De cerca

«España es un país anormal»

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Historia y literatura se conjugan de manera particular en la obra de Almudena grandes, con una serie de libros que revisan las cicatrices que dejaron la Guerra Civil española y el franquismo.

 

(David Fernández)

Cuando la escritora Almudena Grandes presentaba en 2007 El corazón helado, su primera novela relacionada con la Guerra Civil Española, la gente que se acercaba a pedirle una firma le decía a menudo «¡Qué valiente eres, Almudena!». Y es que en España la transición política que llevó la dictadura hacia la democracia marcó una pauta que duró mucho tiempo: la sociedad prefirió silenciar retazos de historia de aquellos años de conflicto, que empezaron con la lucha en el frente (1936-1939) y continuaron durante toda la posguerra (hasta 1975).
Después de aquella primera novela, Almudena continuó escribiendo sobre ese pasado reciente y ahora, 7 años más tarde, publica Las tres bodas de Manolita (editorial Tusquets). Es el tercer volumen de la colección Episodios de una guerra interminable que, como los dos libros precedentes y los otros tres que en el futuro completarán la serie, cuentan la vida cotidiana de la población en ese período de odio y miseria (de 1939 a 1964), basados en hechos reales.
De todo eso habla con Acción esta mañana en Buenos Aires: con la misma soltura en el discurso que le permite escribir obras de cientos y cientos de páginas, esta madrileña a quien abrigan lectores y crítica desde hace lustros, charla con su voz gruesa sobre lo aprendido en estos 12 años de investigación intensiva.
–Tres historias reales te inspiraron para la escritura de Las tres bodas de Manolita.
–Sí, son tres historias que descubrí y me obsesionaron. Una de ellas es la de las bodas que se hacían en Porlier, que era la más grande de las 36 cárceles que había en Madrid al terminar la guerra. Allí había un cura que lucraba con la desesperación ajena, porque bajo la forma de «bodas» vendía a los presos estos encuentros que eran carísimos: el precio de los vis-à-vis era brutal, costaban 200 pesetas, el equivalente al sueldo de un mes de un obrero especializado, además de un kilo de pasteles y un cartón de tabaco. Por todo eso tú podías comprar una hora de encuentro en un cuarto sin muebles. Y se hacían cinco «bodas» diarias todos los días de la semana. Esto lo contó en un libro muy bonito la famosa comunista y feminista Juana Doña, que se casó, entre comillas, dos veces con su marido en Porlier cuando tenía 21 años. Él era un chico de 24 años al que condenaron a muerte y al que fusilaron en mayo de 1941. Cuando leí esta historia me pareció tremenda, tenebrosa y romántica a la vez. ¿Qué podrían decirse un condenado a muerte y su mujer, durante la última hora de vida? ¿Qué podrían hacer? ¿Cómo se tocarían? Me pareció salvaje y decidí que iba a contarlo.
–La segunda historia habla del destino de unas multicopistas, esas máquinas que servían para hacer copias de un documento.
–Sí, y aunque parece un chiste es una historia real. El Partido Comunista de España consiguió entrar al país tres multicopistas y tres máquinas de escribir a través de los equipajes de los marineros comunistas que llegaban al puerto de Bilbao. Todos se ilusionaron mucho, pero cuando abrieron los paquetes se dieron cuenta de que nadie sabía cómo funcionaban aquellas multicopistas. Así que, cuando la policía las incautó en 1952, no se había hecho ni una sola octavilla.
–Y la tercera está basada en una historia real de una niña que fue esclava de los franquistas.
–En 2008 yo estaba en un homenaje a los represaliados españoles. E Isabel Perales vino por mi derecha y me hizo una pregunta a bocajarro: «¿Qué sabes tú de los niños esclavos de los franquistas?». Y entonces me contó una historia terrible: cuando a su madre la metieron en la cárcel madrileña de Ventas, tenía 14 años. Se supone que el régimen franquista la llevaría a una escuela, sin embargo, después de separarla de su hermana, la pusieron a trabajar. Lavaban la ropa blanca de un hotel de Bilbao y de un par de internados de jesuitas. A las niñas las dividían en grupos de trabajo: una semana lavaban, otra tendían y otra planchaban. Cuando les tocaba lavar lo hacían con sosa, un químico corrosivo que les dejó huellas en las manos hasta el día de hoy.
–Las tres bodas de Manolita es la tercera de una serie de seis novelas. ¿Cómo se te ocurrió emprender este proyecto?
–España en realidad tiene una de las historias del siglo XX más complicadas del mundo, sin embargo los españoles están muy satisfechos en general de lo que saben, que básicamente es nada. Yo había estudiado Historia en la Universidad y también creía que ya sabía bastante. Pero entonces empecé a documentarme para mi novela El corazón helado; quería saber más sobre la División Azul, un cuerpo de voluntarios españoles que fue enviado a luchar junto con Hitler. Fue muy raro e incómodo, así que nunca supieron muy bien qué hacer con él. Y también quería indagar sobre la segunda generación del exilio, de lo que también se ha escrito poquísimo.
–¿Y qué descubriste?
–Que había muchísimo para aprender y que no sabía nada. Entonces empecé a leer y leer. Memorias, autobiografías de un bando y del otro, novelas de exiliados, panfletos, todo. Me enganché con la historia contemporánea de España como se enganchan los niños con los videojuegos. Ya no leía para documentarme, sino por curiosidad. Y en ese proceso reuní un montón de historias que iba apuntando en un cuaderno. En paralelo, terminé El corazón helado y, durante un año y medio, no supe qué hacer con ese material. Hasta que un día, estaba en mi piso en Madrid y, sentada en el sofá, me dije: «Yo lo que sé hacer es escribir novelas». Y me imaginé en una mesa ideal clasificando todas esas historias que había amontonado. Y me salieron seis libros: me di cuenta de que con seis novelas podía recorrer 25 años de dictadura, del 39 al 64, de tal manera que el lector pudiera viajar por esa época a un ritmo armonioso.
–¿Lograste descubrir por qué los españoles creen que lo saben todo sobre su Guerra Civil?
–El problema es que España es un país muy anormal que nunca ha reflexionado sobre su anormalidad. O sea, durante el siglo XX España nunca ha ido al mismo ritmo que el resto de Europa, y nunca en la misma dirección. Durante 30 años fuimos los más modernos, durante 40 años los más antiguos y luego, durante 30 años, otra vez los más modernos. Cuando en España había guerra, en Europa no la había. Pero cuando hubo guerra en Europa, los ganadores, los Aliados, decidieron que el amigo de su enemigo era su amigo.
–Te referís a que los Aliados respetaron a Franco, que había sido del bando de Hitler y Mussolini.
–Exacto. Los Aliados hicieron la vista gorda y dejaron a Franco en el poder, porque la Guerra Civil Española había demostrado que la izquierda de nuestro país era muy fuerte y radical y que tenía mucha relación con la Unión Soviética.
–La gente no conoce esa versión de la historia.
–No, lo que ocurre es que a los Aliados no les interesa contar esta historia, y a Franco tampoco le interesó. La versión que siempre dio el dictador es que la guerra había sido una cruzada entre los defensores de la civilización y los enemigos de Dios. Una guerra santa que enfrentaba a bárbaros y cristianos. Y eso fue así hasta 1975.
–Pero la Guerra Civil terminó en 1939.
–En eso también somos anormales: en Europa, al terminar la guerra, llegaba la paz. Había un período de transición en el que se daban revanchas salvajes, se ahorcaba a colaboracionistas, por ejemplo, pero enseguida llegaban las políticas de reconciliación nacional, de asistencia a los vencidos o de integración. Pasó en Alemania, en Italia, en Francia, en todas partes. Pero en España, no: después de la guerra llegó la victoria, que duró hasta que Franco se murió, en 1975. Yo recuerdo de pequeña cómo seguía viva la lucha entre la España de Dios y sus enemigos. Y esa visión, donde las víctimas acaban pareciendo culpables, es la que terminó de instalarse en la mente de las personas. Luego no es fácil ponerlo en cuestión, porque fue lo que se dijo incansablemente durante 40 años.
–¿Por eso escribís, entonces? ¿para aportar datos del cuadro completo?
–Bueno, no soy la única. En España ha habido un movimiento de historiadores fantástico que ha hecho muchas cosas. Aunque parezca mentira, cuando presenté El corazón helado la gente me decía que qué valiente era. Y yo decía: «¿Valiente? ¡Pero si estamos en 2007!». Ahora no, han pasado sólo 7 años, pero todo ha cambiado mucho. Y eso que mis libros son ahora mucho más bestias, en el sentido de que no hablo de historias de guerra en la que dos bandos se enfrentan, sino de un Estado que machaca a sus ciudadanos.

(Javier Lizón)

–¿Qué otro motivo te ha llevado a dedicar tantos años de tu vida a este período de la historia?
–La ventaja que tiene para mí este proyecto es que reúne varios impulsos a la vez: el primero es el impulso literario, que es el que me mueve en primer lugar, porque yo ante todo soy escritora y mi obligación es hacer buenos libros. Ocurrió así: en medio de esta especie de fervor enloquecido por leer sobre el pasado de mi país, descubrí una mina de oro, historias increíbles que nadie había contado antes. Pero también hay un impulso moral, que es querer situar al lector español frente a su historia reciente y desconocida y decirle: «Mira, aunque tú no lo sepas, aquí en estos años vivieron estos señores que hicieron todas estas cosas por ti. Para que tú vivieras en una democracia, para que tú tuvieras derechos y libertades». Incluso, girando un poco más la tuerca, a mí me permite hacer un homenaje a los resistentes antifranquistas. Si las instituciones de mi país no os han dado las gracias, yo sí os las doy.
–¿Sentís que emocionalmente te marcó también la posguerra?
–Yo creo que no hay español que no sienta eso. Yo nací en el 60 y conviví durante unos años con la dictadura. La gente de mi edad lo que hacía era mirar hacia la República, de 1931 a 1939. Y lo hacíamos con una especie de fascinación: era nuestra épica. Todas las historias que yo cuento tienen que ver de alguna manera con lo que vivió mi familia y mucha gente de esa época.
–Ya preparás la próxima novela, cuya trama tiene relación con la Argentina.
–Sí, es una novela de ficción basada en un hecho real: la red de evasión de nazis que operaba desde Madrid hasta la Argentina y que dirigía Clara Stauffer. Ella era hija de alemanes, había nacido en España y era íntima amiga del general Primo de Rivera, además de delegada de empresa y propaganda de la primera junta de la Falange Española. Por eso fue intocable cuando los Aliados pidieron su cabeza entre 1945 y 1947. Stauffer recibía a los nazis en Madrid, los atendía y les conseguía una documentación falsa para salir del país.
–¿Se sabe quiénes llegaron a nuestro país de esa manera?
–El médico y oficial de las SS, Josef Mengele, entró a la Argentina gracias a esta red; igual que el dictador croata Ante Pavelić, que salió del país por Barcelona. Hay muchos generales, tengo una lista entera. Stauffer lo que hacía era sacar de en medio a los nazis que estaban en peligro y los traía aquí. El circuito era así: el Estado español les daba una documentación falsa auténtica, o sea nombre falso pero documentación original, y luego entre la embajada argentina en Madrid y el consejero de Cultura de España en Buenos Aires, les conseguían un permiso de trabajo. Así que los prófugos viajaban maravillosamente y vivían aquí tan tranquilos.

Ana Claudia Rodríguez

 

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