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Reconocida por sus películas, la directora debuta al frente de una obra teatral con la adaptación de una novela de Osvaldo Lamborghini. El personal recorrido de la cineasta, que va de la indagación documental en la historia de sus padres desaparecidos a la exploración del género pornográfíco.

No puede estar quieta. Desde que abre la puerta de su casa de Villa Ortúzar para la entrevista, Albertina Carri siempre está en movimiento. Prepara café. Lo sirve. Como está caliente, le pone un hielo. Enciende su cigarrillo electrónico con forma de pendrive. Llama a Tres, su perro negro cruza con galgo. Lo acaricia. Cuenta que se mudó en junio pasado, tras vivir varios años en el barrio de Saavedra. Está contenta porque la casa es luminosa, pero más lo está porque los estantes que forman su biblioteca coincidieron justo para trasladarlos de una vivienda a otra.
«¿Nos sentamos en el living o en el comedor? ¿Hacemos las fotos primero? ¿Hace calor acá? ¿Prendo el aire?», pregunta Carri, con una voz que bien podría ser la de una veinteañera y no la de una mujer con una vida intensa y una carrera artística prolífica. La mesa del living es ocupada por una agenda, una notebook y tres libros: Chicas felizmente casadas, de Edna O’Brien; Sangre, pan y poesía, de Adrienne Rich; y El sexo que habla, de Osvaldo Lamborghini. Sobre una mesa ratona hay una pila de cómics, un sombrero y la biografía de Osvaldo Lamborghini escrita por Ricardo Strafacce, con marcadores en distintas partes del libro.
–Estás leyendo mucho a Lamborghini.
–Sí, es que estoy dirigiendo Tadeys, una obra basada en una novela de Lamborghini. Hicimos la dramaturgia con Analía Couceyro y ya empezamos los ensayos. La vamos a estrenar el 11 de abril en el Teatro Cervantes. Estoy con ese proyecto, por eso leo mucho a Lamborghini y sus alrededores.
–¿Se puede contar de qué va a tratar la obra o entraríamos en el terreno del «espoileo»?
–Nunca me molestó que me espoileen las películas. Cuando alguien está a punto de contar algo y me dice «¡nooo!, que te la voy a espoilear», yo le digo «contame». Porque cuando una película es espoileable, quiere decir que no está buena. Con la literatura pasa lo mismo: cuando un libro es bueno, es medio incontable. Puedo contar más o menos de qué se trata, pero no le voy a hacer justicia al texto. Lamborghini en sí mismo es una experiencia y esta novela particularmente es compleja, porque es una obra póstuma. En realidad, dicen que es una novela inconclusa que escribió en Barcelona, muy interesante. En la obra actuarán Diego Capusotto, Javier Lorenzo, Iván Moschner y tres jóvenes actores muy buenos pero desconocidos. Se va a dar en el Salón Dorado del teatro y va a contar con una parte audiovisual de la que voy a estar a cargo.

Prolífica sin etiquetas
El año pasado, Carri cumplió 25 años como cineasta. Si bien fue en 1998, tras haber estudiado guion en la Fundación Universidad del Cine, que comenzó a trabajar en su ópera prima, No quiero volver a casa, que estrenó dos años después y compitió en los festivales de Róterdam, Londres y Viena, entre otros, desde sus tiempos de estudiante secundaria que venía incursionando en el mundo audiovisual.
Como el cine es un arte pero también un oficio, trabajó como camarógrafa, montajista y productora antes de ser directora. En 2001 dirigió y produjo los cortometrajes de animación Aurora (relato con fotografías la historia de una mujer que se enamora de una quesera) y Barbie también puede estar triste, un melodrama pornográfico protagonizado por la famosa muñeca símbolo de la belleza hegemónica.
El estreno de Los rubios, en 2003, marcó el despegue de su carrera como realizadora. En el documental, Carri explora la biografía de sus padres, Roberto Carri y Ana María Caruso, desaparecidos por la dictadura en 1977. Con fotos, muñecos, actores y testimonios reales, bucea en la memoria de aquel momento, que marcó su vida cuando tenía apenas 4 años.
Escribe de a ratos, lee en otros e imagina para luego crear y hacer. Siempre hacer, como en 2003, que además de Los rubios también dirigió el cortometraje Fama. Más tarde llegarían Géminis, su tercer largometraje, presentado en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes; Urgente, escrito y dirigido junto con Cristina Banegas; La rabia, con el que ganó el premio a Mejor Directora en el Festival de La Habana; y Cuatreros, que indaga en la vida de Isidro Velázquez, una especie de Robin Hood chaqueño, a partir de los textos de su padre, el sociólogo Roberto Carri.
Por último, el año pasado estrenó su obra más irreverente, Las hijas del fuego. La producción, que ganó la Competencia Argentina en el BAFICI, cuenta la aventura de tres mujeres que se cruzan por azar en el fin del mundo e inician un viaje poliamoroso que las transforma, hasta devolverlas a su ciudad natal siendo otras. Las protagonistas sufren frente al orden establecido, frente a lo irreversible de la pasión y frente a lo utópico de un amor único.


–Si se revisa tu carrera desde Los rubios hasta Las hijas del fuego, cada película no tiene nada que ver con la anterior, ni en la temática ni en la narrativa. ¿Se trata de un desafío artístico y personal?
–Apenas terminé el secundario, empecé a estudiar cine y a trabajar en películas. Y siempre es una relación que se renueva y es una búsqueda permanente. No es algo que puedo decir que es lo que sé hacer y lo hago, no hay algo sistemático y eso es lo que más me entretiene y lo que más me gusta. Por eso me sigo quedando en el cine, porque me permite crecer, aprender, investigar nuevos temas. En el caso de La rabia me puse a investigar sobre autismo; en Géminis, sobre incesto; he leído sobre memoria y dictadura por lo menos hasta el 2000 y pico, en un momento dejé de leer porque necesitaba cambiar de tema.
–¿Para la última película te metiste de lleno en el género pornográfico?
–La pornografía es un tema que me interesa muchísimo, si bien ahora hice una película porno, hace 18 años hice un corto porno, Barbie también puede estar triste. Esa movilidad de temas me entusiasma, me genera curiosidad con el mundo. También lo que me sucede con el cine es que me parece una gran herramienta para interpretar y, como cada tema es distinto, necesita diferentes formas de expresión. Si bien siempre fue dentro de lo que se llama audiovisual, no creo que el cine sea esos formatos estándares que se enseñan ahora.
–¿Se puede decir que Las hijas del fuego es porno feminista?
–Creo que sí, es porno feminista porque toma mucho del feminismo en ese punto. Como género en sí mismo no sé qué es, lo que sé es que la enmarco dentro del género pornográfico porque me interesa discutir con un género que es claramente cinematográfico. Es una película que de algún modo deconstruye el género pornográfico, por eso algunas veces es leída como que no es porno, porque el porno justamente es otra cosa. Eso tiene de bueno el cine, que según el contexto en el que uno lo mire se puede resignificar el mensaje de la película. Igual Alfred Hitchcock decía que los mensajes los llevaban los carteros, no las películas: no hay que pedirle eso al cine.

Milagro en pantalla
Entre La rabia y Cuatreros pasaron casi 10 años, en los que Carri no dirigió ningún largometraje. Ese tiempo lo dedicó a la crianza de Furio Carri Dillon Ros, hijo que tuvo con la periodista Marta Dillon y el diseñador gráfico Alejandro Ros. «En ese tiempo hice series de televisión, pero, por diversas razones, tuve una especie de crisis y dije “no hago más cine, voy a pensar qué quiero hacer”», recuerda. «Hasta La rabia venía muy prolífica y me cansé un poco, me pregunté para qué seguir haciendo cine y supongo que también tuvo que ver mucho la maternidad».
–¿Encontraste la respuesta de para qué seguir haciendo cine?
–No, para nada. Puedo decir que entendí algo, que el que me interesa hacer es un cine que está en estado de búsqueda, en estado de emergencia y que también se piensa a sí mismo. Hay un cine hegemónico que directamente no miro desde hace varios años. Más allá de eso, las imágenes crean realidad a esta altura del siglo, entonces lo que me interesa es lo que decía Godard: «El cine de lo invisible». Ahí sí vale la pena.
–¿Dónde se centró esa búsqueda de la que hablás con tu última película?
–Lo que me pasa con Las hijas del fuego, más allá del porno y de si fue más o menos interesante hacerla, es que ese cine a mí me significa como persona. Se trata de ponerme a hacer una película, lo que me interesa es que hace visible imágenes que no están disponibles y Cuatreros, que es la anterior, también, a pesar de ser una película hecha con archivos. Entonces, cuando pasan esas cosas me parece que vale la pena, pero es difícil que ocurra. Es como el amor: es medio milagroso. La verdad es que pienso al cine en términos artísticos, no me puedo proponer hacer una película por año y que me salga.
–¿Una película está atravesada por la subjetividad de quien la cuenta?
–Por supuesto, siempre es subjetivo, siempre es un recorte. Dirigir cine es un acto totalmente egocéntrico y burgués, lamentablemente: el arte es burgués en sí mismo. Por suerte cada vez son más democráticos los recursos técnicos y tecnológicos, aunque hay determinado tipo de cine que para mí también es inaccesible.
–¿En qué estás trabajando en este momento?
–Estoy con Los extraños de la montaña helada, que es la adaptación de una novela llamada Pictopia. Es una película que está en preproducción permanente, porque la estoy trabajando desde hace ya varios años. Es una historia de pueblo chico, una relación afectiva entre el deforme del pueblo y una niña. Es un paisaje nevado, pero no filmé mucho en la nieve, es una fantasía para mí. Espero terminarla para 2020. Además estoy escribiendo una película que no sé cuándo se hará, porque no es algo que en definitiva decida yo.
–¿Cómo te manejás con la financiación, teniendo en cuenta los recortes en el INCAA desde la llegada del macrismo?
–No soy una referencia en ese sentido, porque todas mis películas son muy particulares y tienen producciones muy diferentes. Las anteriores se financiaron todas con subsidios del INCAA, pero también en coproducción con Francia, Alemania, Estados Unidos. Soy una de las pocas personas que tiene esa rareza: una coproducción con Estados Unidos que fue con Los rubios. Entonces fueron siempre caminos muy particulares. En el caso de Las hijas del fuego, fue la primera película que hice por fuera del INCAA de las seis que llevo hechas.


–¿A qué se debió en este caso?
–Fue una decisión que tomamos con el equipo por diversas razones. Una es que no queríamos ser parte de ninguna institucionalidad, porque no teníamos ganas de discutir sobre formatos y formas. Realmente teníamos que encontrar la película en el camino, espacio que las instituciones no te dan.
–Para estar produciendo y creando permanentemente, ¿tenés una metodología de trabajo?
–Lo que pasa es que mi trabajo es muy inestable en ese sentido: a veces estoy en pre-producción, a veces en rodaje y a veces todo junto a la vez. Es un arte organizar mi día. Cuando escribo sí me pongo horarios y fechas, si no, no termino nunca más.
–¿De dónde parte una idea para que después se transforme en una película?
–De pensamientos que no puedo resolver o que tengo ganas de expresar. En el caso de Las hijas del fuego, no sé si hay un pensamiento tan directo, pero la deconstrucción del género pornografico me interesa particularmente, porque siento que es la apropiación del deseo y que es un deseo que no me representa. Entonces, en ese punto, me interesaba hacer una película como la que hice.

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