Con la incertidumbre que genera la pandemia, la intérprete proyecta su horizonte laboral en cine y televisión, mientras le da forma a un nuevo disco como cantante. Los pasos destacados en la carrera de una mujer inquieta que también escribe, dirige teatro y enseña actuación.
15 de julio de 2020
(Alejandra López/Prensa)
Inés Estévez es una consecuente usuaria de Twitter, un canal de expresión en el cual deja en claro su manera de pensar. «Es mi lugar, mi espacio, en el que exploro y busco el valor de la literalidad. Busco precisión, humor e ideas constructivas», dice. La cuarentena es un tema recurrente en la red social y la actriz, escritora y cantante, madre de dos hijas menores, lo sufre en carne propia. «Se la está pasando duro, pero con Vida y Cielo la vamos yugando. Ellas tienen retraso madurativo y, por su condición, pueden salir un ratito por día, pero estoy haciendo malabares desde que se decretó la cuarentena», cuenta.
–¿Le sacás el jugo a las redes?
–Aprendí a hacerlo. Es un lugar donde aporto una mirada y una búsqueda de la verdad. Pero más que mi verdad, trato de promover el culto a la verdad, porque me parece que es un arma imbatible. Yo intento que la gente tome conciencia de temas sensibles como la violencia de género, la intolerancia, la intransigencia, la falta de aceptación. Todas reacciones sociales que son hijas del miedo a lo diferente, a la singularidad.
–Hace un tiempo se generó revuelo a partir de un tuit en el que afirmabas: «Estoy por caer en la indigencia».
–Prefiero no explayarme al respecto. Supongo que toda la clase media no asalariada, que engloba a la mayor parte de los trabajadores del arte y la cultura, está en una situación similar. Pero no quiero decir más nada.
–Hay una creencia de que si sos una actriz popular estás hecha para toda la cosecha.
–La vida del actor es la del argentino medio actual. En este país, el actor trabaja un año sí y otro no. Una se acostumbra a vivir con la dificultad y con ese horizonte que no ofrece ninguna certeza. Te endeudás permanentemente, y eso me tiene preocupada, como lo está la clase media.
Escena musical
Realizada a través de una videollamada, la charla con Estévez no hace foco en el coronavirus, pero inevitablemente la cuarentena deja su huella cuando se refiere a sus planes laborales. «Hay dos proyectos de cine muy firmes. El primero es una película rosarina, Vera, de Romina Tamburello y Federico Actis. Gira en torno a los vínculos y el despertar sexual de una adolescente, con ciertos aspectos típicos de incomunicación intrafamiliar. Interpreto a la madre de Vera y en el guion sobrevuela el concepto de mujeres deseantes, no importa el momento de la vida en que se encuentren», describe. ¿Cuándo sería el rodaje? «Estaba previsto para abril, quizás se realice en septiembre, pero todo depende».
–¿Y el otro proyecto?
–Se trata de un protagónico hermoso, con un guion de María Victoria Menis, que se llama Miranda de viernes a lunes. Interpreto a una madre de hijas postadolescentes, que va redescubriendo su propia pasión a partir de los escollos que la realidad le ofrece. Esta película está avanzada y se filmará, espero, antes de fin de año.
–¿También tenés planes en la televisión?
–Hay dos miniseries para este año, pero no puedo adelantar mucho. Una es la continuidad de Pequeña Victoria, la tira que emitió Telefe, pero una versión reducida de ocho capítulos, realizados con mayor tiempo, calidad y en otro formato, algo que me entusiasma muchísimo. Y todavía me entusiasma aún más una miniserie con un personaje intrigante y misterioso que están cocinando Daniel Burman y Sebastián Borensztein, dos personas que admiro y con quienes siempre que he trabajado he coincidido en la búsqueda de excelencia, el compromiso por el buen resultado y el buen clima reinante.
–En los últimos años, la música estuvo más presente que la actuación.
–La música siempre estuvo presente en mi vida, en mayor o menor medida. Soy un ser musical, quizás no lo exteriorizaba, pero me apasiona desde que tengo uso de razón.
–¿De dónde viene esa pasión?
–Creo que heredé la fascinación musical de mi papá. Él era un fana del jazz, de Louis Armstrong. Un ejemplar masculino hermoso, alto, rubión, que se ganaba la vida como oficinista, pero también disfrutaba de la vida.
–¿Cómo describirías tu búsqueda?
–El año pasado con mi banda, que toca jazz, exploramos otros géneros con la excusa de un repertorio basado en música de cine. Y queremos seguir en esa tónica, por lo menos así hicimos en el Torquato Tasso el día anterior a que todo cerrara. Fue un show casi enteramente en español, un repertorio de boleros y bossa nova. La idea es acentuar esa impronta e ir buscando un sonido propio, con el fin de comenzar a incorporar temas compuestos por nosotros. Ya tengo tres. Ahora estamos viendo cómo grabar desde nuestras casas para no dejar de activarnos en esa dirección. Ojalá pronto podamos subir algo.
–¿Cuánto tuvo que ver el bajista Javier Malosetti, tu expareja, para que mostraras esa faceta?
–Nobleza obliga, le quitó el velo a una mujer de por sí inquieta que, además de ser conocida por actuar, también cantaba en la intimidad. Al bajista de jazz habrá que adjudicarle derechos de autor por «diseñar» a una tímida cantante, que solo había hecho jingles y colaborado en alguna banda de sonido de película allá lejos y hace tiempo.
–¿Cómo te llevás con ser la cara conocida de la banda Estévez & Magic 3?
– Hace cinco años era algo impensado. Nunca estuvo en mis planes esto de liderar un grupo, de ser la representante, de pagar sueldos, ensayar, armar un repertorio. Yo solo soy la cara conocida, pero los músicos tienen la suficiente entidad para proponer lo que les parezca.
–¿Es cierto que habías puesto tu voz en Las gatitas y ratones de Porcel?
–Le hacía el doblaje a una de las gatitas que tenía el programa, una vedetonga infernal. Y yo tenía el pelo largo y carita de Heidi.
(Lucía Granovsky/Télam)
–Tuviste una etapa de lolita en tus inicios, como en Matar al abuelito.
–Supongo que tenía algo que llamaba la atención. Contaba con un cóctel distinto, por decirlo de alguna manera: era la chica rubia, con rostro angelical, flaquita pero tetona, con un cuerpo entre dulce y renacentista.
–¿Cautivabas?
–Generaba morbo.
–¿Y eso te gustaba?
–Me llamaban mucho para personajes medio fuertes, los que hoy agradezco no haber aceptado. Igual me presentaba en castings muy audaces, pero por suerte rebotaba. No estaría nada orgullosa de cargar esos trabajos sobre mis espaldas.
–Serían parte del pasado.
–No sé, yo siempre quería otra cosa. A veces no pude concretarlo, pero yo aposté por lo artístico, por el contenido y la sustancia, más que por la mera cuestión de la imagen.
–¿Sigue siendo así?
–Digamos que tengo un sentido estratégico en torno a mi carrera, más allá de que me considere intuitiva y autodidacta.
–Alguna vez dijiste que agradecías no ser academicista ni haberte formado en el plano actoral.
–Esa frase tiene un correlato, fue a partir de algo que me dijeron: «Inés, ¿por qué no das clases?». A lo que contesté que no podía, porque yo no estudié. Hasta que, en un momento determinado, empecé a descubrir que tenía una capacidad de ver qué era lo que el otro necesitaba para lograr determinada característica. Y me hincharon tanto para que enseñara, que me puse a trabajar en cómo llevar a la teoría lo que yo hacía en la práctica.
–¿Pero agradecés no haber estudiado?
–Creo que de haber estudiado habría aletargado esa intuición tan aguda que fui creando y alimentando. Yo nunca fui una mina de manual y, de haber trabajado una técnica, habría sido contraproducente, por mi manera de ser.
–¿Y cómo hacés para dedicarte a diferentes disciplinas?
–Tengo aptitudes para diferentes expresiones artísticas. Cuando era joven pensaba que diversificarme significaba perder potencia y me enfoqué en la actuación. Cuanto más heterogénea me siento, más rica artísticamente soy. Por eso dirijo, escribo, actúo, canto y enseño actuación.
Final y después
En la carrera de Estévez hubo un punto de inflexión. Fue en 2006, cuando anunció que se retiraba de la actuación. ¿Qué la llevó a tomar esa determinación? «Simplemente sentí que la actuación, con la llegada de la hipercomunicación, se había banalizado. Y empecé a advertir el circo montado en torno a la interpretación. Andaba desganada e insatisfecha, hasta que me di cuenta de que no necesitaba esa parafernalia que me alejaba de la esencia del actor», explica.
–A la distancia, ¿fue una buena decisión?
–Sí, claro, porque capitalicé el tiempo, me enriquecí y me incliné hacia otras actividades, como escribir mi primera novela, La gracia, que se publicó en 2011. Y antes, en 2008, también había debutado como directora teatral con Tape.
–¿Esperabas volver a la actuación?
–Sinceramente, no.
(Ximena Ambosioni/prensa)
–Entonces hay que reconocer el mérito de Daniel Burman, que te sedujo dándote un protagónico junto a Guillermo Francella en El misterio de la felicidad.
–Esa película fue una bisagra en mi vida, primero porque me di cuenta de que había recuperado cierta independencia, ya que las nenas estaban un poco más grandes y sentía que tenía mayor campo de acción. Por otra parte, me había separado y, después de un año y medio, me volví a enamorar. El misterio de la felicidad logró conciliar esa parte femenina, de hembra, con la otra faceta, la maternal. Y ambas cosas empezaron a funcionar aceitadamente y en simultáneo. Daniel Burman, como realizador, tuvo mucho que ver para ese bienestar.
–¿Cuáles considerás los principales hitos de tu carrera?
–No sé si hablar de grandes hitos, pero sí puntos de inflexión que fueron ayudándome a escalonar el camino profesional. Matar al abuelito, justamente, fue mi primer premio de cine en la Argentina y también gané un premio como mejor actriz en el Festival de Biarritz. Mi rol en Vulnerables también fue una bisagra y me permitió ganar dos años consecutivos el Martín Fierro. Y con La nave de los locos me premiaron con un Cóndor de plata.
–Vulnerables, además, te dio visibilidad.
–Sin duda, fue un salto a la popularidad.
–¿Y en teatro?
–No puedo dejar de mencionar El diluvio que viene y Loca, obras que me permitieron obtener dos premios ACE.
–¿Tenés referentes en la actuación?
–No me manejo con referentes, ni me baso en artistas que admiro para hacer mi camino. Creo y defiendo la singularidad. Me gusta superar mi propia marca y no pretender seguir a quienes me anteceden. Disfruto mucho de diversos artistas, sin ser fan de ninguno.
–¿En la música te pasa lo mismo?
–Me pasa igual. Hay corrientes musicales que me resultan más orgánicas al abordarlas. Y hay otras que me fascinan, pero para las cuales no creo tener una voz adecuada, por ejemplo. Me gusta todo lo que conmueve, porque conmover es comunicar.
–¿Qué te pasa con el arte que busca ser provocador?
–No va conmigo. No soy amiga de lo provocador. Provocar es conmocionar, está un poquito relacionado con violentar, con alterar un orden. La expresión creativa altera un orden, pero si lo hace en el sentido creativo es útil, le aporta algo al mundo.