un organito, una casa de campo con vigas altas donde se colgaban títeres de todo el mundo y muchos cuadros, bibliotecas infinitas. Mis padres hacían reuniones donde concurrían Miguel Ángel Asturias, Emilio Pettoruti, Olga Orozco, Enrique Molina, Antonio Berni, Hamlet Lima Quintana, Ariel Bufano. Se hacía teatro, se recitaba poesía. Los asados podían durar hasta tres días seguidos. Crecí en ese mundo artístico y dentro de un barrio muy popular. Mis padres eran muy queridos por los vecinos, humildes trabajadores del entorno urbano, emigrantes de las provincias argentinas. En ese clima viví la resistencia peronista, de la cual en ese momento no era muy consciente: recuerdo que nadie podía hablar en el barrio de los campeonatos Evita, pero los campeonatos se hacían igual. Yo jugaba todos los días al fútbol y visitaba a mis amigos, sus padres tenían la foto de bodas junto a las imágenes de Perón y Evita. Todo era una gran extrañeza. Y la poesía, la música, el arte, abundaban en el interior de un barrio de trabajadores y trabajadoras. Mis padres estaban integrados a ese mundo.
–Además del tiempo, está el espacio: la ciudad, el río, el Paraná. ¿Es un modo de pensar la patria?
–La patria es la infancia, no digo nada nuevo. Mi casa estaba atravesada por un arroyo que desembocaba en el río Reconquista. La patria era también el río, la proximidad con el Delta y el Paraná. No muy lejos se alzaba la gran Ciudad de Buenos Aires. Para nosotros, la patria, para referenciarla de alguna forma, estaba del otro lado de la frontera: para llegar había que cruzar el río, que era una frontera natural. La ciudad, al principio, no representaba necesariamente la patria. Menciono este sentido de lo geográfico para reconocer la identidad de los mundos rurales donde uno vivía. La ciudad, con el tiempo, también pasó a ser parte de la patria, que en definitiva es algo que uno construye desde el pasado y desde cada presente. Al vivir del otro lado de la frontera o del otro lado del río, se está indicando un lugar alejado de los centros urbanos. Por eso yo he trabajado mucho en mi poesía esos contrastes tan típicos que tiene la provincia de Buenos Aires. Regresar a la patria también es regresar al río.
–¿Cómo ligaste erotismo y multitud?
–No hay multitud sin erotismo. La atracción y excitación de las multitudes es muy grande. En este sentido, el trabajo de reconocimiento de esos estados de atracción se asocia a una erótica del lenguaje y las representaciones. El lenguaje permite que arribemos a lo erótico. Hoy vivimos un estado paradojal entre lo erótico y lo posterótico. Todo se ofrece como erótico: el dinero, el poder, el amor. El mercado trata de reivindicar su propia erótica constante para vendernos nuevas mercancías excitantes. Todo ha pasado a ser erótico, entonces, ¿qué es lo erótico? Creo que la poesía y el lenguaje pueden trabajar apropiándose del auténtico erotismo en los distintos estados de los cuerpos, sea en la soledad o dentro de las multitudes.
–¿Cómo concebís el trabajo del poeta en la actualidad?
–El oficio del poeta sigue siendo el mismo. Pero sí se puede observar un gran cambio en el uso de los soportes: del papel hemos pasado a la pantalla electrónica. Internet permite que todo usuario sea un editor y difusor de su propia obra. Esta condición ha generado una gran inflación literaria, se han modificado mucho los campos de legitimidad. El desconocimiento del autor o la reivindicación del postautor tensionan una vez más el sentido de lo poético como construcción subjetiva. En este aspecto, la batalla la estamos ganando los que trabajamos en las pantallas electrónicas, pero también sabemos dibujar en el aire y tocar los cuerpos y las palabras con nuestras propias manos.
Fotos: Juan C. Quiles/3Estudio