26 de agosto de 2015
Vive su debut teatral con una mezcla de temor y entusiasmo. Andy Kusnetzoff repasa sus experiencias en radio y televisión y dice que, a los 44 años, llegó la hora de apostar por la renovación.
Andy Kusnetzoff es un torbellino. Va de aquí para allá. Dice que está nervioso y entusiasmado. «Tengo un cagazo de novela», sintetiza. Kusnetzoff recibió a Acción en el escenario de la palermitana Sala Siranush, donde acaba de debutar con su unipersonal Happy hour. Inquieto, de a poco va tanteando el terreno teatral, que le resulta bien distinto al radial, ese que conoce al dedillo. «Puedo tener toda la experiencia y la confianza en la radio, pero para esto mi background no sirve para nada», dice, mientras señala el escenario.
«Yo puedo hablar horas frente a un micrófono, sentado en el estudio de radio Metro, pero estar acá, parado y mirando a la gente es otra cosa, algo radicalmente distinto. No digo que sea difícil, sino que me refiero a la dificultad de lo diferente. Me encantaría decirte ahora mismo que domino el miedo que siento, pero lamentablemente no puedo», sonríe inquieto el histórico conductor de Perros de la calle, que tuvo su bautismo teatral luego de sus incursiones televisivas en Graduados y Viudas & Hijos del Rock & Roll.
–¿Por dónde pasa el miedo?
–Por dónde no pasa, diría. La exposición, el hecho de invadir otro terreno, la necesidad de querer hacer un buen laburo y también la necesidad de aceptación de otro público. Es un combo de cosas lo que genera miedo, pero también estoy acá, dispuesto a superarlo. Hay que salir de la cómoda, de la fácil y sentir un poco de necesaria incomodidad.
–¿La obra fue una iniciativa tuya?
–Sí, hace varios años que tengo ganas de llevar algunas ideas al teatro, pero no prosperaba. Todo empezó cuando vi la obra El hombre vertiente, muy poderosa visualmente. Ahí fue cuando me junté con su hacedor, Pichón Baldinú, para armar un borrador. No lográbamos redondear y lo fui postergando, hasta que se me prendió la lucecita con Hija de Dios, el unipersonal de Dalma Maradona que dirigió con calidad Erika Halvorsen. Pasó un tiempo y la fui a buscar a Erika para ver qué podíamos hacer juntos. Y después de un montón de encuentros, acá estamos. Esta vez llegué a buen puerto.
–¿Y de qué va Happy hour?
–No tengo la más puta idea. No, en serio, es difícil de explicar, pero lo resumo así: es un viaje a la felicidad y yo la juego de barman. Hice un guión al que le dio forma Erika, la directora. En ese material hablo de temas varios como la coctelería, historias personales, la neurociencia y la búsqueda de la felicidad. Y de esa melange salió Happy hour.
–¿Sería una obra de autoayuda?
–Bueno, algo de autoayuda puede haber, pero no es el punto. Diría que es una comedia dramática, emocional y psicológica. Es un poco de sustento científico con bastante de informalidad. A grandes rasgos, tiene humor, música, tragos y melancolía, cuatro aspectos que tienen que ver conmigo.
–Si bien ya hemos visto algo en televisión, ¿se defiende el Andy actor?
–Sí, me defiendo, pero soy maleta para moverme. Igual, estudié, no soy un improvisado. Estuve 10 años con Julio Chávez, algo me tiene que haber quedado… También hice un curso de clown para superar las dificultades básicas.
–Recién hablabas de melancolía, ¿sos melancólico?
–Me siento así cuando me conecto, cuando me sensibilizo con alguna cuestión. No es lo mismo la tristeza que la melancolía. El triste no sale, el melanco sí.
Algo más
Los desafíos y las novedades, dice Andy, lo estimulan. «Soy un tipo al que, más allá del miedo ante lo nuevo y lo diferente, le gusta cada tanto pegar un volantazo. Hace bien para cambiar el ritmo interno», define. Su nuevo ciclo radial, Solo por hoy, va los lunes de 21 a 23 en FM Metro. ¿Puede escucharse como un giro en su rutina en el medio? «Más que de un volantazo, surge de una necesidad de conectarme con algo más íntimo, más personal que no podía hacer en Perros, donde tengo un equipazo. Pero a la noche es otra cosa, me puedo dar gustos como el de salir al aire manejando un taxi, subiendo a pasajeros anónimos y a otros conocidos. O como cuando junté a Dolina con Rolón y los tuve para mí, o la noche que vino Ricardo Mollo y tocó en el estudio. Son placeres indescriptibles, que van más allá de lo material».
–¿Por qué decidiste encarar ahora un programa así?
–Como decía antes, tengo inquietudes, necesidades de algo más. Y también porque me lo gané, porque conseguí el aval de la radio. Antes no me lo hubieran dado, no habrían confiado en mí.
–¿Cuán importante es tener la venia de la gerencia de la radio?
–Es fundamental, es clave. Para la obra de teatro también tuve el consentimiento de la radio, de Pablo Lette, el hombre fuerte de la Metro. Pero yo necesito que todas las partes se pongan de acuerdo, incluso Nicolás Artusi, el conductor de Su atención por favor, al que hubo que sacarle un día de emisión de su programa.
–¿La radio te avala para evitar que te achanches?
–No, no creo que piensen eso, ni yo tampoco lo hago. La Metro funciona sola, porque tiene una columna vertebral de profesionales que la componemos: Matías Martin, Juan Pablo Varsky y Sebastián Wainraich. Somos una familia, el formar parte de esta nave insignia ya es un estímulo, una necesidad, por eso no creo que piensen en el aburguesamiento.
–Tenés 44 años, ¿tu presente es el que querés tener, o padecés esa insatisfacción de los habitantes del medio?
–No, insatisfacción no siento. Yo hago lo que me pide el cuerpo y eso produce confort personal. Lo que hice como barman, el nuevo programa de radio, este unipersonal, me voy renovando, no me paralizo con la página en blanco.
–Cuando repasás todo lo que hiciste en tu carrera, ¿te sorprende?
–Hice mucho, ¿no? Hace 24 años que estoy laburando. Y aquí estoy, me costó llegar hasta acá, nadie me regaló nada y al principio, cuando arrancó Perros hace 14 años, fui muy criticado. Sabés lo que era tener a Mario Pergolini que te bardeara todo el tiempo… Pero salimos adelante y estoy orgulloso de todo el camino recorrido.
–¿Qué explicación tenían las críticas de Pergolini? ¿Envidia?
–No, no creo, porque yo me estaba metiendo en su terreno, pero bueno, Mario es muy particular. Hoy tenemos una relación respetuosa, cordial. No somos amigos, no vamos a cenar juntos, pero en nuestra memoria perduran vivencias de CQC que serán inolvidables.
–Antes de Perros de la calle tuviste una experiencia en AM.
–Sí, en Mitre, en 2001. De hecho, fui a la otra frecuencia para no tener que competir con Mario y, también, para aprender más del oficio. La AM era otra cosa, más dura, más intensa, otro mundo. Yo me crié escuchando AM. Me gustaban Magdalena Ruiz Guiñazú, Héctor Larrea, Guerrero Martinheitz, Fernando Bravo.
–¿Y cómo fue el debut en Mitre?
–Arranqué bien, con Tarde de perros, que fue la génesis de Perros de la calle, pero duró poco, porque llegó la volteada con la crisis de diciembre.
–¿Y cómo llegaste a la Metro?
–Se hizo un hueco porque Fernando Peña se iba a la Rock & Pop y apareció la posibilidad de ir a una radio nuevita, en la que ya estaba Matías Martin, también Ari Paluch y no me acuerdo quién más.
–Al principio, cuando Perros no lograba tener un lugar de pertenencia, ¿pensaste en abandonarlo?
–Sí, lo pensé. Era más chico, más impulsivo y me tenía ansioso no dar en la tecla. Por suerte, pude bancarlo y hoy es uno de los programas de la radio que tiene más personalidad.
–Con 14 años en el aire, ¿es un ciclo cumplido el de Perros de la calle?
–¿Ciclo cumplido? No, en absoluto.
–Suena terminante.
–Es que así lo creo. Hay que trabajar, hay que retroalimentarse, hay que innovar y no hacer la plancha porque si no, nos comen los tiburones. Por eso le estoy encima buscando alternativas, ideas nuevas, columnistas piolas, como los que sumamos este año: el Gato Gaudio, María O’Donnell y Eduardo Sacheri. Y antes la habíamos pegado con Martín Lousteau y Estanislao Bachrach.
–Mantenés la vara bien alta.
–Hago el esfuerzo porque me importa que el oyente esté enganchado, escuchando a gente que te hace pensar. Por eso soy terminante al decir que el ciclo no está cumplido. Es más, te redoblo la apuesta: siento que Perros está en su mejor momento, algo que también me da miedo.
–¿Beneficios y perjuicios de estar tanto tiempo seguido en la radio?
–No hay dudas de que son más los beneficios que los perjuicios, de lo contrario no seguiría. La radio me ordenó la vida, me disciplinó. Mi vida antes de la radio era un quilombo. En los tiempos de CQC, me iba a Estados Unidos, volvía, al otro día viajaba a Europa, volvía y me iba a otra cobertura. Estaba fascinado por lo distinto y variado del laburo, pero quemado a la vez. En cambio, ahora tengo un esquema, una rutina. Y tengo la obligación de estar al aire todos los días, a las 10 de la mañana, porque del otro lado hay gente que me está esperando, que me está sintonizando. Recién este año nos estamos tomando con el resto del equipo los feriados, pero yo no falté nunca durante 14 años.
Hombre de medios
Kusnetzoff acumula 24 años de trabajo y hace poco, en agosto pasado, se cumplieron 20 de aquella pregunta que, como movilero de CQC, le hizo nada menos que a Fidel Castro: «¿Para cuándo otra revolución?». No puede creer el flamante actor que hayan pasado dos décadas: «¡20 años! No puede ser. Eran tiempos en los que andaba de aquí para allá, recorriendo el mundo, viendo a las celebridades más importantes del mundo, viviendo las situaciones más impensadas, locas y delirantes», rememora.
–Como aquellos besos a Angelina Jolie en la alfombra roja.
–Inolvidables. Fueron en 2000. ¿Podés creer que los pibes hoy me felicitan en la calle por eso? Me cuentan que lo siguen viendo en YouTube y no lo pueden creer.
–¿Qué diferencias hay entre el Andy aquel y tu versión 2015?
–Hubo un crecimiento en lo que se refiere a conciencia social. Antes, de pendejo, a mí no me importaba mucho más allá de mí y de la nota que podía llegar a hacer. Hoy estoy muy pendiente de lo que puedo hacer por los demás, como esas movidas solidarias a través de la radio, que tienen una repercusión tremenda.
–La solidaridad se convertió en un puntal de Perros de la calle. ¿Cómo nació?
–Me pasaba por la cabeza hacía tiempo. Me decía: «Un montón de gente nos escucha, ¿cómo podemos hacer para capitalizar esa audiencia? ¿Cómo hacerla parte de una movida solidaria?». Y así fue que empezamos y la verdad es que estoy orgulloso de la audiencia que tenemos.
–¿Qué es lo que te da orgullo?
–La credibilidad. Que la gente que está del otro lado te crea, confíe. Estamos en tiempos en que nadie confía en nadie, entonces me estimula saber que, si me encolumno en una actividad solidaria, cuento con miles de personas dando una mano.
–¿La radio es el trabajo que más satistacción te da?
–A esta altura, Perros es una marca registrada de la radio. Ni hablar. Pero el laburo que más me formó, el que más me despabiló y el que más me enorgullece hasta ahora es Argentinos por su nombre (2007), con el que me recorrí todo el Conurbano. Me metí en los lugares más carenciados, en barrios muy pobres, en villas y me comprometí mucho con todo eso. Si yo hablo de pobreza sentado en un estudio de radio y luego voy a mi casa en Nordelta, uno pierde crédito. Para mí fue muy importante haber caminado y recorrido lugares muy marginales, como Fuerte Apache. Es fuerte, pero también es muy importante tener un concepto propio de eso y no saber por lo que te cuentan otros. Ahora me debo el conocer más el Interior, hablar con la gente, enterarme, que es como una asignatura pendiente.
–¿Ese es tu modelo de periodismo?
–Me gusta ser ese tipo de periodista. Como hace (Daniel) Malnatti, que se metió en el Tucumán profundo, por ejemplo. Lo envidié a él porque ese es el mejor periodismo: el presencial.
–Da la sensación de que tenés una relación distante con la televisión, de «toco y me voy».
–Es así, cuando hay algo interesante, que me movilice, hago televisión. Pero si no, ¿para qué? No me interesa ser famoso.
–Ya lo sos.
–Soy conocido, no famoso. Hace mucho que estoy en el medio, pero no soy un tipo que ventile su vida privada. Tampoco se me ve muy seguido en las revistas, ni tampoco subo mis fotos a Instagram. Pero para mí la tele tiene que servirle a alguien, que resulte un instrumento para que el otro lo capitalice. Cuando hice Extreme makeover, pensaba: «Si va mal de audiencia no importa, al menos le dejo una casa a alguien que la necesite». Y eso en algún aspecto me tranquilizó, me alivió.
–¿Sufriste el rating? ¿Hay mucha diferencia con la radio?
–Sí, son dos mundos opuestos. En la tele está el minuto a minuto que te carcome la cabeza. Son tiempos jodidos para hacer tele, hay mucha presión. En cambio, en la franja de la FM estoy mucho más relajado sabiendo que el programa genera y repercute. Pero no estoy loco mirando las planillas.
–¿Qué programas de radio escuchás?
–Escucho bastante AM, es ahí donde me informo más. Hago un zapping por todo el dial: desde Beto Casella en la Diez, pasando por Rial en La Red, Tognetti y el Gato Silvestre en Del Plata, hasta Víctor Hugo en Continental y radio Mitre. Trato de ser lo más plural y amplio posible para, luego, sacar mis conclusiones.
–Para cerrar, ¿podemos decir que estás en una etapa más osada, de animarte a cosas que antes eran impensadas?
–Me estoy sacando el corset. Tengo 44 años, ya es hora de que empiece a hacer lo que se me ocurra. Creo que estoy más dispuesto a arriesgar, ya es hora después de ser tan racional, demasiado cerebral.
–Una actitud que cambió a partir de Graduados.
–Sí, las cosas empezaron a cambiar a partir de 2012, cuando actué en Graduados y me pude sacar las ganas, porque se trataba de un proyecto que se venía postergando hacía 8 años. Creo que ese personaje, Dani Goddzer, fue el puntapié inicial para hacer lo que tenía ganas.
–¿Qué te mueve profesionalmente?
–Estoy más grande, más sereno y atravesando una etapa más de experimentación. De verdad ya no me mueve tanto tener un gran logro profesional.
–Vos hablás de la felicidad en Happy hour. ¿Existe?
–Depende de los parámetros, pero existe. No sé explicarla muy bien, pero sería algo así como disfrutar de lo que tenés sin descartar soñar con más.
—Javier Firpo
Fotos: Jorge Aloy