Escenarios independientes y cine son dos novedades significativas en la carrera de Eleonora Wexler, quien supo abrirse camino hacia la notoriedad pública por sus trabajos televisivos. Asentada en una etapa de madurez, asegura que este es el momento de pegar un volantazo y entregarse al disfrute.
27 de mayo de 2016
Concentrada. Compenetrada. Intensa. Así se la ve a Eleonora Wexler en los arduos ensayos de La maldecida. Arrodillada, luciendo unos trapos desgarrados, caminando en cuatro patas, va desplazándose en círculos, como una bestia salvaje, mientras escupe el intenso texto de su Peregrina, abnegada sirvienta y esclava de Fedra.
Un rato después, ya vestida con elegancia, Wexler recibe a Acción y aclara aspectos de un personaje tan físico. «Es una mujer esclava, que siempre debió complacer el placer ajeno», explica, entusiasmada con este desafío teatral. «Es pura autogestión, estamos solo el director Marcelo Moncarz, su asistente Nicolás Asperella y yo. Es muy nuestro, es como una cajita con un texto precioso de Patricia Suárez que me devoré primero y me conmovió después, porque la sensación de fascinación que sentí fue inmediata. Desde el minuto uno hasta ahora, que voy por la segunda temporada, el placer fue el denominador común de este viaje, ojalá, interminable».
Nacida y criada en Parque de los Patricios, Wexler es una actriz con visibilidad televisiva, tiene una destacada trayectoria en el teatro comercial, pero con esta pieza enriquece la cartelera del circuito alternativo, a partir de las funciones que ofrece en la barroca sala Hasta Trilce. En esta nota, además, brinda detalles de sus recientes incursiones en el cine.
–Sorprende verte en un unipersonal, en una sala independiente. ¿A qué se debe este repentino volantazo en tu carrera?
–Primero, lo hice porque necesito alimentar mi espíritu. Segundo, porque se trata del desafío de hacer un monólogo, que nunca había hecho. Y tercero, porque volver al teatro siempre es sanador.
–¿Necesitabas oxigenarte después de estar tan vinculada con la televisión?
–Es una brisa de aire fresco, no lo voy a negar. A mí el teatro me completa como actriz y es aquí donde afino el instrumento. El teatro permite ver el interior del actor, cosa que en la televisión, por su vértigo, es imposible. El teatro es mi segunda casa y volver es siempre algo que el cuerpo y el oficio me piden. El hecho de tener al público ahí, que reacciona frente a lo que está viendo de manera natural, es una sensación inigualable.
–¿Tus pretensiones económicas cambian con esta obra pequeña?
–(Ríe con ganas) Olvidate. Claramente estoy haciendo la obra por amor al arte, posta. No por la plata ni por la concurrencia, sino porque me parece una hermosa ocasión de dar una vuelta de página. La plata la gano en televisión y, ahora, también en cine. De todas maneras, si entran unos pesitos, bienvenidos, los aceptaré complacida, pero a priori no espero réditos monetarios.
–¿La maldecida es de esas obras que te permiten saber dónde estás parada como actriz?
–No sé si saber dónde estoy parada, pero La maldecida es de esas obras que aleccionan, que ponen a prueba para saber para qué tipo de obras estoy preparada. Y tengo la certeza de que me llega en el momento indicado, en la plena madurez de mi trabajo.
–¿Qué significa en tu caso madurez, cuando llevás más de 30 años de recorrido?
–Uno puede tener 50 años de carrera y no haber despegado todavía. Yo me siento una mujer dentro de la actuación, crecida, bien plantada, segura, consolidada, interesada y con inquietudes diversas, y con la tranquilidad de saber que puedo hacer otro tipo de personajes. Creo que eso, en mi caso, sería madurez.
–¿Es en este tipo de trabajos donde afloran las enseñanzas de los maestros?
–Sí, aquí es cuando aparecen los tiempos de formación, las enseñanzas de Hugo Midón y Augusto Fernandes, dos de mis maestros. Porque se puede tener talento, tener facilidad, pero la clave está en el estudio. Lo hace el pianista que dedica horas a la práctica y cualquier persona que se dedica a algo y quiere mejorar: necesita formación, necesita elementos para poder crear, sentirse seguro y a partir de eso generar lo que es.
–En los últimos años interpretaste a mujeres fuertes, apasionadas y algunas fuera de sí. ¿Con qué parte de esos personajes te conectás para desarrollarlos?
–Todos tenemos un costado, un lugar así. Pero igual siempre trato de no conectar tanto con los papeles que interpreto, porque de lo contrario me quedaría enganchada con cada uno; lo interesante es prestarle mi cuerpo a ese personaje y descubrir ese mundo.
–¿Confiás en vos como actriz?
–Sí, aprendí a hacerlo. Me tengo fe, sé que cuento con la suficiente intuición para guiar mi presente y mi futuro con buenas elecciones.
–Y entre esas elecciones, de golpe apareció el cine, que había estado ausente en tantos años de actuación.
–Loquísimo que estuviera ausente tanto tiempo y que, de buenas a primeras, aparecieran dos proyectos que hice al toque. Pero bueno, como decía, intuición y buenas elecciones.
–¿Alguna explicación?
–El sentido de la oportunidad. Estar en el lugar indicado en el momento justo, el destino, no sé. Me vinieron a ver al teatro Daniel de la Vega y Sebastián Perillo, los directores de las películas, charlamos un rato, arreglamos y me saqué las ganas de hacer cine, una asignatura pendiente en mi vida laboral.
–¿Qué películas hiciste?
–Entre setiembre y noviembre del año pasado pude darme el gustazo de protagonizar dos pelis. Primero rodé Ataúd blanco, una road-movie de terror, a plena luz del día, con Julieta Cardinali y Rafael Ferro, sobre el drama de una mujer que hará lo imposible para rescatar a su pequeña hija que fue secuestrada. Fue una experiencia fascinante, dramática y rara, porque en buena parte de la película me la paso manejando una ambulancia de la década del 70. Y luego hice Amateur, un thriller con Alejandro Awada, Esteban Lamothe y Jazmín Stuart, en la que encarno a una portera-secretaria de un edificio extraño, que está aburrida de la vida, pero que es una fanática de las novelas policiales. Ese gusto la lleva, de repente, a descubrir un asesinato.
–¿Qué sensaciones te quedaron luego de incursionar en el cine?
–Fueron muy placenteras ambas experiencias. Me sentí bien conmigo, muy bien tratada por el director y los compañeros. Creo que cuando se tiene en claro qué se quiere contar y se está convencido del personaje que te ofrecen, las cosas fluyen de otra manera. Fueron dos meses en los que disfruté actuar y me divertí, literalmente.
–¿No es frecuente pasarlo bien?
–No, uno puede estar bien en un personaje pero no disfrutarlo ni divertirse. Por eso esta llegada al cine fue espectacular y, no sé por qué ni cómo, pero ya tengo otros dos proyectos. Pasé de la nada a estar tomada por las propuestas.
–¿Por qué pensás que el cine no se te daba?
–Porque a veces uno está estereotipado con algún personaje televisivo. Y eso hacía que me llenara de interrogantes, dudas, broncas, porque sentía que no se me tenía en cuenta para el cine. Entonces la cabeza empieza a carburar, sacás conclusiones subjetivas y apresuradas, equivocadas en su mayoría y te enceguecés.
–¿A qué o a quién le echabas la culpa vos?
–Bueno, yo mayormente hice televisión, entonces me preguntaba si haber hecho determinados personajes no fue contraproducente.
–Qué paradójico que las propuestas te hayan llegado estando afuera de la televisión.
–Sí, es llamativo pero a la vez una está más pendiente, más atenta a futuros proyectos. Quizás, de haber estado en una tira, habría rechazado esas películas por falta de tiempo. Pero los astros se alinearon y hasta aparecieron otras ofertas de cine.
–¿Para cuándo?
–Una para setiembre y la otra para octubre.
–O sea que ahora son los proyectos de cine los que definirán tus decisiones televisivas.
–Exacto, estoy haciendo malabares. Justamente, firmé un contrato con Telefe para arrancar una tira que se llamará Amar después de amar, que irá al prime time, y compartiré protagónico con Mariano Martínez, Isabel Macedo y Federico Amador. Mi personaje es una mujer de clase media, madre de dos hijos, felizmente casada con el personaje de Mariano Martínez. Aunque, por lo que leí del guión, sufriré mucho por amor.
–La aparición del cine en tu vida laboral, ¿podría, en adelante, permitirte no priorizar la televisión?
–A mí me gusta hacer televisión, pero sí, claramente podría dejarla a un costado, no prescindir, mientras el cine y el teatro crezcan. Depende de mí y de las propuestas que reciba. Lo que es claro es que la televisión te consume mucho tiempo, que es algo que hoy necesito más para mí. Entonces, en la medida de mis posibilidades, trataré de ir alternando. La alternancia será algo novedoso para mí.
–¿Cómo te llevás con la competencia con las colegas? ¿Mirás mucho a los costados?
–¿Sabés que no? Si no estuviera tranquila y gustosa con lo que tengo y con lo que hice, sería una actriz infeliz. Lo que tengo lo construí con pasión y dedicación. Yo tengo una trayectoria, estoy a gusto conmigo y con mis decisiones. Puedo observar a mi alrededor para admirar, pero no para envidiar y lamentarme.
–Luego de tantos años de trayectoria, ¿te sentís reconocida?
–Sí, soy una actriz reconocida y valorada dentro del medio, pero no soy una primera figura como podría ser Susana Giménez o Moria Casán. Son muy públicas y tienen una exposición muy grande.
–¿Te molesta no serlo?
–No, para nada. Ser una primera figura conlleva tener una relación con el ego que prefiero evitar. Yo soy una actriz, no una estrella mediática. No me interesa, no es mi búsqueda.
–Pero el actor vive de la mirada del otro, del aplauso.
–Lo sé, y de hecho me subo a un escenario para que me aplaudan, pero ya no me enloquezco como antes. Tengo el ego domado, como para mantenerlo a raya y que no pretenda devorarme.
–¿Qué preferís: ser valorada o querida?
–Que todo el mundo te quiera es imposible, por lo que prefiero ser valorada.
–¿Quiénes son tus referentes actuales?
–Selva Alemán y Claudia Lapacó, a quienes admiro profundamente. Intérpretes brillantes, sensibles y silenciosas. Y después, más generacionales, me encantan Carla Peterson, que me parece una gran comediante, Juan Gil Navarro y Facundo Arana.
–En el fútbol profesional, a los jugadores experimentados les cuesta entablar diálogos con los más jóvenes. ¿Sucede esto entre los actores?
–Claro, uno siempre está con el que más afinidad tiene, pero he conocido algunos casos de niños adultos que toman las riendas con mucha audacia. Por ejemplo Gastón Soffritti, que es un pendejo de 23 que se arriesgó para producir teatro comercial; Lali Espósito, una piba que me parece una gran profesional y una líder positiva; también está Candela Vetrano, que me sorprendió por su responsabilidad y tiene un gran futuro por delante. Entre las jóvenes y las más grandes hay una brecha, hay otra escuela, entonces a veces cuesta sintonizar. Pero no hay edad para la seriedad, la responsabilidad y el respeto: se los tiene o no se los tiene.
–Da la sensación de que hoy se llega a la notoriedad más fácil que antes, que con un poco de labia, desfachatez y facha alcanza.
–¿Cuánto puede durar eso? Así como subís rápido, bajás de un plumazo. Sin una base medianamente sólida, estás armando un castillo de naipes. Yo mantengo la idea de que perdura el que tiene formación. Lo otro es un veranito.
–Arrancaste a los 8 años en el musical Annie. Pasaste apenas los 40. ¿Pesan?
–Todavía no me puse a pensarlo seriamente, ¿debería ya? (risas). Hoy los llevo bien y no creo que me pese la edad, al contrario. Lo que sí sé es que me siento mucho más plena ahora que antes. En mi madurez, en mi forma de ver la vida. Por ahí antes me enroscaba con cosas insignificantes a las que ahora trato de no darles tanta trascendencia. Me siento más en paz conmigo ahora que hace 10 años. Sé mejor quién soy.
–¿A qué se debe?
–Al autoconocimiento. Ahora sé mejor todavía qué quiero y qué no. O por lo menos sé con seguridad qué es lo que no quiero, eso lo tengo recontra claro: no hay lugar a dudas. Aprendí a escucharme mejor. Además, lo que cambió mucho en mí es que ya no tengo tanto filtro. Y esto por un lado está bueno y por el otro no tanto.
–¿La frontalidad te puede jugar una mala pasada?
–Al ser más impulsiva, te enfrentás con el otro con toda tu verdad, y a este quizá no le gusta escuchar cómo sos realmente. Una tiene que ser más consecuente con una misma. Obvio que siempre desde el respeto al otro, sin joder ni herir. Pero siendo siempre clara y coherente con la esencia propia, porque con el tiempo aprendí que si no te mostrás como sos en verdad, terminás amargada y frustrada.
Fotos: Jorge Aloy